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México y la ONU: una historia de cooperación, diálogo y esperanza
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l 24 de octubre de 1945, sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad decidió darse una segunda oportunidad: remplazar la fuerza por el diálogo, la confrontación por la cooperación y la desconfianza por la esperanza. Así nació la Carta de Naciones Unidas, un tratado fundacional para preservar la paz, promover los derechos humanos y construir un desarrollo más justo y sostenible.

Ocho décadas después, ese espíritu sigue siendo tan necesario como entonces. En un mundo marcado por los conflictos armados, la crisis climática y desigualdades profundas, el multilateralismo se enfrenta a su mayor prueba: demostrar que la cooperación aún puede transformar la realidad. Sin embargo, 80 años de historia han demostrado que, cuando las naciones trabajan unidas, los resultados son tangibles.

La cooperación internacional al seno de la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha impulsado logros que cambiaron la historia: el proceso de descolonización que permitió el ingreso de más de 80 nuevos Estados; la consolidación de un sistema universal de derechos humanos; la erradicación de la viruela; la recuperación de la capa de ozono, y, sobre todo, la prevención de una tercera guerra mundial.

La Agenda 2030, con sus 17 objetivos, integró por primera vez lo económico, lo social y lo ambiental en la visión de progreso global. Por ejemplo, hoy en día las niñas y los niños han alcanzado la igualdad en la finalización de sus estudios en la mayoría de las regiones. Los cambios son posibles cuando la cooperación se sostiene en el tiempo.

A lo largo de mis cinco años en México, he comprobado que esa fuerza colectiva existe y vive en las personas. He visto la solidaridad en Chiapas, donde la movilidad humana se convierte en oportunidad; la resiliencia en Guerrero, donde comunidades se reconstruyen tras los huracanes; la determinación de colectivos y servidoras públicas que acompañan a víctimas de violencia en Coahuila, y el compromiso de manos campesinas e indígenas que siembran y cuidan la tierra. En cada encuentro, he reconocido el mismo afán: el de quienes creen que un futuro más justo y sostenible es posible.

Por eso, el lema de esta conmemoración, “Construyendo en conjunto nuestro futuro”, no es meramente simbólico, sino una verdad profunda. La cooperación no es una idea abstracta: es una fuerza humana, solidaria y transformadora.

México, Estado fundador de la ONU, ha sido un firme defensor de los principios de su carta desde 1945. A lo largo de ocho décadas, México ha impulsado la solución pacífica de controversias, la autodeterminación de los pueblos, la igualdad jurídica de los Estados, la promoción de los derechos humanos y la cooperación internacional. Desde el Tratado de Tlatelolco, que hizo de América Latina una región libre de armas nucleares, hasta su papel en los procesos de paz en Centro y Sudamérica, México ha demostrado que el diálogo supera a la fuerza.

Hoy, en un escenario internacional multipolar, la reforma de la gobernanza global es urgente. Viejos poderes languidecen, nuevos actores emergen y la igualdad entre países, plasmada en la Asamblea General de la ONU, cobra más sentido que nunca. La Iniciativa ONU80, lanzada por el secretario general, Antonio Guterres, ofrece una oportunidad histórica para renovar el sistema multilateral y adaptarlo a los desafíos del siglo XXI. Para moldear una ONU desde nuevas perspectivas y experiencias tan valiosas como la reducción de la pobreza, México está llamado a ejercer un papel de liderazgo.

En el país, esa renovación toma forma con la firma del Marco de Cooperación de Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible de México 2026-2031 con el gobierno de México. Es una hoja de ruta compartida para alinear esfuerzos, escalar logros y ampliar el impacto de las políticas públicas en respuesta a las prioridades del país. Este nuevo marco define cuatro áreas estratégicas: gobernanza y Estado de derechos; inclusión social e igualdad sustantiva; economía incluyente y resiliente, y medio ambiente y cambio climático, y cuatro ejes transversales centrados en mujeres y niñas, movilidad humana, pueblos indígenas y juventudes.

La historia de una organización imperfecta pero necesaria, la experiencia de México y los miles de testimonios que he conocido me recuerdan lo esencial: el trabajo de Naciones Unidas tiene su razón de ser en la vida de las personas.

Ochenta años después de la creación de la ONU, sigo creyendo en la cooperación. En las primeras palabras de la Carta de Naciones Unidas: Nosotros, los pueblos. En la fuerza colectiva que convierte la esperanza en acción. Y en la certeza de que, si todas y todos tenemos la voluntad de construir el futuro en conjunto, es posible un mundo más justo, sostenible y en paz.

*Coordinador residente de ONU en México