Editorial
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Trump: un impasse no es la paz
E

l presidente Donald Trump anunció ayer que tanto Israel como Hamas firmaron la primera fase de su plan de paz de 20 puntos para poner fin a dos años de ocupación israelí en la franja de Gaza. Según el mandatario, esto significa que todos los rehenes (en referencia a los tomados por Hamas, pues Tel Aviv mantendrá secuestrados a la mayoría de los palestinos en su poder) serán liberados muy pronto e “Israel retirará sus tropas a una línea acordada como primer paso hacia una paz sólida y duradera”. Tras asegurar que todas las partes recibirán un trato justo, afirmó que se trata de “un gran día para el mundo árabe y musulmán, Israel, todas las naciones vecinas y Estados Unidos de América”.

Ciertamente, cualquier alivio a la desesperada situación de la población gazatí sobreviviente resulta positivo, y es el caso del alto el fuego que viene aparejado con el plan de Trump, el cual puede representarles un respiro tras dos años de padecer muerte, destrucción, hambre y carencia de las condiciones básicas para la vida. Pero el anuncio del magnate ha de tomarse con todas las reservas que ameritan sus comunicaciones, pues se conoce su tendencia a presentar sus deseos, opiniones y fantasías como hechos, así como a emitir mensajes sin otro propósito que el autoelogio. También debe tenerse en cuenta que, sin importar las posturas que tomen el régimen de Benjamin Netanyahu y la dirigencia del grupo islamita, el “plan integral para poner fin al conflicto en Gaza” impulsado por Trump no es y no puede ser, por varias razones, un camino a la paz.

Resulta evidente que el statu quo creado por ese proyecto no guarda relación alguna con las reivindicaciones del pueblo palestino reconocidas por el derecho internacional y respaldadas por la abrumadora mayoría de la comunidad internacional mediante decenas de resoluciones de la Organización de Naciones Unidas, las cuales incluyen la autodeterminación, la soberanía y el derecho a vivir en paz en los territorios ocupados por Israel en 1967.

Un elemento adicional para la suspicacia en torno al anuncio del inquilino de la Casa Blanca radica en su contexto temporal, a sólo unas horas de que el comité noruego del Nobel devele a quién o quiénes otorgará ese galardón de la paz, un premio del que Trump se considera merecedor por haber puesto fin, así sea en su mente, a ocho guerras. La obsesión con el Nobel es una muestra de la esquizofrenia trumpiana: desea ser reconocido como un agente de paz al mismo tiempo que renombra al Departamento de Defensa “Departamento de Guerra”; insiste en la letalidad como un valor para las fuerzas armadas de su país; ordena ejecuciones extrajudiciales en el Caribe; declara una guerra contra los habitantes de grandes ciudades gobernadas por el Partido Demócrata; amenaza con invadir Groenlandia y Panamá, así como anexarse Canadá, entre un sinfín de actos contrarios a la paz verdadera.

De la misma forma en que la presunta resolución de la guerra entre Israel e Irán no condujo a la paz, sino al congelamiento temporal de una rivalidad regional profunda, compleja y peligrosa que no va a terminar con un cese de hostilidades. Así, el anuncio de ayer parece más una expresión de narcisismo que una buena noticia para un planeta que sufre el mayor número de enfrentamientos armados que involucran al menos a un Estado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Si Trump realmente desea la paz, pudo haber dado una prueba de ello imponiendo a Israel los términos actuales hace nueve meses, no tras todo este tiempo de masacre y devastación. Incluso ahora, podría hacer creíble su compromiso con la paz si cortara todo financiamiento militar a Tel Aviv y permitiera que la justicia internacional judicialice al régimen sionista por genocidio.

En suma, es preciso tener claro que, en tanto Estados Unidos y sus aliados occidentales no acepten llevar a juicio a los gobernantes de Tel Aviv y no impongan sanciones drásticas a su régimen, éste no cejará en sus intentos de anexarse los territorios palestinos y de librarse de la población que los habita mediante el exterminio o la expulsión. Así pues, lo anunciado por Trump no puede tomarse como el inicio de la paz. Es, simplemente, un impasse.