Un noble que hacía milagros // Obispo de Michoacán que se lanzó contra Hidalgo // El texto que excomulga al padre de la patria
anuel Abad y Queipo nació en Villapedre (Asturias) en 1751 y murió en Toledo, España, en 1825, a los 74 años. Es decir, español de principio a fin. Y también noble a medias, pues fue hijo (de los llamados ilegítimos) de José Abad, conde de Toreno (y realizó su primer milagro, pues se le permitió usar el apellido de su ilegítimo papá). Pero además de su sangre medio azul, fue príncipe de la Iglesia, logrando ser obispo de Michoacán, lo que igual que ahora no es poca cosa, pues entonces allí el crimen organizado estaba compuesto por la alta jerarquía religiosa, los grandes hacendados, muy cristianos encomenderos y, por supuesto, los financieros tatarabuelos de nuestros contemporáneos, dueños de la banca, pero merecedores del banquillo.
Pues fue precisamente Abad y Queipo, en representación de todos estos señores, el autor de esta infame apostasía, de esta abjuración de sus principios que merece ser excomulgado. Veamos el documento en comento:
Por la autoridad de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de la Inmaculada Virgen María, Madre y Patrona del Salvador y de todas las Vírgenes Celestiales. Ángeles y Arcángeles, Tronos, Dominios, Profetas, Apóstoles y evangelistas de los Santos Inocentes, que en la presencia del Cordero son hallados dignos de cantar el nuevo coro de los Benditos Mártires y de los Santos Confesores, de todas las Santas Vírgenes y de todos los Santos juntamente con el Bendito Elegido de Dios, sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla ex cura del pueblo de Dolores, le excomulgamos y anatemizamos desde las puertas del Santo Dios Todopoderoso le separamos para que sea atormentado, despojado y entregado a Satán y Abirón y con todos aquellos que dicen al Señor, apártate de nosotros no deseando tus caminos, como el fuego se apaga con el agua, así se apague la luz para siempre a menos que se arrepienta y haga penitencia, Amén. Que el Padre que creó al hombre le maldiga, que el Hijo que sufrió por nosotros le maldiga, que el Espíritu Santo que se derrama en el bautismo le maldiga, que la Santa Cruz de la cual descendió Cristo triunfante sobre sus enemigos le maldiga, que María Santísima, Virgen siempre y Madre de Dios, le maldiga, que todos los Ángeles, Príncipes y Poderosos y todas las Huestes Celestiales le maldigan, que San Juan el precursor, San Pedro, San Pablo, San Andrés y todos los otros Apóstoles de Cristo juntos, le maldigan y el resto de los discípulos y evangelistas, quienes con su predicación convirtieron al universo y la admirable compañía de mártires y confesores, quienes por sus obras fueron dignos de agradar a Dios, le maldigan. Que el santo coro de las Benditas Vírgenes, quienes por honor a Cristo han despreciado las cosas del mundo, le condenen, que todos los santos, que desde el principio del mundo hasta las edades más remotas sean amados por Dios, le condenen. Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla en donde quiera que esté, ya sea en la casa, en el campo, en el bosque, en el agua o en la Iglesia. Sea maldito en vida y muerte. Sea maldito en todas las facultades de su cuerpo. Sea maldito comiendo y bebiendo, hambriento, sediento, ayunando, durmiendo, sentado, parado, trabajando o descansando y sangrando. Sea maldito interior y exteriormente; sea maldito en su pelo, sea maldito en su cerebro y en sus vértebras, en sus sienes, en sus mejillas, en sus mandíbulas, en su nariz, en sus dientes y muelas, en sus hombros, en sus manos y en sus dedos. Sea condenado en su boca, en su pecho, en su corazón, en sus entrañas y hasta en su estómago. Sea maldito en sus riñones, en sus ingles, en sus muslos, en sus genitales, en sus caderas, en sus piernas, sus pies y uñas. Sea maldito en todas sus coyunturas y articulaciones de todos sus miembros; desde la corona de su cabeza hasta la planta de sus pies, no tenga punto bueno. Que el Hijo de Dios viviente con toda su majestad, le maldiga, y que los cielos con todos los poderes que los mueven, se levanten contra él, le maldigan y le condenen, a menos que se arrepienta y haga penitencia. Amén, así sea, Amén.