Opinión
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Isocronías

De verso y canción

M

e sorprende, no sé si mucho, que con frecuencia los compositores de canciones se adapten mejor al verso medido que los que –y nada más, pero nada menos– se proponen hacer poesía. Por lo general éstos, hablo de los que durante años han llegado a mi taller, optan por el versolibrismo (algo en sí mismo en absoluto criticable), pero tienden a “topar con pared” a la hora de la métrica y no digamos de la estrófica tradicional (no sólo hablo de este siglo, sino de las últimas tres décadas del pasado).

Y, hablando del XX, tiendo a remarcar que al menos tres de los poemas más importantes escritos en el anterior siglo (“Piedra de sol”, “Muerte sin fin” y “Canto a un dios mineral”) son fieles a la métrica –y el último (en parte eso sucede también con el segundo) observa al mismo tiempo su apego a la estrofa y la rima–.

Hablo de los músicos (he trabajado sobre todo con cantautores) en tanto versadores o verseros: el metro, sean “líricos” o sepan leer nota, se les da. Supongo que en el caso de los segundos la noción de compás ayuda mucho. Lo que ya no tanto es la vena poética, a la que al menos desde lo que se llamó “la nueva canción” parecen aspirar. No se trata, por supuesto, de una imposibilidad. Pero lleva tiempo pasar del impulso poético a su realización.

Suelo decirles que en principio no se compliquen la vida. Aunque en toda canción hay al menos un aire de poesía, no toda canción debe comprometerse con el hálito propiamente lírico. Con la naturalidad basta (naturalidad, por otra parte, que asimismo en lo lírico hay que procurar. Una canción como La mesera (“En una fonda chiquita / que parecía restaurante…”), buena canción, no es propiamente “poética”; bien que medido y rimado; se trata de un texto narrativo, un corrido tal vez, algo burlón, festivo –como tantas composiciones de Chava Flores–; su tono es lúdico, no serio, lejos de la sublimidad con que las letras de algunos quieren o quisieran envolvernos (“Hoy mi playa se viste de amargura...”). La canción narrativa no exige metáforas (pienso en la cubana La engañadora, para nuestros tiempos poco propicia, pero mirada como cuento de su época sirva para ejemplificar).

Y ya que nos metimos al trópico vintage, hay un chachachá (tampoco en su discurso muy recomendable actualmente) cuyo llano estribillo corea: “Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis”.