048n1con
En La Mesa, celdas hasta de 50 mil dólares
Se generan cuatro millones de pesos al mes por la concesión
de negocios
VICTOR BALLINAS JORGE ALBERTO CORNEJO ENVIADO Y
CORRESPONSAL
Tijuana, BC, 20 de enero. En lo que alguna vez
fueron canchas y patios centrales de la penitenciaría de La Mesa,
los reclusos con poder económico ?fundamentalmente narcotraficantes?,
en complicidad con autoridades de la cárcel, edificaron un pueblito
conformado por 400 casas ?algunas con baño, sala, comedor y recámara?,
cuyo costo oscila entre 30 y 50 mil dólares.
Existen además 144 negocios ''concesionados''
a algunos internos, en los que se venden cervezas, refrescos, cigarros,
comida "a la carta'', china o corrida, así como antojitos.
Pero también se trafican drogas ?mariguana, heroína y cocaína--,
licores y sexo.
Cifras no oficiales estiman en cuatro millones de pesos
al mes los recursos obtenidos por el comercio legal e ilegal. Oficialmente,
las autoridades penitenciarias reconocen que sólo ''la concesión
de cigarros y refrescos'' genera 20 mil dólares al mes.
El penal de La Mesa fue construido en 1957 para albergar
a mil 800 presos. Posteriormente "se hicieron obras de ampliación
para recibir a 2 mil 400 personas", pero en la actualidad cuenta con 6
mil 500 detenidos, más mil familiares ?parejas e hijos?, que "voluntariamente
conviven con sus cónyuges en prisión", además de una
población flotante que llega a ser de 2 mil 500 personas al día.
Para garantizar la seguridad de los internos, de las familias
residentes en el penal y de las visitas, el presidio tiene 240 integrantes
de seguridad, distribuidos en tres turnos de ocho horas cada uno, es decir,
80 guardias vigilan alrededor de 10 mil personas diariamente.
La mitad de los presos son del orden federal y el resto
está ahí por delitos comunes. Esto es, conviven indistintamente
indiciados, procesados y sentenciados sin la separación obligatoria
que establece la ley.
El hacinamiento
Las puertas del penal de La Mesa, también conocido
aquí como El Pueblito, se abrieron el martes 11 de diciembre
para que el procurador estatal de Derechos Humanos, Raúl Ramírez
y miembros del Instituto Interamericano de Derechos Humanos realizaran
una visita ?en la que participó La Jornada. El funcionario
calificó de histórica la visita, toda vez que la administración
pasada "no permitió el paso a esa procuraduría y mucho menos
a la prensa".
Carlos Lugo, director de la prisión, quien en la
mañana de ese día participó en el taller Sistema
penitenciario y derechos humanos, informó que el espacio de
que dispone cada preso es igual a ''un block de vitropiso''.
El funcionario organizó un recorrido por la barda
perimetral. Nada se alcanzaba a ver desde ese lugar, pero explicaba: "aquí
todo es muy reducido, son espacios pequeños que se aprovechan al
máximo. Las celdas son para seis personas, pero las ocupan 12 y
hasta 14 internos".
Con el dedo señalaba el lugar y refería:
"hace años ahí estaban las canchas y el patio. Ahora hay
casas ?carracas, les denominan los presos? hasta de tres niveles".
Se refería a las construcciones que algunos reclusos hicieron con
la tolerancia de las autoridades penitenciarias.
Por la barda perimetral ?que tiene un metro de ancho y
una altura equivalente a tres pisos? deambula el personal de seguridad
en sus rondines. "Desde aquí deberían verse patios y celdas,
pero las construcciones del centro del penal impiden la visibilidad", se
lamentaba.
Iba expresando: "Aquí está el área
escolar. En esas celdas están policías judiciales y municipales
que por alguna razón están detenidos, y los tenemos en una
zona confinada por su propia seguridad. Son decenas y se les resguarda
para que no sufran alguna agresión por parte de otros reclusos".
En uno de los tramos de la barda, Lugo se recarga y señala
hacia abajo: "Alrededor de la prisión hay una red de rayos infrarrojos,
de manera que cualquier persona que entra a esta zona ?la cual divide mediante
un pozo pequeño de aguas negras al penal de la barda? automáticamente
enciende las alarmas de seguridad".
Abajo, entre la barda y el pozo, paseaba tranquilamente
un gato, lo cual despertó la curiosidad de los reporteros, quienes
preguntaron:
?¿Cualquiera que traspase la zona hace funcionar
la alarma?
?Sí ?dice a media voz?, los gatos la hacen sonar
a veces, pero es preferible así.
Arriba está ubicado un taller de maquila, donde
los presos hacen trabajo de joyería, dice Lugo señalando
nuevamente hacia el lugar.
Desde la barda se ven abigarradas filas de tendederos
con ropa de los internos. "Parecen telarañas ?dice?, pero ellos
reconocen perfectamente la de cada quien."
Desde esa parte de la penitenciaría se aprecian
sólo los techos de las carracas, con calentadores de agua y antenas
de televisión.
Más allá se observan reclusos que se afanan
sobre los motores de varios automóviles. Lugo dice que algunos vecinos
llevan sus vehículos para que se los arreglen.
Una vez que concluye el recorrido por el exterior, el
director del penal invita a entrar. Una decena de elementos de seguridad,
armados, guían por el reclusorio.
Tan pronto se traspasan las puertas, Lugo muestra cobijas
que han sido donadas para los presos. "Llegaron 2 mil, pero aún
faltan por llegar 4 mil más", apunta.
Unos metros más adelante se pasa por el área
de acceso al Pueblito. A la entrada está el área donde
los abogados se entrevistan con los internos, y más adelante está
el servicio médico. Ahí, explica el director, "se atienden
de 35 a 45 consultas al día".
?¿Cuáles son los padecimientos más
comunes? ?se le pregunta.
?Hepatitis, tuberculosis y sífilis.
?¿Hay enfermos de sida?
?Sí, como 12 ?reconoce.
El recorrido continúa por pasillos que se estrechan.
Ahí Lugo saluda a la madre Antonia, una mujer de edad avanzada
que sin ser monja viste hábito y tiene, según cuenta, 25
años realizando trabajos al interior del penal.
Le toma la mano al director y dice en un castellano cargado
de acento extranjero: "En el tiempo que tengo conviviendo con los internos,
no he podido llegar a hablar bien el español".
?¿De dónde es? ?se le interroga.
?Soy estadunidense, de origen irlandés. Trabajo
aquí, en favor de los presos, porque los amo.
Mamá Antonia, como también se le
conoce en el penal, tiene la concesión de la venta de cigarros y
refrescos. Hace tres años la anterior administración se la
quitó a unos presos que fueron liberados antes de cumplir su sentencia,
y desde entonces ella la administra.
Se calcula que mensualmente obtiene 20 mil dólares,
mismos que se depositan en un fondo con el cual Mamá Antonia
paga fianzas a los presos de los penales del estado.
Tensión, promiscuidad y drogas
En el centro del penal hay una docena de locales comerciales
concesionados: Sr. Froggs, Best Friends, Snack Bar, Nintendo Club, Tienda
Fiesta y Brothers Barbers Shop son algunos de los nombres con los que se
anuncian.
Y atrás de ellos se encuentran las carracas que
la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en su recomendación
103/92 definió como "auténticas casas concentradas en el
centro del penal".
En efecto, esas viviendas están como amalgamadas,
pegadas una sobre otra, hasta alcanzar una altura de tres pisos. Las hay
pequeñas, de tres por tres metros cuadrados, pero algunas alcanzan
hasta 45 metros cuadrados.
De acuerdo con la recomendación de la Comisión
Nacional de Derechos Humanos, "las carracas tienen todos los servicios:
camas, sala, comedor, aire acondicionado, baño integrado y algunas
hasta tina tienen, además de aparatos electrodomésticos,
refrigeradores y bares. Dentro de las carracas de mayor lujo ?cuyo precio
oscila entre 30 y 50 mil dólares? hay licores de importación".
En ellas habitan los presos con mayores recursos, fundamentalmente
los que tienen relación con el narcotráfico, en compañía
de sus esposas e hijos. Extraoficialmente se sabe que en el penal hay cerca
de 200 menores y como 800 mujeres, aunque las autoridades reconocen apenas
algunas decenas de niños. Todas las mañanas los menores salen
del penal para ir a la escuela y vuelven por la tarde.
Es imposible ocultar el tráfico de drogas, que
abunda en el penal de La Mesa. Incluso las propias autoridades penitenciarias
reconocen que de no existir ya se hubieran producido motines de enorme
violencia, toda vez que, dicen, 70 por ciento de los presos son adictos.
Algunos reos, que a pesar de la vigilancia se acercaron
a platicar con los reporteros, manifiestan: "La droga nos cae del cielo
?desde afuera del penal avientan pelotas de tenis rellenas de estupefacientes.
El churro de mota vale ocho pesos, lo mismo que una cerveza. La dosis de
heroína 20 baros, y la de cocaína 12".
Sin embargo, Lugo asevera que el problema de la droga
se ha reducido de manera considerable.
?Dicen los internos que desde el exterior les avientan
pelotas rellenas de estupefacientes.
El director se ríe y afirma que eso era antes,
"porque ahora el Ejército patrulla el penal en un operativo
nocturno. Comienza a las nueve de la noche y concluye hasta la mañana
siguiente".
?¿Se revisan los paquetes que trae la gente que
ingresa al penal, se les catea, pasan por arcos?
?Sí, en efecto, hay arcos, se les revisan los bultos,
se les catea, pero esto no es eficiente. No contamos con la tecnología
adecuada.
En un día de visita se forman largas filas de quienes
pretenden ingresar al penal a visitar a sus familiares. Traen televisores,
hieleras y bolsas con comida. Todos pasan por una sola puerta, lo cual
dificulta enormemente la revisión.
Se sabe que hay mujeres que pasan droga escondida en la
vagina, pero no sólo eso. Muchas visitas "se quedan días,
semanas o incluso meses, y salen cuando quieren".
Prueba de ello son los más de 25 elocuentes anuncios
con fotografías que la dirección del penal ha pegado en la
entrada, en los cuales se advierte: "A partir de esta fecha queda prohibida
la entrada de Carlos (y aparece la fotografía del hombre al que
se refiere), por haberse quedado seis meses dentro del penal sin permiso
(...). Se prohíbe la entrada a la menor de edad... (y se pone la
foto de la niña), porque a quien viene a visitar no es su padre,
sino el amante de su madre. Se prohíbe la entrada a Sara, por permanecer
durante semanas en el penal sin resellar su permiso ni reportarse".
Vivir a la intemperie
Los guardias no se despegan. Se comunican por radio para
despejar el área. El ambiente se enrarece, se vuelve tenso.
Alrededor de las carracas y de los restaurantes se encuentra
una cancha de volibol, donde algunos presos juegan. Rodeándola,
decenas de internos permanecen acostados en el piso.
?¿Qué hacen ahí? ?se le pregunta
al director.
?Apartan su lugar. Muchos duermen en el piso, aquí
en las canchas, en los pasillos, donde mejor se acomoden. No hay lugar
suficiente. Tenemos una sobrepoblación de 200 por ciento.
Ese es uno de los principales problemas de esta penitenciaría,
además de la enorme población flotante.
Los reos que estaban acostados se arremolinan alrededor
de los reporteros. Se escuchan sus voces en un coro patético: "¡Dormimos
en el piso! ¡Cuando llueve nos mojamos! ¡No tenemos celda!"
Los internos se ven extrañados por la insólita
visita, y eso genera cierta agitación. Se asoman por las ventanas
de las carracas. Los que están en el piso se levantan y se pegan
a las paredes. Los guardias apremian a seguir adelante. "Rápido,
rápido, no se detengan ?se percibe su nerviosismo, sudan, ordenan?.
Rápido, rápido, avancen."
Entonces unos presos comienzan a correr hacia los reporteros,
por uno de los pasillos. "¡No corran!, ¡deténganse!",
gritan los guardias, y se ponen al frente, en una suerte de valla protectora.
A la salida del Pueblito se topa uno con edificios
nuevos. "Esta área es para la rehabilitación. Aquí
hay 700 reclusos que eran drogadictos, que son sentenciados y que están
en tratamiento para dejar ese vicio", explica Lugo.
Una condición para integrarse a este programa de
rehabilitación es que sus condenas sean por lo menos de un año.
El director da una rápida explicación: "A esta parte se le
denomina estancia de segunda oportunidad. En seis meses, a partir de terapias,
los internos abandonan el vicio. Entonces se les deja en preliberación.
Salen de aquí para enfrentarse a la vida", asevera Luego orgulloso,
momentos antes de dar por concluida la visita.
Un precio para todo
De entre la larga fila de familiares que intentan ingresar
al penal, algunos se atreven a hablar. Uno refiere: "Vengo a visitar a
dos hermanos. Uno está preso por tráfico de indocumentados,
y otro por robar un automóvil. Pero aquí todo es dinero.
Pagan 700 pesos al mes para dormir en una galera. La comida que les dan
no alcanza, y hay que traerles. Además pagamos para que nos dejen
pasar las bolsas. Ahorita traigo pan, fruta, jugos, refrescos, cobijas
y ropa".
Una mujer también se anima a platicar, aunque pide
el anonimato "para no perjudicar a mi hijo. Pago 500 pesos semanales para
que le den espacio en una carraca para pasar la noche. Si no pago, me lo
mandan a dormir a la cancha, al frío".
Estas denuncias hacen recordar lo que dijo un preso en
La Mesa: "Lo más difícil es tener un lugar para dormir. Eso
cuesta, y mucho. Luego hay que asegurar la comida, porque uno se forma,
pero a veces no le toca. Se acaba. Y ahí hay que dar dinero, si
no qué hace uno. Por eso aquí adentro hay prostitución.
Las mujeres presas que no reciben visita cobran 50 pesos por acostón,
o lo hacen por tres pases de cocaína. Sin embargo, las que tienen
dinero prefieren a los hombres, que también le entran al asunto".
Al verlo desde fuera, el penal de La Mesa no parece lo
que en realidad es, pero así es la vida en este reclusorio de triste
fama, en este Pueblito que no es más que un hormiguero en
el que se hacinan todo tipo de delincuentes con niños y mujeres,
donde la droga corre o vuela por pasillos o sobre las bardas. El inframundo
puesto sobre La Mesa.
El camuflaje de El Rana
A mediados de junio de 2001 una llamada anónima
?hecha desde Tijuana? alertó a la Procuraduría General de
la República (PGR). Jorge Rodríguez Bañuelos, El
Rana, identificado como jefe de los sicarios del cártel
de los hermanos Arellano Félix, se encontraba en la penitenciaría
de La Mesa, con una identidad falsa, acusado de homicidio.
En efecto, El Rana había pasado inadvertido.
Para las autoridades era Carlos Durán Montoya.
Con ese nombre se identificó al ser detenido, el
23 de marzo pasado, tras haber participado en una balacera y asesinado
a dos personas sin motivo aparente.
Al conocerse su verdadera identidad, la Procuraduría
General de Justicia del estado argumentó que la confusión
se debía a "la falta de un sistema de digitalización entre
las distintas procuradurías estatales para ubicar a criminales,
lo cual impidió que Rodríguez Bañuelos fuera identificado
desde su ingreso al penal con su verdadero nombre".
La delación a la PGR se produjo luego que alguien
lo identificó, "cuando declaraba en el juzgado octavo de distrito
por los delitos que cometió en marzo".
Concesión y connivencia
Hace poco más de dos años la concesión
de cigarros y refrescos en el penal de La Mesa estaba en manos de los reclusos
Miguel Angel y Francisco García Garrido, procesados por secuestro.
Sin embargo, éstos entregaron a la dirección
del penal, entonces a cargo de Rodolfo Castillo López, dichas concesiones,
y con ellas se formó un patronato cuya administración encabeza
"la madre Antonia". Con los 20 mil dólares mensuales que obtiene
por la venta de cigarros y refrescos, Mamá Antonia, como
también se le conoce en el reclusorio, cubre fianzas de algunos
reos para que obtengan su libertad.
Empero, Rodolfo Castillo fue detenido en septiembre pasado,
a petición del juez tercero de lo penal, por los delitos de coalición
de servidores públicos en contra de la administración de
justicia, acusado de participar en la preliberación de los hermanos
García Garrido en marzo de 1999, sin que tuvieran derecho al beneficio.
En el proceso que se le sigue al funcionario también
fue inculpado Fernando Rosales Figueroa, ex director de Prevención
y Readaptación Social, por haber firmado los oficios de libertad
a los secuestradores. Castillo López se encuentra en libertad bajo
caución.