Se cosecha lo que se siembra // Con César Ruiz y Manolo González volvió la rivalidad a la Plaza México // Bravo encierro de Tenopala
esde que el maleficio taurino cayó sobre la fiesta brava de México –yo no hago toreros, contrato figuras
–, los empresarios posteriores siguieron al pie de la letra tamaña estupidez, con lo que la oferta de novilladas no sólo se fue descuidando sino que se desatendió la búsqueda responsable y oportuna, con rigor de resultados y visión de futuro, de nuevos valores que generaran interés por nombres y apodos que hicieran menos incierto el futuro de la tradición tauromáquica del país, luego de 498 años de un desarrollo permanente y ocasionales prohibiciones, con el respaldo decidido de las autoridades, del virreinato al presidente Cárdenas, por ejemplo.
¿A qué atribuir tamaño descuido e imprevisión? A que en décadas recientes los promotores taurinos se engolosinaron con unos cuantos apellidos importados que a sus condiciones y ventajismo añadían márgenes de recuperación para los que arriesgaban su dinero
, no para la salud de la fiesta, que desde entonces, lejos de enriquecer la baraja taurina nacional incrementó su dependencia de los ases importados con la ayuda de figuras cuña
del país que el sistema permitía para mantener unos mínimos de interés.
La media docena de jóvenes mexicanos que había triunfado en España no fue aprovechada por el taurineo y el monopolio evitó fomentar una competencia franca entre ellos, por lo que cada uno buscó su padrino y sus ventajas, a partir del modelo dejado por los ases importados. En su ignorancia taurina, los metidos a promotores, instalados en un amiguismo infructuoso, han ignorado que la rivalidad y competencia entre toreros de distinto estilo y personalidad pero similar celo es la única fórmula para mantener el interés masivo en la fiesta de los toros, desde Gaona, Gallito y Belmonte hasta Valente Arellano, Mejía y Belmont. Si a ello añadimos la idiotización colectiva de hoy y el cerrado esquema empresa-ganadero-apoderado.
La vocación taurina de México rebasa las limitaciones de su organización. Por eso en la primera novillada de triunfadores en la Plaza México, una impensada pareja de noveles le recordó a la escasa concurrencia –unos 2 mil 500 donde caben 42 mil– que la fiesta de toros es pasión y rivalidad, por lo que todos pudieron experimentar los efectos de la entrega recíproca: a la entrega de los diestros los públicos corresponden entregándose.
César Ruiz, quien debutó en el coso de Insurgentes el 13 de julio, y cortó la oreja a un novillo de Barralva, regresó a ese escenario 70 días después, no al domingo siguiente, como lo indicaba el sentido común y la historia de las corridas de toros, y lo más grave, habiendo toreado en ese lapso ¡un novillo y tres vacas de tienta! A los que se sueñan ortodoxos les molesta la tauromaquia de César: interior, imaginativa, variada, espontánea, lúdica. Con ese rodaje, al hombre lo pusieron de primer espada ante una muy seria novillada del hierro tlaxcalteca de Tenopala, de encaste español Parladé, en la primera de triunfadores, aunque sus alternantes no hubiesen cortado oreja. A su primero, un arrogante toro de nombre Turrón que pronto se vino abajo, le hizo una faena completa de capa, banderillas y muleta con el aire molestando. Pero el sitio se obtiene toreando, no haciendo antesalas. Con un tobillo fracturado al saltar la barrera y tras haber recibido un fuerte palotazo en el abdomen, Ruiz despachó a su segundo de un estoconazo. El ahora exigente juez Enrique Braun negó la oreja pero César Ruiz dio una vuelta devolviendo prendas, como luego la daría, con justicia, el ganadero de Tenopala, Carlos González Chapa. ¿Mostrará el nuevo gobierno un apoyo inteligente a la fiesta? Pronto lo sabremos.