Opinión
Ver día anteriorSábado 4 de octubre de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
De Jalisco a CU
D

icen que las primeras impresiones son las que cuentan, y ésta no pudo ser mejor. Apenas sonó el primer compás del Huapango de la suite Caballos de vapor de Carlos Chávez, y fue perceptible la muy clara y muy precisa articulación de los alientos-madera. Más adelante, una refinada diferenciación de la paleta orquestal para permitir que destacaran sonidos que en otras versiones quedan ocultos; en este caso particular, por ejemplo, el de la marimba cuyo color es indispensable en la Sandunga de la misma obra. Y en lo general, un inteligente balance entre la sonoridad de una banda y la de una de una orquesta sinfónica, balance más que necesario en estas páginas de Chávez. Para decirlo de otra manera: una banda más “civilizada” que las que suenan en las músicas orquestales de Silvestre Revueltas. Por cierto, percibí por primera vez (¡después de tantas audiciones!) pinceladas de orquestación muy similares a las que Chávez utilizó en su magnífica versión sinfónica a la Chacona en mi menor de Dietrich Buxtehude. Así inició el reciente concierto de la Orquesta Filarmónica de Jalisco en la sala Nezahualcóyotl, bajo la batuta siempre justa y siempre sorprendente de José Luis Castillo.

Después, con una lógica impecable de programación, la versión de 1933 de las Esquinas de Revueltas. Obra escuchada con escasa frecuencia, presenta una faceta menos nacional de Revueltas que, por ejemplo, la de Janitzio. La obra tiene, sin embargo, un par de episodios de sabor mexicanista que Castillo y sus enjundiosos músicos pintaron con claridad, pero sin apartarse de la modernidad indeclinable de la partitura, contrastando con eficacia esos episodios ante los más abstractos, poniendo en éstos una cierta aspereza instrumental bien calibrada. ¿Acaso algunos fragmentos de las Esquinas revueltianas tienen el sabor de su música para cine? Así me lo pareció en esta potente versión de la obra.

La tarea número uno del director de orquesta al poner en marcha la maquinaria de la Sinfonía No. 11 de Dmitri Shostakovich es crear en sus primeros compases una tensión dramática de alto octanaje, pues de ella deriva todo lo demás. De nuevo, la concepción y la batuta de José Luis Castillo dieron la credibilidad necesaria a este inicio, para transitar después sin problema a los episodios de abierta brutalidad, tocados con la furia que el oyente espera, pero sin aglomeración o confusión sonora alguna. A partir de ahí, siguió el tenso y apretado ensamblaje de recurrencias temáticas y estados de ánimo diversos que le dan a esta sinfonía titulada El año de 1905 su perfil narrativo. Entre muchos otros momentos destacados de esta ejecución de alto nivel cabría mencionar (porque no hay espacio para más), por una parte, la asombrosa homogeneidad de la sección de violas de la filarmónica jalisciense en el momento inicial del tercer movimiento, con material repetido más tarde con la misma precisión y empaque pero bajo una nueva luz dramática; y por la otra, el profundo, expresivo y muy bien tocado interludio de corno inglés, análogo en su intención emocional a las primeras páginas de la obra.

Muy destacada, también, la intencionalidad de Castillo para tejer las redes que Shostakovich trazó al insertar perfiles temáticos de unos movimientos en otros; resultado, una versión unitaria y sin costuras de una partitura singularmente compleja. Y si el inicio de la sinfonía fue todo tensión contenida y electrizante, para los últimos momentos de la obra director y orquesta soltaron amarras y expresaron a tutta forza esa urgente y rabiosa llamada de alarma de Shostakovich, que es una advertencia no contra un fascismo, sino contra todos los fascismos, lo cual da a esta Sinfonía No. 11 una actualidad singular por doquier, aquí, allá y acullá. Entre los numerosos méritos de esta contundente coda destaco la buena idea de duplicar las campanas tubulares, cuya vibración última se queda colgada en el aire como un fantasma.

En más de una ocasión he enfatizado las bondades (y la necesidad) de que las orquestas del interior visiten esta ciudad, así como de que las nuestras vayan allá. Estos intercambios suelen ofrecer fascinantes sorpresas musicales; y si la visita es de esta poderosa, disciplinada y compacta Filarmónica de Jalisco, con un director tan lúcido como José Luis Castillo, y un programa Chávez-Revueltas-Shostakovich tocado a este nivel, ¿qué mejor?