24aa1dep
José Cueli
Sólo toreo de salón
La rítmica quietud queda esculpida en el toreo de salón con toda la cadencia contenida. No existe progresión posible en cuanto a su sentido tan hondo y delicado; individual y sincero: o en su forma esencial, sólo en compañía de "los necesarios". Camilo José Cela el espléndido y controvertido escritor español, fallecido esta semana, ganador del premio Nobel, lo rescata en una serie de crónicas taurinas poco conocidas y recolectadas en el libro Toreo de salón (Editorial Palabra Menor).
El toreo de Salón en Chapultepec, los Viveros de Coyoacán o cualquier callejón o redondel, brota al calor de mínimos pero intensos espectadores; el que lleva la silla o la bicicleta con cuernos o sólo los cuernos. El torero de salón no tiene ayuda y necesita sobre ser torero, ser actor dramático y ponerlo todo, hasta el cimbreo. El toreo de salón cuando tiene "age" es poesía pura, palmas de sal, desplante y naturalidad en calles sin horizonte.
Así, en las crónicas de Cela desfilan diversos toreros de salón en sus corridas, al grito de "je toro"; Valentón que no fue escuchado por nadie (y es que al torero de salón no le sirve la fanfarronada del "dejarme solo", porque si se queda solo...); Roque Gómez Paticorto, que busca la naturalidad, es decir, la sabiduría; Obdulio Pimentel en el mundillo del toreo de salón, Niño de la categoría II; Senen Ezcaray, riojano de Santurdejo, quien piensa le llamen Peterete; Petronio, en realidad Emilio Raposo Tambor, quien vive de la señorita Rita, grande y tetona como poetisa; Pacorro, quien brinda así: "va por usted morena que mira como un Pablo Romero; Niño de Tarragona, moreno de verde luna con cara de puta de pueblo; Julián Atapuerca López Cabezorro, como muchos toreros de salón...
Y es que para Cela el toreo de salón es arte misterioso; mitad vicio y mitad ballet. Y dice el que escribe ya podrían haberlos incluido en las asociaciones de matadores y novilleros para los domingos chismosos, sin toreo del otro... "Je toro".