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El impasse
A

l día siguiente en el que Kamala Harris fue declarada candidata a la presidencia del Partido Demócrata, empató a Donald Trump en las preferencias de los electores. Lo que no pudo hacer Joseph Biden en semanas, Harris lo realizó en unas cuantas horas. Hoy se puede asegurar que su vertiginoso ascenso se debió esencialmente al cambio en la imagen de la candidata.

Durante meses Biden trató por todos los medios de que los electores entendieran el esfuerzo que había hecho desde que llegó a la presidencia para sacar a Estados Unidos del atolladero de los cuatro años en los que Trump gobernó. El esfuerzo fue estéril; los números continuaban señalando la posibilidad de que Trump recibiera nuevamente las llaves de la Casa Blanca. La desesperación de los demócratas llegó a su límite y por fin Biden entendió el mensaje sobre la necesidad de dar paso a un nuevo candidato presidencial de su partido. Su vicepresidenta y corresponsable en la tarea de gobierno, Kamala Harris, recibió el espaldarazo del presidente. A los pocos días fue ungida como su sucesora en una estruendosa convención que movió las preferencias de la mayoría de los partidarios demócratas y algunos de los escépticos que integran esa gelatinosa masa de electores independientes o indecisos. La cura surtió efecto y de la noche a la mañana Harris ganó los cinco puntos que en las encuestas de opinión habían separado a Trump de Biden en los últimos meses. El resultado práctico es un empate virtual que hasta la fecha ha sido imposible romper.

La realidad es que Harris no sólo hereda los programas de gobierno de Biden, sino que ha anunciado que continuarán, e incluso los profundizará. El gran problema es que no existe una estrategia para explicar cómo lo hará. Uno de sus dilemas es superar el escepticismo de la sociedad sobre la forma en que seguirá con buena parte de esos programas, en particular los económicos con los que Biden, a pesar de la insidia de sus críticos, salvó la economía estadunidense. Con Harris se repite el mismo problema que el aún presidente ha tenido para explicar y convencer al electorado sobre las bondades de un plan de gobierno del que indudablemente se ha favorecido la mayoría de la población. Si Harris no encuentra la fórmula de hacerlo, el rompimiento del impasse puede favorecer a cualquiera de los dos candidatos. El creciente reclamo de sus partidarios es que explique más puntualmente sus intenciones y acabe, de una vez por todas, con las especulaciones de Trump y los republicanos sobre su incapacidad para gobernar a una nación que parece debatirse entre el regreso a un oscuro pasado y la continuación de su hegemonía en el mundo.

Mientras Kamala no sea capaz de ampliar y explicar en qué consiste su programa económico y su plan para atajar las críticas sobre los tropiezos de la política migratoria, será difícil romper ese impasse en su favor.

Faltan pocos días para que se celebre una de las más controvertidas elecciones en la historia de Estados Unidos, en opinión de quienes han estudiado estos asuntos. La moneda está en el aire y la decisión de quién será el próximo presidente yace en manos de un reducido número de indecisos en un puñado de estados. Conforme se aproxima el primer martes de noviembre, la tensión crece y con ella la incertidumbre.