yer concluyó sus actividades la más reciente edición de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), efectuada en Washington para celebrar el primer mes de Donald Trump en su regreso a la Casa Blanca. Como ya se volvió el sello de estos encuentros, los oradores y asistentes aprovecharon el foco mediático para dar rienda suelta a discursos de odio, proferir retahílas de mentiras sin pestañear y amenazar al mundo con el desmantelamiento de los derechos humanos. Todo ello, en nombre de la libertad
.
El anfitrión y festejado se vanaglorió de haber despedido a miles de empleados del gobierno federal, felicitándose por dominar
Washington y lograr algo nunca antes visto. No mencionó que miles de esos burócratas a quienes envió a empacar
han sido llamados de vuelta a sus puestos porque el Departamento de Eficiencia Gubernamental, encabezado por Elon Musk, los despidió sin saber que realizan funciones tan cruciales como armar ojivas nucleares. Fiel a su estilo de hacer exhibiciones de bravuconería verbal, el mandatario insistió en su molestia con México y Canadá por el tráfico de fentanilo, pese a que su administración ya alcanzó acuerdos provisionales con ambos países con el fin de frenar el flujo de la droga sintética.
Sin embargo, la CPAC de esta semana no fue una más, sino que pasará a la historia como un punto de inflexión en el avance del neofascismo, la ideología que replica a los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX, pero sin su componente de estabilidad laboral y mínimos de bienestar general. Allí, el ex asesor de Trump, estafador y experto en creación de noticias falsas Steve Bannon, así como el actor mexicano Eduardo Verástegui, replicaron el saludo nazi realizado por Musk semanas atrás; mientras el denominado zar
para asuntos fronterizos, Tom Homan, aseguró que borrará de la faz de la Tierra
a todas las personas que considere criminales.
Cuando en un mismo evento se vuelve práctica recurrente la glorificación del régimen que exterminó a decenas de millones de seres humanos y uno de los oradores habla de poner en marcha un exterminio, la comunidad internacional no puede actuar como si se tratara de un juego, sino asumir la existencia de un grupo identificado con el totalitarismo y que hoy por hoy gobierna al país con el mayor poderío militar del planeta. Al mismo tiempo, debe señalarse la responsabilidad de los grandes medios por facilitar la normalización de la extrema derecha al llamar polémicos
, libertarios
o ultraliberales
a quienes piensan, hablan y se comportan como fascistas. La sociedad no puede cobrar conciencia del peligro que se cierne sobre el mundo si la amenaza es disfrazada con eufemismos.
Hay una contraparte grotesca a los ominosos signos de crecimiento del fascismo, que hoy podría tener una ratificación si el partido neonazi Alternativa para Alemania consigue la votación prevista por las encuestas. El mencionado Verástegui y el presidente argentino Javier Milei, los rostros latinoamericanos más conocidos de la CPAC, desempeñaron el papel de tristes comparsas que –el primero desde la irrelevancia política y el segundo desde el poder– ponen a sus países a los pies de Washington y de los oligarcas que no disimulan la lógica de saqueo que los mueve. En su afán por congraciarse con la élite estadunidense, estos personajes desnudan sus complejos y las miserias de las derechas latinoamericanas, las cuales voltean a Wa-shington por su incapacidad para articular proyectos propios.