l domingo 13 de julio en las calles de Pachuca se realizó a una marcha pacífica en apoyo a la resistencia de diversos colectivos y organizaciones en contra del proyecto fotovoltaico en los municipios de Singuilucan Epazoyucan, el cual tiene como fin convertir miles de hectáreas de maguey y tierras productivas en campos de espejos solares.
Como lo documentó Laura Rivera al entrevistar a Brisa Fernanda Flores, del colectivo El Maguey en la Casa de Todos, ella y ellos denuncian con claridad que lo que está en riesgo no es sólo el paisaje sembrado de agaves, sino el corazón mismo de la cultura tlachiquera, esa que cada madrugada ve a hombres y mujeres tlachiquiando
, extrayendo aguamiel, para luego cuidar los tinacales y transformar el jugo dulce en pulque.
Esa bebida blanca, fermentada, no sólo alimenta el cuerpo, sino la identidad de un pueblo; de esas tierras brota el aguamiel que abastece no únicamente a los mercados locales, sino que llega a múltiples partes de la república en forma de destilados. ¿Es sensato sacrificarlo todo en aras de megaproyectos solares cuyos beneficios ni siquiera se quedarán en la región?
Los proyectos fotovoltaicos que se pretenden desarrollar en Epazoyucan y Singuilucan implican el arrendamiento o compra de extensas superficies ejidales, con cambios de uso de suelo de agrícola a industrial. En muchos casos, campesinos son convencidos de firmar contratos que los atan durante 30 años, sin garantías para sus herederos. El resultado es un despojo silencioso que, bajo la bandera de la modernidad y las energías limpias
, amenaza con devastar territorios completos.
Las empresas involucradas, como Baywa, Kenergy y Dhamma Energy, aseguran que la zona es árida
, como si sobre esas tierras no creciera nada; la realidad es que en esos terrenos se cultivan maguey, nopal, cebada y maíz; la vegetación que pretenden remover no es maleza inútil, sino parte de un equilibrio ecológico que sostiene flora, fauna y ciclos de agua. No se trata sólo de magueyes: son ecosistemas con insectos, aves, mamíferos, y mantos acuíferos que, de afectarse, pondrían en riesgo incluso el abastecimiento de agua en Pachuca, estado de México y la Ciudad de México.
Cientos de personas recordaron los ecocidios recientes en Calpulalpan, Tlaxcala, o Nopala de Villagrán, Hidalgo, para advertir lo que ocurre cuando se instalan parques solares de gran escala: deforestación masiva, aumento de temperaturas locales y una perturbadora disminución de lluvias. En Nopala, la gente habla de cómo estos armatóstenes
(los paneles solares) parecen inhibir la lluvia y secar mantos acuíferos. En Calpulalpan, la devastación ambiental es patente y sirve de advertencia sobre los costos de estos proyectos cuando se ejecutan sin responsabilidad ni consulta social.
La Secretaría de Desarrollo Económico de Hidalgo presume una inversión de 6 mil 460 millones de pesos y la generación de 440 empleos directos e indirectos. Pero ¿cuál es el precio real de esa inversión? ¿Qué vale más: unos cientos de empleos temporales o la preservación de un ecosistema y una cultura que lleva siglos alimentando cuerpos y almas? Porque, si el maguey desaparece, con él se irá una parte del alma de Hidalgo y cientos de tlachiqueros.
La transición energética es urgente, pero no puede construirse sobre el despojo ni sobre la muerte de culturas vivas. Si se sigue imponiendo este tipo de megaproyectos sin consulta real, sin transparencia, y sin respeto a los ecosistemas, estaremos firmando la sentencia de muerte de nuestro propio patrimonio. Nadie se puede comer una ensalada de billetes.