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Nosotros ya no somos los mismos

Diálogos de un movimiento social con el Presidente en Los Pinos

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▲ El lugar que desde el presidente Lázaro Cárdenas fue la casa donde despachaban los titulares del Ejecutivo federal, ahora es un complejo cultural.Foto Marco Peláez
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on anterioridad a nuestra cita en Los Pinos nos habíamos repartido los roles: Carlos Hidalgo pareció ideal para que leyera nuestro pliego petitorio. (Así lo hizo, con voz de Manuel Acuña cuando el texto era patriótico y sentido y, en los momentos de exigencia y rebeldía, con tono de Díaz Mirón). Gómez Peralta, quien sería, sexenios después, secretario del Trabajo, expuso las condiciones lamentables en que desarrollaban su trabajo los conductores de las unidades del transporte así como los mecánicos de los talleres propiedad de los concesionarios. Alfonso Zegbe hizo mención a que el aumento de las tarifas obligaba a muchos estudiantes a escoger qué días asistían a clases, según les alcanzaba.

De pronto el Presidente dijo: “ahora escúchenos, tenemos respuestas para ustedes. Por favor –le dijo a un asistente– léales a los amigos nuestra contestación”. No dejó de sorprendernos que ya tuvieran la contestación a nuestras demandas, cuando apenas las habíamos terminado esa madrugada. Como ven, la infiltración y el quinta columnismo no son recursos de estos tiempos. Al terminar la lectura había un silencio total. El presidente intentó hacer uso de la palabra, pero los nervios que yo tenía me llevaron a la impertinencia de hablar al mismo tiempo. Don Adolfo, educadamente, habló: por supuesto compañero. El rector, que estaba a su lado, le dijo sotto voce (que como todos sabemos, quiere decir chismorreando en la oreja): éste es Ortiz Tejeda. Entonces don Adolfo se dirigió a mí y me preguntó ¿tú de dónde eres? De leyes, le contesté. N’ombre me atajó. No dónde estudias, sino dónde naciste ¿No tienes parientes en Veracruz? No, señor, contesté. (Y me perdí, por ignorante, de un trato preferente y hasta una oferta de empleo, pues tarde me enteré que don Adolfo había trabajado bajo las órdenes del general Adalberto Tejeda quien siempre le deparó un trato muy amistoso). ¡Sigue, sigue! –me indicó don Adolfo. Y yo, ya entrado en gastos, seguí. Primero le agradecí concedernos la entrevista solicitada y luego, por supuesto, expresé nuestro regocijo por la decisión de no autorizar el aumento al costo de los pasajes, que había sido nuestro inicial reclamo. Pero vino el primer coscorrón: ¿Cómo piden ustedes que se municipalice el transporte en la ciudad, si ésta no es un municipio? Por otra parte, derogar los artículos relativos a la disolución social corresponde al Poder Legislativo que va entrando, yo ya voy de salida. Luego se dirigió a mí y me interpeló: ¿tu exigencia, Tejeda, de que salgan todos los militares de las escuelas de educación superior incluye al Colegio y la Médico Militar? No esperó respuesta, cordial dio la mano a los cercanos, dio la vuelta y se retiró seguido de su comitiva. Nos quedamos pasmados y después empezó el acostumbrado alegato: estupendo encuentro, los unos. Qué inútil encerrona, los otros. Así llegamos al Zócalo, donde una multitud estaba expectante por conocer los acuerdos. La mayoría de la comisión tomó el micrófono y dio su personalísima versión de lo acontecido. Las reacciones de la multitud respaldaban con toda clase de expresiones su apoyo o rechazo a lo que cada orador iba exponiendo. A mí me tocó intervenir y dije: aquí ninguna de las dos partes tiene total razón y les pido tres minutos a los dos bandos para explicar lo que estoy afirmando. Primero: aunque coincidiera por completo con quienes consideran que ganamos plenamente el diferendo, reconozco que sólo a ustedes correspondería aceptar o no la propuesta. De igual manera, a los opositores les hago notar que un rechazo absoluto es una contradicción a la razón de nuestro movimiento, pues de entrada nos negamos a aceptar la resolución favorable a la primera de nuestras reclamaciones pero, por encima de todo, hay una condición insalvable: no decidir por los demás, ni nosotros por ustedes, ni ustedes ni nosotros por nuestras bases. Vayamos a conocer su decisión (aplausos y rechiflas) y obremos en consecuencia. Esto ya jamás sucedió y el entusiasmo y empuje menguaron hasta que el movimiento se apagó de muerte natural. Sin embargo, las tarifas bajaron, el Ejército salió del Politécnico, a los trabajadores los reinstalaron, 10 años después se derogaron los artículos relativos a la disolución social y anticipamos una convicción del presidente Allende: las revoluciones no pasan por las universidades, las revoluciones las hacen los trabajadores.

Al final de un largo partido, los sobrevivientes aún nos preguntamos: ¿la primera escaramuza la perdimos, la ganamos o todo lo contrario?

@ortiztejeda