Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 21 de enero de 2002
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Cultura
04aa1cul Hermann Bellinghausen

Los dones: dos historias excesivas

Don de olvido. Ese día no quería saber el significado de ciertas palabras. Le dolían más fastidiosas que el lomo sucio de un diccionario cargado de epítetos y denuestos. Sí, sostendría un duelo con la gramática, en inferioridad numérica y poco antojo de meterse en camisa de once varas y vainas de esas.

Todas las enciclopedias la Británica, la Espasa, la Jackson- jamás abiertas, ni siquiera por la ociosidad de hojearlas, de repente lo quisieron humillar haciéndose las muy sabihondas. Ah, sí, una tarde de juventud romántica metió en el tomo de la T una flor de lavanda; los años hicieron de su lila fresco una especie de papel morado y frágil como élitro de libélula; y del aroma, un vestigio seco.

Ese día particular le habría gustado olvidar determinadas cosas. Había arribado a la edad provecta en que puedes olvidar a voluntad, impunemente, en control que estás de tu memoria lúcida, pero a la vez ya no temes recordar, y se te olvida olvidar porque todo te interesa y secretos a ti mismo no te guardas mas. ¿Sería el inicio de la cuenta regresiva de las neuronas concedidas en el momento, lejano ya, de la repartición de dones?

De la escuela de los fracasos extrajo una ocasión para cada triunfo, entre los cuales uno nada desdeñable era mantenerse vivo y más o menos en sus cabales.

Pero de ciertas palabras, es fácil adivinar cuáles, no quería ni oírlas mencionar. Determinó condenarlas al ostracismo. A una especie de cuarentena purificadora. Librarse de los nombres necesarios, de los rostros que éstos significan, y en especial, significaron. Los verbos que sus presencias conjugaban. Los adjetivos que merecieron. Sus esdrújulas, sus subjuntivos. Las jibarizaciones, incluso: apócopes, abreviaturas, sobrenombres, apodos.

Quería también aliviarse de términos que en otras épocas repitió mentalmente con mayúsculas y genuflexiones que ahora le parecían ridículas.

Pronto alcanzaría la edad de la jubilación, pero en su oficio uno no se retira, nada más se muere, eventualmente. No hay mal que dure cien años, la verdad sea dicha. Y él sabía que no olvidaba en realidad. Que fingía que.

Don de sentido. Desde niña le daban los desmayos. Que por el azúcar, le dijeron siempre. Que la presión, le dirían a veces. Un tiempo sospecharon alguna variedad menor de epilepsia. Un "petit mal". Muy pronto, antes de empezar con menstruaciones, ella aprendió que no era un mal sino un don, un buen escondite en determinadas oportunidades.

De nacer en tierras donde se practicaran trances o vudú, su destino hubiese quedado asegurado. Pero cayó en una sociedad occidental, racional y alopática. Sus vahídos encontraron explicación meticulosa, electroencefalográfica, química y sanguínea. Satisfactoriamente. Y si no llegaron al análisis genético fue porque sus padres, y los médicos, no lo juzgaron necesario. No existían antecedentes familiares.

En la escuela de monjas las otras niñas la consideraban las niña de los desmayos, con esa curiosidad morbosa de las muchachas ávidas de lo que más temen conocer. Ya entonces los desvanecimientos le resultaban experiencias voluptuosas. Adulta, exploró sin culpa ni freno las posibilidades eróticas del atributo. Eran paréntesis andulantes y exquisitos que sólo ella.

Un estado de potenciales. Una magnífica idea de la Naturaleza. ¿Un experimento de la Evolución? Con la edad comprendió que los desmayos consistían en un pasadizo a otro lugar del espacio, del tiempo, de la identidad. Empezaban con una sensación de no haber piso, corriéndole bajo los pies las aguas veloces de un río ancho y turbulento. La vista se le nublaba en tonalidades claras. Un sonido le recorría entonces los huesos, evolucionaba xilifónico y le mostraba, desde cierta altura, una cópula de ella misma con un valle inmenso.

En tiempo real, sus desvanecimientos duraban escasos segundos. Sucedían en cualquier momento. No podían predecirse, si bien, como ocurre en casos así, aprendió a reconocer el aura, la premonición. No se volvió gente que necesitara meterse drogas; las traía en la sangre, y eran potentes.

En tiempo sensible, en cambio, le daba tiempo de fluir, explorar, gemir y explotar en prolongados orgasmos.

Ventajas actuales de su condición: dice sentir deliciosamente.

Desventajas: devino vicio solitario, carece de utilidad, y aflige a los demás, sin motivo.

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