
Sábado 30 de agosto de 2025, p. a12
La aparición de un nuevo disco de Nusrat Fateh Ali Khan es motivo de gozo, asombro y celebración.
A la fecha, rebasamos ya el centenar y medio de discos publicados con esta música desde el deceso prematuro de personaje tan fascinante. Murió en 1997, a los 48 años.
Al número de subyugados por su arte se agregan legiones cada vez que suena alguno de sus álbumes, y cuando se edita uno nuevo, como es el caso, brotan nuevas multitudes de convertidos.
La discografía oficial de este artista paquistaní es abundante, pero no llega al centenar y medio. Lo que sucede es que las recopilaciones, versiones medio piratas, ediciones a partir de originales tomados de sus discos y sobre todo las grabaciones de conciertos en vivo, y todavía más: los remixes y versiones, explican la multiplicación de los panes y los dones.
El nuevo disco se titula Bollywood Superhits: The Originals; consta de 10 piezas y dura dos horas con 12 minutos. Recoge algunas de las colaboraciones que realizó Nusrat Fateh Ali Khan para la industria cinematográfica en idioma hindi, afincada en Bombay, e inicia con un ejemplo de esa música con otros intérpretes, los hermanos Sabri.
Nusrat Fateh Ali Khan es el máximo representante del canto qawwali, música devocional proveniente de India que fusiona ritmos arábigos e indostaníes. Está ligada al sufismo y posee poética sublime.
Nuestro personaje nació en Punjab, Pakistán, en 1948, en una familia originaria de Jalandhar, India. Su padre, Fateh Ali Khan, fue un gran musicólogo, vocalista e instrumentista de música qawwali, recipiendario de una tradición familiar que data de seis siglos.
Nusrat comenzó por aprender a ejecutar la tabla, ese instrumento de percusión consistente en dos tambores de gran potencia y hondura emocional en su sonido.
Al morir su padre, Nusrat continuó su aprendizaje con sus tíos. Aprendió el canto qawwali a cabalidad y con el tiempo se convirtió, dada la autoridad que le confería el poderío de su canto, en el jefe de la orquesta familiar.
Dominaba ya el canto en urdu y punjabi y también en persa, braj bhasha e hindi, siempre dueño de capacidades infinitas para las improvisaciones.
Su catapulta fue el WOMAD, festival World of Music, Arts and Dance, en Londres, en 1985. Luego ocurrieron sus conciertos que hicieron historia en París, en 1985 y en 1988, uno de los cuales tuve la fortuna de ser testigo.
En escena, Nusrat Fateh Ali Khan es de lo más impactante que se tenga memoria. Al centro de su orquesta, sentado en posición de flor de loto, parece flotar mientras el sonido de la tabla, la tanpura, el dholak, el armonio, el entrechocar de palmas y el estruendo mágico de su potente voz nos trasladan de inmediato a otras galaxias.
No hay palabras para describir la música de este que fue un ser superior. Recomiendo la escucha de sus discos, en especial los de la disquera Real World. Garantizo experiencias místicas, un estado de euforia muy creativo y una sensación de flotar también.
El canto qawwali tiene como objetivo hacer contacto con la divinidad. Consiste en esquemas melódicos que se repiten, nacidos del formato raga, de India. Hay muchos músicos que cantan qawwali de manera extraordinaria, pero lo que hace Nusrat Fateh Ali Khan es algo fuera de este mundo.
Puede hacer que una pieza, que en alguno de sus discos es de 10 minutos, dure en uno de sus conciertos una sesión de media hora, mientras él suda, gime, grita, entona melopeas que van del susurro al relámpago al trueno. Nos invade una ensoñación, un velo de sudor, un entrar en trance en oleadas de placer.
La repetición es parte fundamental del canto qawwali. Un modo de repetición que no repite compases ni notas, simplemente crea el efecto hipnótico de la repetición. Es un acto de magia.
La música qawwali, de entraña milenaria, ha influido fuertemente a la música de Occidente. Por ejemplo en uno de los compositores más importantes del orbe, el estadunidense Terry Riley, quien acaba de cumplir 90 años y cuenta entre sus obras con una piedra de toque titulada In C (En Do), una de las pocas piezas que pueden considerarse realmente minimalistas (pues no toda su obra lo es, ni la de Philip Glass o la de Steve Reich, aunque tengan como estructura la repetición aparente).
Ese autor, Terry Riley, es un creador de magia, y eso lo aprendió de músicas de raigambre milenaria como el canto qawwali, que tiene magia.
Dice Terry Riley: “Magic is the sense of trascendence on this ordinary life into another realm”. La magia es el sentido de trascendencia en esta vida ordinaria hacia otro reino, o bien: hacia otro ámbito, esfera, mundo, atendiendo a los significados del término “realm”.
Y es que ese es uno de los resultados de la escucha de la música qawwali y en particular del canto de Nusrat Fateh Ali Khan. Nos traslada a otra vida, en el sentido de reino que confiere Pascal Quignard, quien designa su serie de libros numerados con el título Último Reino, por su convicción de que esta existencia es la última vida de cada quien.
El canto de Nusrat es inmortal, trasciende las eras y nos acompaña cada vez que regresamos a este plano terrenal, y lo hace con un estruendo de relámpagos y truenos, de casi alaridos que nacen de su pecho y nos hacen crepitar, temblar, tiritar. Nos estremece.
Es una voz manantial que asciende, crece, se detiene y estalla como un petardo, y solamente baja a tierra la vara que acompañaba al cohete que tronó en el cielo, siguiendo la costumbre oriental, adoptada en muchos lugares de México, de ahuyentar con ruidosa pirotecnia a los malos espíritus, vincularnos a la purificación, ponernos en el modo celebración e invocar la buena suerte y, sobre todo, auxiliarnos a conectar con lo divino.
Alarga vocales, ordena secuencias melódicas, amasa mareas de sonido, nos conduce a repentino frenesí en tanto la tabla, ese par de tambores mágicos, suena a lluvia de rocas sobre el tejado. Todo es encanto y éxtasis, todo es quietud en movimiento, velocidades asombrosas, ritmos intrincados, nidos de nubes.
Música vaporosa por excelencia, la magia de Nusrat Fateh Ali Khan se extiende de manera natural. Sucede que, en cuanto termina el disco, nuestra mente sigue resonando con esa música y nos acompaña todo el tiempo, como una ensoñación.
A diferencia de los pensamientos recurrentes, el canto de Nusrat en nuestra mente, cuando el disco ha cesado hace mucho tiempo, es una manera de respiración, una variante de la meditación trascendental, una forma de trascendencia.
Penetra las horas, los días. Queda para siempre. Basta escuchar una vez alguno de sus discos para que nos transforme. Es una forma de liberación, un abandonarse al gozo.
Debemos a Peter Gabriel el conocimiento del arte de Nusrat porque en cuanto se conocieron, en el festival WOMAD, entablaron una relación que fructificó en discos ahora clásicos como Mustt Mustt, Night Song, Star Rise, con la colaboración del guitarrista canadiense Michael Brook, siempre en la disquera que fundó Peter Gabriel: Real World.
Canta Nusrat Fateh Ali Khan y es de noche, pero es de día, pero amanece. Es una música sin tiempo que permanece y se evapora y nos eleva.
Quede en la mente para siempre esta magia, este traslado a otro reino.
Quede el espíritu de este músico que tiene nombre de abracadabra, porque cada vez que decimos Nusrat Fateh Ali Khan, estamos diciendo magia, sudor, éxtasis.