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Primero los pobres no es sólo una frase política, es la política
A

sí como en la Edad Media se sometió a las mayorías bajo la amenaza del infierno y la promesa del paraíso bajo la mirada inquisidora y brazo armado de una religión que como llenaba de oro sus bolsillos repartía condenas infernales o vendía parcelas celestiales, durante las últimas décadas los grandes capitales coludidos con gobiernos condujeron a la humanidad a una época de oscurantismo fanático y adoración a un nuevo dios todopoderoso, el dinero, cuyo gasto se convirtió en el cielo y su carencia en el averno. Bajo el modelo neoliberal la capacidad de gasto determina la calidad humana y el premio o el castigo son inmediatos: riqueza o pobreza.

Los impulsores del neoliberalismo en México prometieron que con este modelo se aceleraría el crecimiento y con ello disminuirían la pobreza y la desigualdad. El resultado fue opuesto. No se cumplieron las promesas y la brecha de desigualdad aumentó sumiendo en la miseria a millones de personas. Las fuentes internas de crecimiento se sofocaron llevando a que la desigualdad no sólo se diera entre las personas, también entre los países. Bienestar para la familia fue el lema de campaña de Ernesto Zedillo; ¿la familia de quién?, habríamos de preguntarnos.

Los derechos dejaron de serlo para convertirse en privilegios y la libertad se obtuvo sólo a través del gasto. Como unos pueden gastar más que otros, los pobres perdieron libertades, causando con ello no sólo una crisis económica, también social. Bajo ese modelo de competencia como característica esencial de las relaciones sociales, todo intento por limitarlo fue opuesto a lo que se entiende por libertad.

La reducción de inversión estatal afectó a los más pobres a quienes se marginó al privatizarse sus derechos para convertirlos en privilegios. La seguridad social dejó de garantizar servicios elementales a los cuales sólo pudieron acceder quienes tenían la capacidad de pagarlos. La desigualdad se volvió virtud de un modelo que convirtió al gasto en sacramento. Las personas dejaron de ser sujetos de derechos para convertirse en consumidoras cuyo principal ejercicio democrático fue comprar y vender. Ello premió un falso merecimiento para castigar una supuesta ineptitud.

Para evitar continuar con el debilitamiento de la capacidad del Estado en atender las necesidades sociales y lograr un desarrollo compartido, fue necesario iniciar en México una transformación. Se dio en 2018 a través de una revolución pacífica y democrática que por mandato popular atendió primero a los pobres para así beneficiar a todos. Primero los pobres no debe entenderse como una frase política, sino como una política que a través de distintas acciones busca disminuir las desigualdades y desventajas para abolir antiguas y nocivas prácticas con las que se marginó a los pobres impidiéndoles el acceso a tener las oportunidades para salir de su pobreza. Es decir: para salir de la pobreza había que pagar, así de absurdo y miserable.

La transformación iniciada en 2018 está a menos de una semana de comenzar lo que se ha llamado el segundo piso. Claudia Sheinbaum, quien rendirá protesta como la primera mujer presidenta de México el 1º de octubre, está comprometida a continuar la construcción de igualdad y a combatir la discriminación en cualquiera de sus expresiones. Seguirán los aumentos al salario mínimo y los programas de bienestar, mismos que se convertirán en derechos constitucionales.

La austeridad es un principio y el humanismo una distinción, señaló hace tres días la presidenta electa, Claudia Sheinbaum. Mientras se respete su llamado a no creer en el consumismo ni en el poder del dinero, y así creer en un pueblo de libertades y justicia, en un México soberano y democrático en el que el pueblo mande, la transformación que vive el país –la cuarta– podrá finalmente resolver los aún pendientes de las tres anteriores. Las luchas de Independencia, Reforma y del movimiento revolucionario tienen principios pendientes, resolverlos terminará de enterrar las herencias virreinales que lamentablemente parecen estar aún vigentes en un sector de la población que por miedo o ignorancia se muestra incapaz de comprender el bien común, debido a que concibe a los derechos como privilegios, y a los privilegios como algo de su propiedad. Por ello la 4T es y debe continuar siendo una transformación cultural y de principios.