iempo de mujeres para que no nos sigan las sombras viejas sobre la tierra nueva. La huérfana Jesusa Palancares dejó su vida miserable en Oaxaca y se fue a la Revolución a combatir. Conoció todo el país en la emergencia de la guerra hasta que, ya vieja, terminó sus días en una vecindad insalubre. Su vida se inició y terminó igual. En la zona de los desechables.
Quien visibilizó la vida de Jesusa Palancares, aquella mujer que sobrevivió a la violencia en sus diferentes manifestaciones, también ha sido violentada: por otros escritores, académicos, políticos y militantes que no comparten sus ideas o simplemente por ser mujer.
Con ese panorama, Elena Poniatowska podría no haber escrito más, pero sabe, como la británica Jess Philips, que la violencia contra las mujeres y las niñas comienza y termina con la censura. Todas las formas de violencia contra la mujer dependen del silencio. El silencio es el gran cómplice. Por eso sigue compartiendo sus asombros con su prosa magnética.
En este mundo patriarcal tan normalizado, menos de 10 por ciento de los acervos de los museos en el mundo tienen obra de artistas mujeres, y de ese porcentaje muy poco se exhibe. La Pinacoteca Nacional de España es un buen referente: tiene obra plástica de 53 mujeres contra las 5 mil obras creadas por varones.
La invisibilización de la mujer en la sociedad es muy notoria en todas partes y también alcanza a la dramaturgia, le digo a Estela Leñero, quien acaba de publicar Tiempo de mujeres en el teatro mexicano del siglo XXI.
–Si observas, ves mesas redondas, antologías, participación en congresos, donde la presencia de las mujeres es casi nula… en teatro, directoras, creadoras, dramaturgas, escenógrafas e investigadoras apenas representan 30 por ciento. Entonces, además de la invisibilización, existe la marginación; no nos invitan a montar obras o a participar en mesas redondas; no nos incluyen en antologías.
La ensayista Irmgard Emmelhainz lo tiene claro: callar no es una opción. Tener voz es un elemento central para erradicar las distintas formas de violencia contra la mujer, es construir un espacio político que les ha sido negado. Es por eso que las escritoras, al expresar el mundo desigual entre hombres y mujeres, se convierten en amenaza. Fisuran el muro de silencio. Sor Juana, Rosario Castellanos y Elena Poniatowska han contribuido a que con su voz se escuchen las de otras.
También lo veía con nitidez Rosario Castellanos en los años 70: la mujer ha servido de telón de fondo para que resalte la figura principal: el hombre
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La brecha salarial entre hombres y mujeres es otro indicador que necesita transformarse: los datos estadísticos muestran que en México las mujeres ganan menos. Según el estudio Discriminación estructural y desigualdad social, realizado por la Secretaría de Gobernación, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación y la Comisión Económica para América Latina, los hombres reciben en promedio un ingreso laboral por hora trabajada 34 por ciento mayor al de las mujeres
. ¿Es poca la diferencia? Es mucha si consideramos que ellas tienen una doble jornada laboral: además de su trabajo se encargan, en su mayoría, de dar funcionalidad a los hogares.
Ya sabemos que a la mujer no debe definirla la reproducción, que debemos disociar sus cuerpos de la función reproductiva. Aunque La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha emitido sentencias que avalan el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y su salud reproductiva, y que ha establecido que la objeción de conciencia no puede ser utilizada para negar servicios de salud a las mujeres que solicitan un aborto, en muchas zonas del país se les sigue negando. Sólo en nueve entidades el aborto es legal hasta las 12 semanas de gestación: Ciudad de México, Oaxaca, Hidalgo, Veracruz, Colima, Sinaloa, Guerrero y Baja California Sur. La violencia contra la mujer para impedirle decidir sobre su cuerpo también es una forma de control político.
Cuando cayó el régimen del dictador Nicolás Ceausescu, se descubrieron cientos de niños que deambulaban por las calles de Rumania robando aquí y allá en busca de comida. Esos niños de la calle fueron los hijos de Ceausescu. Los hijos de la maternidad forzada. En la Rumania de Ceascescu estaban prohibidas las píldoras anticonceptivas y, naturalmente, el aborto. A las mujeres se les practicaba con regularidad un examen obligatorio para saber si estaban preñadas, y si lo estaban, eran vigiladas por el Estado con policías en los consultorios para que llevaran a buen término
su embarazo.
Hoy iniciamos una transición política histórica. Por primera vez tenemos una mujer Presidenta. Su acceso al poder se convertirá en el más fuerte cambio cultural en muchos años. Con ella, nos dice, llegaron todas. Es tiempo de mujeres para que no nos sigan las sombras viejas sobre la tierra nueva. Tenía razón la indómita Elena Garro: La sociedad mexicana no presentará transformaciones hasta que no acepte nuevos modelos de conductas para mujeres
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