De EU: el bueno, el malo y lo peor
después de los discursos la pregunta, en la cena de los zombies, se levantó casi unánime: en México, ¿quién lleva las relaciones con el gobierno de Estados Unidos? ¿El embajador Johnson o el eco de las amenazas y los caprichos de Trump, el mexicano Larry Rubin?
Por obligación, porque el cubierto en la cena de aquella noche en el hotel de Polanco costó 4 mil pesos y no los podían perder, o porque las intimidatorias advertencias no hacían mella en sus limpias consciencias y buscaban protección trumpista para evadir sus obligaciones fiscales, o porque simplemente son unos sinvergüenzas, por lo que usted quiera, pero ninguno de los que pagaron su entrada para darle la bienvenida al boina verde que cobrará como embajador de EU en México se levantó de la mesa para no seguir escuchando los ataques contra nuestro país.
Johnson explicó en su discurso que llegó a México para inaugurar una nueva etapa en las relaciones entre los dos países, y Rubin criticó, en esta nueva era, al gobierno de Claudia Sheinbaum en su calidad de verdadero jefe de la embajada o de contlapache del mismo Johnson, como sea, pero entre otras cosas culpó al gobierno de la Presidenta de México y a su administración de no hacer lo debido para frenar el contrabando de fentanilo hacia el país del norte, y con ello justificó las redadas en contra de sus paisanos: los mexicanos.
También trató de apretar tuercas y dio una idea de que el tratado comercial entre México y EU debe ser sometido a negociaciones de inmediato, en un tono que fue calificado de amago en nuestra contra. Rubin, quien por equivocación nació en la Ciudad de México hace poco más de medio siglo, y que bien podría considerarse como otro de los damnificados de la 4T o de López Obrador, como usted guste, porque como director ejecutivo de la asociación de la industria farmacéutica no le fue muy bien, se quitó la careta con la que había tratado de engañar a los políticos mexicanos durante algunos años en los que elogió la relación bilateral y ahora descargó, seguramente con el sello de la impunidad que le ofrece la marca Trump, toda su frustración en contra de la administración Sheinbaum.
Y así, aquella noche, la de los políticos zombies, hubo quien buscó afanosamente un cacho de la impunidad que suponen tiene el trumpismo en el mundo para, por ejemplo, tratar de evadir los impuestos que le deben no al gobierno de México, sino a sus habitantes.
Eso es lo peor de aquel momento de festejo en el que se daba como hecho que nuestro país recibiría un castigo
arancelario, que Rubin justificaba y aplaudía, mientras los que se niegan a pagar las contribuciones para el desarrollo del país metían sus dineros, dólares seguramente, en la fiesta que se armó para dar la bienvenida al verdugo y su cómplice.
Tal vez estemos en la presencia de una de las más viejas y usadas estrategias de tortura, esa del policía bueno y el malo. En esta ocasión –qué vueltas da la vida–, el que llevó la boina verde será el bueno. El papel de malo, ya se probó, le tocó al nacido en México. Vaya fiesta la del fin de semana ¿no?
De pasadita
El asunto es que por fin ya aparecieron en algunas calles y avenidas de la ciudad los invisibles agentes de tránsito, a quienes se consideró, en tiempos recientes, en peligro de extinción, pero regresaron ciegos y mañosos.
Sus llamativos uniformes, diferentes al del policía común, los hacen inconfundibles y es muy frecuente verlos exigir a un chofer los permisos que debe tener para circular, mientras a su lado se crean verdaderos nudos viales que a ellos nada les importa.
¡Qué bueno que reaparecieron! ¡Qué malo que sólo estén ahí de figuras decorativas, por no decir otra cosa! Ya es hora de que Pablo Vázquez les ponga un hasta aquí. Urge.