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La Luna de París
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ierre Montgolfier ejercía, a mediados del siglo XVIII, como era tradición en su familia, el oficio de fabricante de papel en el pueblito de Vidalon-les-Annonay, en la región del Ardèche, situada en el sureste de Francia. Los negocios funcionaban muy bien: su fábrica llegó a emplear hasta 300 obreros en su apogeo. La fábrica de papel era un laboratorio de innovaciones. Por ejemplo, ahí se perfecciona el papel Vélin, inventado por el inglés John Baskerville. Se imagina también un sistema de bomba hidráulica para transportar el agua necesaria en gran cantidad para la fabricación del papel.

De los numerosos hijos del papelero (entre nueve y 16, según las fuentes), Joseph y Étienne son conocidos como los hermanos Montgolfier, y son los más famosos porque son los inventores del globo que lleva su nombre. Gracias a ésta y a otras invenciones de la genial familia, el rey Luis XVI decide hacerlos nobles, al padre y a los dos hermanos en 1783.

El 19 de septiembre de ese año se realiza una demostración de vuelo habitado en presencia del rey. Los pasajeros son un borrego, un pato y un cochino. El borrego aterriza paciendo tranquilamente y es recompensado por esta hazaña terminando sus días en el pequeño zoológico real del palacio de Versalles. Justo un mes después, los primeros vuelos con pasajeros humanos se llevan a cabo. El rey no deseaba que se tomaran riesgos de pérdidas humanas, pero, finalmente, lo convencen varios nobles interesados en el invento de los hermanos Montgolfier, entre ellos, Jean-François Pilâtre de Rozier, científico del Siglo de las Luces y amigo íntimo de la reina María-Antonieta. Pilâtre de Rozier tiene así la fortuna de ser el primerísimo aeronauta de la historia.

La primera compañía de globos aerostáticos es inaugurada a finales del Siglo de las Luces. Los globos suscitan un entusiasmo extraordinario, no sólo de parte de los científicos, sino de toda la sociedad. La globomanía cunde entre literatos, eclesiásticos, nobles, artesanos, comerciantes, artistas, gente modesta de las ciudades y del campo. La figura del globo ilustra un sinfín de objetos cotidianos, como relojes, bomboneras, vajillas, muebles, joyas o prendas de vestir. Esta moda es luego olvidada por el pasaje de la revolución francesa que arrasa con todo; incluso, la monarquía. A los hermanos Montgolfier no les va tan mal. Napoleón Bonaparte otorga la legión de honor a Joseph y lo nombra administrador del Conservatorio Nacional de Artes y Oficios.

Hace unas semanas, otro globo se ha elevado en París. Se trata de una creación del diseñador francés Mathieu Lehanneur, quien fue designado para imaginar el caldero que acogería la flama olímpica. La preocupación ecológica imponía no usar gas, energía fósil. Lehanneur colaboró con los ingenieros de la histórica compañía francesa Electricidad de Francia para imaginar una flama que tiene la particularidad de funcionar con electricidad, es decir, que no emite dióxido de carbono. El caldero toma la forma de anillo de fuego en suspensión, por encima de un relieve líquido, precisa el diseñador. Fuego que no quema. En realidad, se trata de una serie de pulverizadores de finísimas gotas de agua iluminadas por lámparas eléctricas led. El caldero con la ecológica flama olímpica fue izado, cada anochecer, por encima del gran lago ornamental del jardín de las Tullerías durante los Juegos Olímpicos gracias a un globo aerostático que recuerda a aquellos del Siglo de las Luces.

Miles de personas asistieron entusiasmadas al poético espectáculo. El caldero iluminando con su llama líquida al globo que lo asciende a 60 metros de altura cada noche fue una de las atracciones más concurridas de agosto, a tal grado que se le ha bautizado como La Luna de París, y hasta se editó una serie especial de timbres con su imagen.

Creación a vocación efímera es, sin embargo, posible que permanezca al igual que la Torre Eiffel en su época, a petición de los nuevos globómanos.