Opinión
Ver día anteriorSábado 4 de octubre de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
De músicas revueltas
L

a única vez que vi a Andrés Manuel López Obrador durante su sexenio fue en las Islas Marías. Era el 16 de diciembre de 2022 y se inauguraba el centro cultural Muros de Agua. Se hizo de noche y se mencionó que Francisco J. Múgica y José Revueltas habían coincidido en esa cárcel durante medio año en 1932: uno como director y el otro como preso. Tratamos de imaginar qué se habrían dicho hasta que alguna voz en la oscuridad avisó que era hora de irnos al acto oficial. Ya en la madrugada, en un cuarto de un blanco implacable, sin señales de televisión, Internet o tan siquiera de humo, decidí retomar la imagen del general-constituyente y el menor de edad comunista jugando al ajedrez. En mi cabeza, Múgica lleva su chamarra café y su sombrero de paja, y Revueltas es un montón de ropa rasgada de la que surge su barba crecida. Están rodeados por los perros que hurgan entre las piedras a la orilla del mar.

En 1928, Múgica acabó en Islas Marías por la persecusión de Álvaro Obregón y el desdén de Plutarco Elías Calles. Casi todo su periodo como director de esa cárcel, su amigo Lázaro Cárdenas fue el gobernador de su estado, Michoacán, que él también había gobernado, pero de una forma distinta. Obregón hostilizó al general Múgica porque repartió los latifundios entre los campesinos michoacanos y, además, los armó para que se defendieran de las guardias de los terratenientes. Es decir, aplicó con severidad el artículo 27 de la Constitución que él mismo había redactado. Pero al ala sonorense de la Revolución eso les pareció “imprudente” y acabaron por desaforarlo y apresarlo por usurpación del cargo. Durante su traslado de Morelia a la Ciudad de México, Obregón le envío un telegrama a quien lo llevaba detenido, al coronel Flores Villar, ordenándole, sin decirlo, su ejecución: “Enterado de que general Francisco J. Múgica fue muerto al pretender ser libertado por sus partidarios”. El coronel hizo como que no entendió y Múgica huyó para esconderse durante todo el año de 1924 en casa del doctor Ignacio Chávez. Obregón lidió con semejantes tácticas con el ala izquierda: Carrillo Puerto en Yucatán, Basilio Vadillo en Jalisco, José María Sánchez en Puebla, y Adalberto Tejeda en Veracruz. En el mismo Michoacán, “alguien” había asesinado a Isaac Arriaga, que fundó el partido socialista para postular a su amigo de la infancia, Francisco J. Múgica; al agrarista Primo Tapia, y al líder de los comuneros indígenas, Felipe Tzintzun. Múgica había escapado de la muerte y se había escondido. Desde Islas Marías, que fue el exilio interior que pudo conseguirle Cárdenas con Calles, Múgica le escribe en una carta a su amigo y paisano: “He sido un rebelde, un agresivo y, si se quiere, un imprudente, y casi me merezco haber sufrido el cataclismo que sufrí”.

José Revueltas tiene 17 años en julio y está preso por incitar a una huelga entre los trabajadores tabacaleros del Bueno Tono, es decir, por ejercer un derecho redactado por el mismo que ahora dirige el penal. Es miembro del Partido Comunista y cursó hasta el primer año de secundaria. Lee a Tolstoi a Dostoievsky con la misma pasión que a Marx y Bakunin. De la experiencia de la cárcel, que vivirá varias veces –Islas Marías y Lecumberri–, no saldrá más: la novela que escribe en Islas Marías, El Quebranto, acabará convertida en cuento porque se le pierde en una borrachera en el tren de regreso a la Ciudad de México, pero le seguirán muchas más ambientadas en el régimen carcelario: Los muros de agua, El Apando, y la última, El tiempo y el número, que es sobre un preso que corre todos los días hasta la orilla de un abismo. Pero en ese momento es un joven militante del mismo partido, el PCM, que apoyó la relección de Álvaro Obregón, asesinado por órdenes de la Madre Conchita, que también purga su condena ahí.

Así que esa madrugada en Islas Marías, fumándome un cigarro a escondidas del puritano cardenismo –Múgica prohibía desde el alcohol y el juego hasta el tabaco–, me imaginé que Pepe Revueltas y Pancho Múgica jugaban una partida de ajedrez mientras hablaban del caos. Porque esas son las afinidades rasposas entre comunistas y el ala de izquierda de la Revolución mexicana. Múgica habló siempre del socialismo como una consecuencia casi natural de la aplicación de la Constitución de 1917 porque su fuente no era un manual de marxismo, sino la travesía por los pueblos armados. Revueltas sería expulsado dos veces del PCM y hasta del partido que él mismo fundó, la Liga Espartaquista. Al final, Revueltas se convierte en el único que entiende el movimiento de 1968: “La lucha no es hoy por la socialización de los medios de producción. Es sobre la libertad, la independencia y la democracia. El régimen diazordacista cree que cuando hablamos de Revolución nos queremos levantar en armas. Con eso justifican que sea el Estado diazordacista el que se lance contra nosotros en plena subversión”.

No puedo evitar pensar en las revoluciones, como la de Andrés Manuel, como momentos en que todo es posible hasta que resulta imposible, esa mezcla de signos y pautas, líneas rectas y garabatos. En Islas Marías –en 1932– acabaron un anticlerical, agrarista y convencido de los derechos de los obreros, un fallido estudiante militante comunista y la Madre Conchita, una cristera. Los tres eran los márgenes, las orillas del caos, cuyo centro fueron los sonorenses que pacifican el país en torno a ellos. Ahora, 90 años después, existen facciones de izquierda y resabios neoliberales dentro del mismo obradorismo: lo que es y lo que debe ser no se han distanciado tanto pero, cuando lo hacen, su desfase se escucha chillante. De eso hablan Revueltas y Múgica, de cómo la política puede verse tan rígida y, con frecuencia, es gelatinosa, de que, a veces, el destino cierto nunca llega, de que es una forma de abrazar pero que, por momentos, axfixia o de que es lo que nos junta en un cruce de caminos y, luego, nos separa porque es el camino el que importa.

A Múgica todavía le esperaba redactar el comunicado al pueblo por la nacionalización del petróleo y sus discursos a favor de Miguel Henríquez Guzmán, en 1952, contra el PRI y Adolfo Ruiz Cortines, que terminó en una masacre en la Alameda, y las acusaciones por el mismo delito que caerían en Lecumberri los jóvenes del 68 y Revueltas: disolución social. Sin saber que sus vidas se acercarían al mismo punto, a Revueltas le faltaba todo por vivir, sentenciar, beber y escribir. Y es que, muy probablemente, el joven de 17 años y el general exiliado acercándose al medio siglo, nunca conversaron realmente ni tampoco jugaron al ajedrez.