l mezquite viejo es distinguible a la distancia. Alto, grande y retorcido, ocupa buena parte del paisaje, por lo demás ralo y desértico, donde domina, como su nombre indica, la gobernadora, planta abusiva que se vale de su creosota para inhibir a otras especies de árboles y arbustos. Sólo se las viene pelando a las biznagas y los mezquites, resistentes a su veneno. Aunque la condenada gobernadora manda y aprieta, es baja y poco sirve de sombra como no sea para víboras o liebres, además de jardín de recreo para las aves que le van y le vienen. Al correcaminos, que apenas si brinca, más bien se la vive bajo las ramas frondosas y cabronas, le define la vida.
La sombra del mezquite, única en el paraje, lo hace buen lugar de reposo para labriegos y chiveros, y en horas de la tarde para que jueguen los niños de todas las edades. Por acá no hay tantos y se revuelven. Los de esta historia suman exactamente 10. Forman un corrillo mocho, casi herradura, rodeando a Rubencito. Hay uno, mayor de edad y estatura, que por haber nacido antes ostenta los derechos del nombre cabal. Sin ser el más grande, es el líder del grupo y el único Rubén con acento en la e.
A Rubencito le ha tocado toda la tarde la peor parte del juego. Primero lo “secuestraron” entre cuatro saliendo de la aldea, lo condujeron a una hondonada, le quitaron la camisa y con ella le amarraron las muñecas por delante. Con un mecate lo jalaron a través de la apenas perceptible loma, hasta el mezquite a cuya sombra esperaban los demás niños y dos niñas que mataban el tiempo tirando matatenas.
Rubén y sus leales llegan blandiendo palos largos casi derechos, algo infrecuente en estas tierras de mezquite donde los palos, siempre torcidos, sirven sólo de leña. Colocan a Rubencito en el centro. Rico y René le vendan los ojos con un paliacate. Anuncia Rubén, ahora toca que te demos piso.
Rubencito protesta débilmente, ya, déjenme, no quiero ser el muerto otra vez, ya que le toque a otro. Rubén replica que es el mejor para tronárselo, porque estás bien pendejo. Rubencito se rinde a la explicación.
Chíngatelo tú, ordena Rubén a René, quien se siente halagado con la distinción. Arrodíllese, cabrón, ordena al chiquito y éste obedece a punto de llorar, pero se aguanta. René apunta con su palo la sien del mocoso y “dispara”, ¡pum! Rubencito no reacciona.
Te tienes que morir, enano, dice Rubén todo serio. Están serios. Nadie ríe ni chacotea. Cristina y Constanza, las niñas, son las más bravas. ¡Obedece!, grita Cristina.
René arrima su rama a la sien de Rubencito y ¡pum! otra vez. Fingiendo la patada de un arma, se echa hacia atrás y luego adelante. Le alcanza a pegar con la punta del palo-rifle, y ¡pum!, lo remata. El chiquillo ahora sí “se muere” y cae de lado, aovillado. Tápenlo, ordena Rubén. Las niñas agarran de junto al tronco una sábana más o menos blanca y lo cubren. Cuando Rubén ordena, ¡terminen!, se arrodillan junto al caído. Lo envuelven. Como le sangra la sien por el piquete del “rifle”, la sábana se mancha de un rojo vivo que otorga mayor verismo al juego.
Pecando de manso, Rubencito gime y se deja hacer. Nadie le desata las muñecas. Ya bien envuelto, los otros nueve lo rodean. En sus ojos no hay triunfo, satisfacción o alegría, como si fuera una ceremonia patria en la escuela de la cabecera municipal. Quizás acusan algo de espanto (si no, qué chiste). Sólo Rubén, Rico y René lucen contentos. El corrillo de niños “vela” un rato al amortajado. Serios, callados.
Es Constanza la que dice primero, ya me cansé. En la distancia aparece su mamá, también la de Rico y Rubencito. Véngansen, dejen de hacerle al tonto, grita sin aproximarse, su papá ya los quiere en la casa para merendar.
Rubén es el único que se burla de la situación, arremedando a doña Aurora, ña, ña, ña, papi ya los quiere para merendar, ña. El “muerto” resucita, se incorpora y sacude la tierra de la espalda y los brazos. René lo desamarra y deja caer la camisa. Rubencito la levanta, la sacude y se la pone sin abrochar, igual le faltan botones. Evita pasar cerca de su tocayo y dice sin mirarlo: ya no vuelvo a jugar. El líder suelta una risotada, eso crees, niño, anda, corre con mami.
Doña Aurora lo recibe con regaños, mira nomás cómo te pusiste de tierra, mírate el pelo, ¿tan siquiera se divirtieron? Rico responde que sí, Rubencito, que no, y Constanza nada más se ríe.











