Editorial
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Protestas falsas, ambiciones reales
A

yer se realizó una de las marchas convocadas a nombre de la generación Z, es decir, de los jóvenes nacidos en los primeros años de este siglo (o entre 1995 y 2012, según otra periodización). El contingente –de unas cuantas decenas, posiblemente menos que el centenar de periodistas que acudieron– caminó del Ángel de la Independencia al Zócalo capitalino y estuvo integrado mayoritariamente por personas adultas y de la tercera edad. Por otra parte, el acto convocado en la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de México para marchar los cien metros que separan ese recinto de la Torre de Rectoría se canceló debido a que nadie se presentó para participar.

Varios factores explican el fracaso de las movilizaciones. Por principio de cuentas, los ciudadanos descontentos con el desempeño del gobierno federal que pudieran tener interés en expresar sus demandas sin duda fueron desanimados por la pronta revelación de que en nuestro país la denominación “generación Z” es usurpada por políticos, empresarios y comunicadores panistas o cercanos al panismo, como los alcaldes Alessandra Rojo de la Vega y Mauricio Tabe, el ex senador Emilio Álvarez Icaza y el creador serial de siglas Claudio X. González.

El discurso de autenticidad y apartidismo, que ya enfrentaba un déficit de verosimilitud, se volvió insostenible tras develarse que la campaña de redes sociales que trató de instalar la percepción de una juventud masivamente airada fue manejada por un profesional del mercadeo político que es contratista del PAN y fue precandidato del PRI.

Por otra parte, es evidente que la sociedad se siente repelida por los métodos violentos y las provocaciones perpetradas por los grupos de choque enviados por la derecha a la protesta del sábado 15. En este sentido, la torpeza política de llamar a una movilización cinco días después de la anterior muestra hasta qué punto los sectores recalcitrantes de la oposición se encuentran desconectados del sentir social y son incapaces de reconocer el repudio que suscitan, así como su exiguo poder de convocatoria.

La mayor prueba de tal extravío estuvo en el contraste entre la multitudinaria asistencia al desfile por el aniversario de la Revolución Mexicana y el puñado que se apersonó en el fallido intento de sabotearlo y generar imágenes de caos destinadas a alimentar la maquinaria de desinformación.

Afortunadamente, tanto el festejo patrio como la manifestación opositora de ayer transcurrieron sin incidentes que lamentar. De cualquier manera, es deplorable que los representantes del viejo régimen porfíen en ganar mediante la manipulación de la opinión pública y la violencia callejera lo que las urnas les negaron o para evitar el pago de lo que adeudan al fisco.

En suma, lo que dejó en claro la pequeña manifestación de ayer en las inmediaciones del Ángel de la Independencia es que las oposiciones partidistas, mediáticas y corporativas siguen sin encontrar ya no se diga un proyecto nacional, sino hasta un discurso articulado para encubrir lo que es, hasta donde puede verse, un mero afán de proyectar imágenes de caos e ingobernabilidad. Por su bien y por el del país, cabe esperar que se reinventen de manera propositiva y se avengan a desempeñar la función que corresponde a los disensos en un marco democrático.