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Economía política de los energéticos: la novena
¡N

o tenemos escapatoria! Nos urge ingresar a una fase superior de nuestra vida económica y social. De enfrentar en el ámbito energético –en muchos más, sin duda– los principales retos de eficiencia, limpieza, descarbonización, sustentabilidad y justicia energética, entre otros.

A corto, mediano y largo plazos nuevas tendencias graduales, pero firmes y de larga duración. Sí, porque anhelamos impulsar al menos soberanía energética, desarrollo económico, transición energética, sustentabilidad, descarbonización, rentabilidad y eficiencia en las empresas estatales y, de nuevo, justicia energética.

En todos esos órdenes hay una exigencia que aparece como condición necesaria, nunca insuficiente, pero sí obligada para hacer que lo energético ingrese en un círculo virtuoso que nos permita apoyar el abatimiento drástico de la desigualdad y la elevación sustancial del bienestar.

¡Menos energía necesaria y más energía limpia! ¡Energías limpias con acuerdos limpios con pobladores! ¡Impulso a los trabajadores responsables!, para eso se funda la Polis, la comunidad suprema, para buscar el bien supremo de sus ciudadanos, siempre con base en la mejor de las constituciones.

¡Así de simple se ofrece la desiderata aristotélica, no de otra manera!, pues bien, dicen los científicos que lo que no se mide no se conoce y, menos aún se logra. ¿Qué debemos medir, para ver si logramos una menor desigualdad y un mayor bienestar? Lo primero, nuestra capacidad de producir bienes y servicios, siempre mejores y más asequibles merced –añadiría nuestro admirado Aristóteles– a una buena crematística.

En nuestro caso, eso exige hacerlo cada vez con menos energía por unidad de producto, lo más limpia, por lo demás. Hoy ocupamos 8.1 exajulios de energía primaria y 5.4 exajulios de energía final. Equivalen, respectivamente, a 3.9 y 2.6 millones de barriles de petróleo al día de energía primaria y secundaria, listas para su transformación y para proveer los usos finales: Iluminación, aparatos electrodomésticos y de oficina, cocción de alimentos, agua caliente sanitaria, climatización, refrigeración y conservación de alimentos, calor de proceso, fuerza motriz en industrias, transporte de personas y bienes, bombeo de aguas potables y negras, secado de granos, calentamiento de invernaderos y molinos diversos, entre otros.

A más de procesos petroquímicos y químicos, toda esa producción, transformación, movimiento y consumo de energía para una producción de bienes y servicios a precios de mercado representa hoy alrededor de 35 billones de pesos. En buen romance significa necesitar poco más de 40 barriles de petróleo crudo equivalente de energía primaria para producir un volumen monetario de un millón de pesos de bienes y servicios. Pues bien, urge planificar cómo ingresar al círculo virtuoso de disminución de ese volumen requerido, y de modificación estructural hacia la limpieza. ¡Cada vez menos volumen y cada vez más limpio!

Diseñar estrategia, acuerdos sociales, políticas públicas, normas, propuestas de hábitos renovados. Apoyos múltiples. Exigencias coordinadas. Pero no sólo urge identificar la frontera tecnológica que en todos los órdenes está y estará disponible para este gran reto, incluidas las tecnologías para todos y cada uno de los usos finales.

Termino hoy con una hipótesis. Cálculos iniciales me permiten asegurar que estamos en condiciones de abatir, al menos, 5 por ciento de esa energía cada cinco años. Así, es de esperar que en 2050 acumulemos una disminución del orden de 25 por ciento. Mostraré con ilusión algunas condiciones para ello, pero también con la prudencia requerida, así como lo que representará. Siempre en un marco de impulso firme a la justicia energética. Siempre. De veras.

NB: Se nos fue un gran físico, nuestro respetado y querido Raúl Perusquía. Impecable especialista en ingeniería nuclear. Abrazo cariñoso a su familia, a Rosita Perusquía y a sus hijos. ¡Raulito sigue y seguirá entre nosotros!