uizá haya trabajos más urgentes, pero pocos serán tan importantes como el de Cristina Cattaneo. Desde 2016, esta médica forense italiana trabaja para devolver el nombre a algunas de las más de 32 mil personas que, según la Organización Internacional para las Migraciones, han muerto en la última década intentando cruzar de sur a norte el mar Mediterráneo. ¿En qué radica la importancia de este trabajo?
La migración se ha convertido, con permiso de la contrarrevolución patriarcal, en el principal caballo de batalla de la extrema derecha europea, que se ha adueñado de la conversación pública con la complacencia de unos y la negligencia de muchos. De repente, hay que hablar de la migración. Más concretamente, la izquierda debe hacerlo, so pena de desaparecer por no hablar “de lo que a la gente le importa”. La trampa es evidente, porque después de llenar horas y horas de televisión y poner a trabajar a granjas de bots para jalear el tema en redes sociales, que a la gente le preocupe la migración es cualquier cosa menos sorprendente.
Pero la trampa funciona, y en nombre del realismo, todos bailan al son que marca la agenda autoritaria. En España, los conservadores del Partido Popular, que sienten el aliento de Vox en la nuca, han propuesto esta semana un visado por puntos para migrantes. En Londres, el laborista Keir Starmer ha anunciado también estos días que endurecerá las condiciones para acceder a la residencia permanente. Sigue así el camino de la socialdemócrata danesa Mette Frederiksen, que lleva años con un discurso que firmaría cualquier líder de extrema derecha: “Muchos vienen aquí para trabajar y contribuir, pero otros no. Y en toda Europa vemos las consecuencias: delincuencia, radicalización y terrorismo”.
También desde posiciones más a la izquierda se coquetea con discursos antimigratorios. Parten de análisis brillantes sobre las condiciones que obligan a los pobres a migrar en beneficio de los ricos a uno y otro lado de la cadena migratoria, pero por el camino olvidan la condición humana y el derecho a una agenda propia de los propios migrantes. Una cosa es defender un mundo en el que la migración no sea necesaria, otra muy diferente es tratar de alcanzarlo cargando toda la responsabilidad sobre el eslabón más débil de la cadena. Esta narrativa no hace más que presentar como crítica intelectual anticapitalista algo bastante menos elevado: nos molesta el diferente, no lo queremos a nuestro lado.
Los naufragios en el Mediterráneo van de la mano de los naufragios éticos de buena parte de la clase política europea, que no sólo cede ante la extrema derecha al entrar en un debate viciado de antemano, sino que lo hace con el lenguaje y las herramientas de los autoritarios.
Pero también cabe alertar de los discursos en defensa de la emigración centrados estrictamente en razones económicas. Es obvio que Europa, un continente envejecido, necesita de la llegada de personas en edad de trabajar, pero como argumento a favor de la llegada de extranjeros tiene sus fisuras. Primero, porque esto ya lo sabe perfectamente la extrema derecha, muy bien conectada con una clase empresarial que le susurra al oído que necesita mano de obra a bajo coste. Italia nunca había expedido tantos permisos de trabajo como con la ultraderechista Giorgia Meloni. Segundo, porque alimenta una visión utilitarista que, en parte, deshumaniza al migrante. Pueden venir porque necesitamos sus brazos, no porque tengan derecho a hacerlo.
Es hora de poner pie en pared y grabar en ella con letras bien grandes algunos principios básicos, para que los supervivientes del naufragio encuentren algún muro sobre el que reconstruir Europa de sus cenizas. Porque lo que está en disputa, por crudo que suene, es si los migrantes son seres humanos de pleno derecho y completa dignidad. Si tienen la legitimidad de aspirar a una vida que consideran mejor que la que tienen en sus países de origen. Y hay que decir que sí, que tienen todo el derecho del mundo a desear y buscar mejores condiciones de vida. Es decir, que tienen derecho a migrar.
Luego habrá que ordenar todo esto para hacerlo posible, viable y digno. Y habrá que articular discursos y narrativas para tumbar un desorden global que, aún más en plena crisis climática, convierte la migración en imperativa en muchos lugares. Pero el primer paso es blindar la humanidad de quien abandona su país persiguiendo una esperanza. Ese es el punto en el que estamos y esa es la importancia del trabajo de Cristina Cattaneo. Cada vez que logra poner un nombre a un cadáver naufragado, lo rescata para el mundo de los humanos, lo retorna a la civilización, lo vuelve a hacer uno de los nuestros.
Un último apunte: desde la derecha se suele criticar con éxito esta posición acusando a la izquierda de “buenista” y de pecar de superioridad moral. Inviertan los términos y dejen la responsabilidad sobre ellos, pues suyo es el problema de defender, por inferencia, el “malismo” e intuirse moralmente inferiores. Sentirse buena persona, con todos los vicios y defectos que uno acumula, es agradable. No se sientan culpables por ello.