Editorial
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México-EU: el riesgo verdadero
E

l secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, afirmó que México está preparado para dar continuidad a la relación con Estados Unidos, independientemente del resultado del próximo proceso electoral por el que se elegirá al nuevo presidente o presidenta del vecino país del norte. El canciller expresó a los integrantes del Senado la claridad del gobierno federal acerca de las diferencias entre Kamala Harris y Donald Trump; pero asimismo ratificó la preparación para hacer frente a la circunstancia que se presente, en el entendido de que es necesario mantener una buena relación sustentada en el respeto a la soberanía. Las apreciaciones del ex representante nacional ante Naciones Unidas coinciden con las de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien se mostró confiada en que habrá un buen trabajo con quien decida el pueblo estadunidense, y recordó que la Constitución mexicana excluye una toma de partido por parte de las autoridades.

Las manifestaciones del encargado de la política exterior y de la titular del Ejecutivo se corresponden con una realidad en la que se ha logrado construir una relación bilateral sólida, capaz de resistir a las pruebas de estrés a que se ve sometida la colindancia entre naciones y, sobre todo, a las que plantea un vecino tan peculiar como Estados Unidos. En cuanto a la posibilidad de un regreso del magnate y el consiguiente cambio de signo en la Casa Blanca, cabe recordar que en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ya se vivió sin sobresaltos la transición de Donald Trump a Joe Biden, y que ni en 2018 ni en 2021 se produjo la colisión que vaticinaban algunos comentócratas opositores.

No hay razón alguna para suponer que la presidenta Sheinbaum y su equipo se vean en apuros para mantener los vínculos en un cauce de respeto y beneficio mutuo, ya sea ante los diferentes temperamentos de Biden y Harris o en el escenario de una mudanza del azul demócrata al rojo republicano en la Casa Blanca.

En realidad, para México la verdadera preocupación no es la estabilidad de su relación bilateral con Estados Unidos, sino la estabilidad interna de la superpotencia. En efecto, la extremada polarización, la partidización de la justicia, la sistemática siembra de odios raciales por parte de supremacistas blancos y la declarada negativa del ex presidente a reconocer un resultado que no le dé la victoria forman densos nubarrones en el futuro inmediato de ese país. El antecedente del intento de manipular los resultados electorales de 2020, que culminó con el asalto al Capitolio perpetrado por una horda trumpista el 6 de enero de 2021, advierte de la posibilidad de que se precipite una crisis incluso peor si Harris se lleva la mayoría de los colegios electorales. Por otra parte, el triunfo de Trump no despejaría los riesgos, pues es previsible que exacerbe el racismo institucionalizado y ahonde la grieta que divide a la sociedad del país vecino.

Cabe esperar que nada de ello ocurra y que los estadunidenses logren procesar sus diferencias en un marco democrático, pero es prudente prepararse para diversos escenarios de inestabilidad institucional en Washington en la medida en que lo que ocurre en Estados Unidos impacta al resto del mundo. Estas prevenciones cobran mayor importancia dada la costumbre de la superpotencia de buscar salidas a sus problemas internos mediante aventuras bélicas y complots intervencionistas en el exterior.