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Rosario Castellanos y la cultura femenina
A

yer se cumplieron 100 años del natalicio de Rosario Castellanos, una de nuestras más grandes escritoras, quien destacó por la calidad literaria de sus textos y por la profundidad con que abordó la condición de marginación y subordinación en que vivían las mexicanas, y criticó los valores, estereotipos, prejuicios y actitudes que la sociedad patriarcal les imponía. Por ello Rosario Castellanos fue pionera del feminismo mexicano y sigue siendo un referente fundamental para entender el mundo de las mujeres, sus problemas, su sensibilidad, sus sueños y aspiraciones y los obs­táculos que enfrentan para hacerlos realidad.

Su tesis de maestría, Sobre cultura femenina, es una rigurosa investigación en que crítica las opiniones de los filósofos y pensadores occidentales acerca de la mujer y sus capacidades intelectuales y creativas. Tras criticar a Schopenhauer, Weininger y Simmel, quienes consideraron a las mujeres inferiores e incapaces de crear cultura añadió:

“Es reveladora en este aspecto la actitud de Virgilio, que no coloca a ninguna mujer en sus Campos Elíseos, o en otro, la de Mahoma que las expulsó de su paraíso. Aristóteles se admira de que los mitilenos tuvieran en sumo honor a Safo, ‘aunque era mujer’. Eurípides, más cruel, se lamenta de que ‘no haya otro medio, fuera del femenino, para perpetuar la especie’. Juicios peores abundan. J. P. Moebius trató de demostrar, con pruebas ‘científicas’, que las mujeres tenían una deficiencia mental fisiológica. Y qué decir de los padres de la Iglesia. San Pablo afirmó que la mujer era naturalmente un animal enfermo y Santo Tomás la definió como un varón mutilado. Nietzsche redujo el problema al embarazo: ‘en la mujer todo es enigma y este enigma tiene un nombre: preñez’”.

Después de este repaso, Rosario sintetiza sus opiniones: Sé, por ellos, que la esencia de la feminidad radica fundamentalmente en aspectos negativos: la debilidad del cuerpo, la torpeza de la mente, en suma, la incapacidad para el trabajo. Las mujeres son mujeres porque no pueden hacer ni esto ni aquello, ni lo de más allá. Y esto, aquello y lo de más allá está envuelto en un término nebuloso y vago: el término de cultura. Por ello concluye:

“El mundo que para mí está ce­rrado tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos del sexo masculino. Ellos se llaman a sí mismos hombres y humanidad a la facultad de residir en el mundo de la cultura y de aclimatarse a él… Ni yo ni ninguna mujer tenemos nada que hacer allí… El hombre es el rey de la creación… Él es quien dice los discursos, organiza la política y dicta las leyes. Él es quien escribe los libros y quien los lee, quien modela las estatuas y el que las admira. Él descubre las verdades y las cree y las expresa. Es el que tiene los medios de comunicación con Dios, el que oficia en sus altares, el que interpreta la voluntad divina y el que la ejecuta. Él es el que diseña los vestidos que usarán las mujeres y el que aprueba el diseño de los vestidos… Todo está sujeto a su dominio y depende de su habilidad: las cosas, los animales, las mujeres”.

En esa investigación describe la desproporción en las obras culturales masculinas y las pocas hechas por mentes y manos femeninas. La explicación no está en la incapacidad natural creativa de las mujeres, sino en la asimetría entre las posibilidades y medios que ofrece la sociedad a unos y otras, en el condicionamiento social, en la asignación tan dispar de roles y en la interiorización de esos roles de unos y otras.

En su reflexión, encuentra que los hombres logran trascender a través de la cultura. Las mujeres, por el contrario, trascienden a través de la maternidad. No significa eso que sean incapaces de crear, de investigar, de escribir. Se trata del condicionamiento social que las lleva a cumplir un papel que les es impuesto: la reproducción, los cuidados, la educación de los hijos. Por eso escribe: La mujer, en vez de escribir libros, de investigar verdades, de hacer estatus, tiene hijos.

Sobre cultura femenina es un parteaguas en la reflexión de las mujeres sobre su propia condición y es una obra pionera del feminismo mexicano. Con su propia vida y obra, Rosario demostró que crear cultura y ser madre, no era una disyuntiva incompatible.

En toda su vasta obra literaria posterior continuó su lucha contra el destino que la sociedad asigna a las mujeres, impulsando que fueran libres de hacer, pensar y decir lo que quisieran, de tener derechos, voluntad propia. Cada vez fue mayor su defensa de los derechos femeninos, incluida su libertad sexual, al igual que una crítica política ya no sólo contra las costumbres, la cultura masculina, la asimetría de las relaciones sociales, la pobreza y marginación, la subordinación femenina, sino también una crítica contra la represión gubernamental, como en su Memorial de Tlatelolco, poema que denuncia la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968:

La pluma de Rosario escribió algunas de las páginas más bellas de la literatura mexicana sobre el amor, los sueños, la esperanza, el desamor, los celos y la desesperanza. La mejor manera de recordarla es leyéndola, discutiéndola, valorándola. Su pensamiento sigue vivo y nutre nuestra reflexión sobre la realidad que vivimos y sobre nuestras mujeres hoy.

*Historiador