Opinión
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Justicia a la americana
H

ace muchos años que soy lector de John Grisham, autor de best sellers aparentemente ligeros sobre la administración de justicia en el sur de Estados Unidos. Algunos de sus libros han sido llevados a la pantalla grande, protagonizados por estrellas como Susan Sarandon, Samuel L. Jackson, Sandra Bullock, Gene Hackman, Tom Cruise o Matthew McConaughey. En sus novelas parece increíble la vesania de los jueces, la canallería de los fiscales, la corrupción de las policías, la ignorancia de los jurados, la estulticia de los legisladores, las mentiras flagrantes y la seudociencia de los expertos que testifican. El racismo galopante, la discriminación y la injusticia parecen de caricatura… hasta que aparece la realidad.

Porque ese autor de novelas superventas dedica parte de su tiempo y su dinero a proyectos que buscan eliminar la pena de muerte y salvar la vida de reos condenados a la misma, y aún más, a demostrar la inocencia de personas injustamente condenadas. Y ahora, en coautoría con el sacerdote Jim McCloskey, quien coordina organizaciones de defensa de esas personas injustamente condenadas, ha decidido pasarse a la no ficción (ya lo había hecho con El proyecto Williamson, pero no a este nivel). Así, Grisham y McCloskey eligieron 10 historias (aunque a lo largo de ellas deslizan datos sobre decenas más) para contar, en Inocentes, esos casos increíbles. Dice Grisham: “Nuestro propósito con este libro es concienciar sobre las condenas injustas y… ayuda a evitar que se produzcan más. Es un esfuerzo por sacar a relucir algunas tácticas terribles y abusivas que utilizan las autoridades para condenar a personas inocentes”. Como a fin de cuentas Grisham no está contra el sistema, no dice lo que cualquier lector puede encontrar en el libro: no son algunas tácticas, sino un sistema podrido hasta la médula.

McCloskey, quien tampoco es opositor al gobierno estadunidense, pero que combate al sistema penal cotidianamente, lo dice más claro: “víctimas de un sistema penal sumamente fallido… Las condenas no obedecieron a errores involuntarios… No, tuvieron su origen en la mala praxis y el chantaje de las fuerzas del orden… a través de una amplia variedad de medios ilícitos”. Pero las 10 historias aquí contadas son excepciones, los condenados –casi todos negros pobres, algunos blancos pobres que eran soldados y marinos, una negra, excepcionalmente un blanco de clase media al que condenaron en buena medida por acusarlo de ser homosexual– fueron exonerados después de muchos años de estar encarcelados, pero la mayor parte de quienes están en su situación, siguen en prisión, en un país con penas exorbitantes para cualquier delito.

Existen dos elementos comunes en todas las historias contadas en el libro y en las más de 100 que se sugieren: la corrupción y prepotencia de las autoridades policiacas y judiciales, y la discriminación y el racismo. Y aparece un tema que debe preocuparnos hoy: aunque soy partidario sin reservas de que la Suprema Corte de Justicia sea electa por voto popular, no estoy tan seguro de que deba ser así con los jueces de distrito y así por el estilo: el ejemplo de la justicia a la americana es terrorífico: los jueces, electos por voto popular, hacen política, y en estados como Texas (el más recurrente en el libro), la hacen al servicio de los prejuicios más rancios posibles. ¡Ay de aquel juez que no actúe como si el mundo no tenga 5 mil años y no descendamos todos de Adán y Eva! Perderá sin duda las siguientes elecciones. ¿Jurados populares? Más allá de que puedan ser comprados o amenazados, el chantaje policial y el aplastante poder del Estado (que recurre a policías, forenses, expertos y lo que sea) los pone casi siempre de un solo lado, sobre todo en este tipo de casos, cuando los acusados no pueden pagar a abogados ilustres ni a expertos que contradigan a los de la fiscalía. Si los acusados de estas historias volvieron a salir libres fue porque asociaciones humanitarias con importantes recursos económicos retomaron sus casos: sin ese dinero, seguirían todos en la cárcel.

Casi termino, ¿ese país es la policía del mundo, ese país que nos amenaza, siendo el primer consumidor de droga y el primer vendedor de armas, se atreve a hablar de justicia? ¿El país con más ciudadanos propios en cárceles, el país de los 200 mil desaparecidos anuales? Termino con una última cita de John Grisham:

“Hay unos 2.3 millones de estadunidenses entre rejas, la tasa más alta jamás conocida. Encerramos a más conciudadanos que ningún otro país en toda la historia. Ello causa un perjuicio social y económico a nuestros ciudadanos más vulnerables: la gente pobre de color…

“Desde que comenzamos ‘la guerra contra las drogas’ en los años 70, el número de presos se ha disparado, mientras el consumo apenas ha disminuido… Hemos perdido la guerra contra las drogas… Los hombres negros, pobres y sin estudios son los más afectados por la encarcelación masiva.”