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Shostakovich, el inmortal
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▲ Portada del disco Shostakovich: Symphonies 4, 5& 6. Oslo Philharmonic Orchestra. Klaus Mäkelä, la visión más actualizada y fresca del compositor
 
Periódico La Jornada
Sábado 21 de septiembre de 2024, p. a12

El nuevo disco de Klaus Makela es un viaje a la profundidad de la naturaleza humana.

Reúne tres de las 15 sinfonías de uno de los máximos sinfonistas de la historia y héroe de la dignidad y de la resistencia: Dmitri Shostakovich (1906-1975), quien sobrevivió muchos años a una de las manifestaciones de la maldad: el acoso, y su lucha consistió en escribir música que lo mantuvo vivo y mantiene viva a la humanidad.

En su bello y estrujante libro titulado El ruido del tiempo, un extenso estudio del alma, pensamiento e ideas de Shostakovich, el escritor británico Julian Barnes acrisola: el arte es el susurro de la historia, escuchado por encima del ruido del tiempo.

La obra y la persona de Dmitri Shostakovich merece libros enteros, monumentos, homenajes, el mejor de los cuales es la escucha de sus obras, todas, porque además de 15 sinfonías, escribió en prácticamente todos los géneros de la música de concierto.

Hay un Shostakovich para cada quien: el mío es el de la gran música de la resistencia, la supervivencia y la dignidad; el de la gran mayoría es el músico desconocido, o conocido por referencias, sin haber escuchado su música, al que apenas voltean a ver; el de algunos, gracias al éxito reciente del filme genial de Stanley Kubrick titulado Eyes Wide Shut, es el autor del Vals Número Dos. El Shostakovich real está en sus partituras y en los discos que registran esas partituras.

El documento más reciente de ese Shostakovich de carne y hueso es el disco titulado Shostakovich: Symphonies 4, 5& 6. Oslo Philharmonic Orchestra. Klaus Mäkelä. Es la visión más actualizada, fresca, sin prejuicios. Musical.

Y es que la vida y obra del gran Shosta están marcadas por un periodo trágico de la historia y eso está reflejado en sus partituras de múltiples maneras. Lo impresionante es que el ruido del tiempo puede separarse del susurro de la historia y lo que queda es la música pura. En eso consiste el gran mérito del nuevo disco de Klaus Mäkelä: logra apartarse de las cuestiones extra musicales que rodean o permean muchas interpretaciones de la música de Shostakovich, para interpretar y mostrar solamente la música, en estado puro.

Es menester citar a Julian Barnes para apuntalar el argumento anterior:

“La música, la buena música, la gran música, tenía una pureza dura e irreductible. Puede ser amarga, desesperada y pesimista, pero nunca puede ser cínica. Si la música es trágica, los que tienen orejas de burro la acusan de cínica. Pero cuando un compositor está amargado, desesperado o pesimista, eso todavía significa que cree en algo (…) El arte es de todos y de nadie. El arte pertenece a todos los tiempos y no al tiempo. El arte es de quienes lo crean y de quienes lo saborean. El arte no pertenece más al pueblo y al partido de lo que una vez perteneció a la aristocracia y al mecenas. El arte es el susurro de la historia, escuchado por encima del ruido del tiempo.”

Dice más Julian Barnes: “Pasaría el tiempo, y aunque los musicólogos continuarían sus debates, su obra comenzaría a valerse por sí misma. La historia, al igual que la biografía, se desvanecería; quizás algún día el fascismo y el comunismo sean meras palabras en los libros de texto. Y luego, si todavía tuviera valor, si todavía hubiera oídos para escuchar, su música sería… simplemente música”.

Eso es exactamente lo que hace el joven director de orquesta finlandés Klaus Mäkelä con esas tres sinfonías de Shostakovich: interpretarlas tal y como son: simplemente música.

El resultado es una travesía apasionante por los vericuetos del alma, los laberintos del pensamiento, los páramos de la memoria y las intensidades más extremas de las emociones.

Y es que eso es la música de Shostakovich y por eso es uno de los grandes maestros del arte de la música en toda la historia, porque al igual que Mozart conjuntó todas las emociones, de la risa al llanto, en música y de manera semejante a Beethoven, expuso las explosiones del temperamento, las llagas del alma, las heridas del tiempo y al igual que Johann Sebastian Bach tocó con la yema de sus dedos lo sublime.

Esos son los rasgos del rostro de la música pura, la que es solamente sonido, nada más gesto, únicamente movimiento de partículas en el viento y forman vendavales por igual que páramos y, siempre, paraísos edénicos: la música es nada más que sonidos pero es también silencios. De hecho, la música es más silencios que sonidos. Dice más cuando calla.

Estas reflexiones son resultado de la escucha del nuevo disco de Klaus Mäkelä: tenemos frente a nosotros un logro trascendental, que consiste en alejarse de la anécdota para adentrarse en el significado, en el mensaje.

Después de escuchar intensivamente el disco de Mäkelä, me queda claro por qué los críticos conspicuos se alebrestan y se ponen a comparar (una de las herramientas, ciertamente, de la crítica musical es la comparación) el disco del joven escandinavo con las versiones que son favoritas de los conspicuos que se duelen de no hallar la intensidad acentuada emocional de Bernstein, la velocidad de Fulanito, los efectos melodramáticos de Menganito o las manipulaciones efectistas de Perenganito.

Y no es que lo de Mäkelä sea la mesura, la moderación o el aburrimiento. Todo lo contrario, al mostrarnos la música de Shostakovich tal cual es, sin tener en mente, como muchos directores y escuchas, su condición de perseguido, acosado, torturado, lo que hace Klaus Mäkelä se expande en lo que, diría el crítico musical Mero Perogrullo, consiste toda interpretación musical: mostrar el alma de la música mediante labor de sastrería: un traje a la medida del escucha sin esconder las costuras ni limitarse al zurcido invisible. Simplemente mostrar la música tal cual es.

Por supuesto que surge una pregunta en automático al toparnos con este disco flamante: ¿por qué eligió Mäkelä estas y no otras sinfonías para ponerlas a nuestra consideración?

La respuesta, para todo conocedor del universo Shostakovich, es amplia: en esas sinfonías se halla el gozne del estilo Shosta, el nacimiento del volcán, el inicio de la vereda, las primeras gotas del huracán.

Tenemos en ese trío de sinfonías al Shosta inspirado, el neorromántico, el continuador de la gesta Gustav Mahler, pero también tenemos al Shosta disruptor.

Precisamente su Cuarta Sinfonía, la elegida por Mäkela, contiene los mismos elementos que su ópera maravillosa Lady Macbeth de Mtsensk, cuyo estreno le causó la sentencia de muerte a Shosta: unas horas luego del estreno, el Pravda publicó un libelo anónimo contra el músico, a quien prácticamente se le señaló de muerte.

Los cargos: burgués, formalista, contrario a los designios del proletariado. Cosa más absurda no puede existir. Ya dijimos que la música es música y nada más. Los panfletos no son, nunca, música. Y Shostakovich nunca escribió libelos. Por el contrario, su ópera que le valió el cadalso, la impresionante ópera Lady Macbeth de Mtsenks, es un manifiesto que pasó a la historia como emblema de la lucha por los derechos de las mujeres.

Cuando Stalin comenzó una campaña a muerte contra Shostakovich, éste estaba completando precisamente su Cuarta Sinfonía, cuyo estreno decidió cancelar para salvar la vida, pero no dejó de escribirla. Es más, todavía hizo otras once sinfonías, mientras Stalin lo acosaba criminalmente.

Julian Barnes es uno de los escritores que mejor retrata la condición de Shosta bajo Stalin, nos recuerda que para no afectar a su familia, todas las noches esperaba sentado en una silla frente a la puerta de su casa a que llegaran por él y nada más por él.

El karma: hoy día, el miserable Stalin es nadie, está en el basurero de la historia, intentó matar de stress por acoso laboral a Shosta simplemente por celos, por envidia, porque a Shosta todos lo amaban y a él solamente le tenían miedo, por violento, por malo, por ser una encarnación del mal.

Mäkelä eligió también la Quinta de Shosta por tratarse de una continuación del discurso iniciado y no interrumpido en la escritura de la Cuarta. En su libro Testimonio (el documento más importante en torno a la verdad sobre Shostakovich), Solomon Volkov recoge las palabras del autor de una sinfonía que muchos han calificado precipitadamente de otras cosas y no de lo que es: “Está claro para todos –dijo Shosta– lo que ocurre en la Quinta. El regocijo es forzado, creado bajo amenaza… hay que ser un completo zoquete para no oírlo”.

La elección de la Sexta de Shosta es, simplemente, porque es mi favorita, responde Klaus Mäkelä. Es poesía pura en música pura.

Tenemos, en suma, frente a nosotros un disco imprescindible para comprender la naturaleza humana.

He aquí el susurro de la historia que escuchamos por encima del ruido del tiempo.

X: @PabloEspinosaB

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