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Sacudida bursátil
C

uenta la anécdota que cuando un ansioso joven inversionista preguntó al famoso banquero J. P. Morgan cuál era su pronóstico del movimiento del mercado financiero, Morgan lo miró de lado, se frotó el bigote con la mano y respondió: Va a fluctuar, joven amigo. Va a fluctuar. Esta es una apreciación exacta, la más cercana a una opinión técnica. Nadie puede predecir y mucho menos atinar el momento en que las diversas tendencias que confluyen en las decisiones que se toman en los mercados provocarán una caída de la magnitud de la ocurrida el pasado lunes 5 de agosto, con las consiguientes dislocaciones en los flujos de dinero y de capitales y en la valuación de las inversiones.

Una vez que los operadores del mercado deciden vender ante la expectativa de una caída, esas decisiones se replican en un afán de salir antes de que se agranden las pérdidas; esto se conoce como efecto de manada, o bien como la consecuencia de los espíritus animales, según la célebre frase acuñada por Keynes. Una vez pasada la caída se despliegan las explicaciones de los analistas y los expertos financieros, en las que parece haber una lógica interna del porqué de la crisis, lógica esta que se manifiesta a toro pasado, como si todas las piezas del análisis se acomodaran igual que en un rompecabezas, y así se ofrece un relato para dar cuenta de lo ocurrido.

En esta ocasión el relato de las condiciones que habrían propiciado la caída de las bolsas de valores incluye las señales emitidas por la bolsa de Tokio, cuyo índice, el Nikkei, se desplomó 12.4 por ciento, el segundo mayor retroceso en casi cuatro décadas. Esto ocurrió cuando el Banco de Japón subió las tasas de interés y modificó las expectativas del comportamiento de esa economía, que es una de las más endeudadas del mundo; además, propició la apreciación del yen con las repercusiones esperables sobre el sector exportador. Del otro lado del Pacífico, en Estados Unidos, se anunciaba que la tasa de desempleo había subido a 4.3 por ciento en julio y, con ello, se sumaban cuatro trimestres consecutivos de contracción de las contrataciones. Esto alentaba el temor de que el mercado de trabajo se estaría deteriorando y empujando la economía a una posible recesión. Así, la atención se centra en la Reserva Federal y las decisiones que la junta de gobernadores tome respecto a las tasas de interés.

Esta serie de movimientos que precipitaron las caídas de las bolsas ha puesto en entredicho las premisas que se habían asentado con respecto a la estabilidad financiera, en un entorno de alta inflación y elevadas tasas de interés que se había estado haciendo menos apretado. Ese escenario de estabilidad con menor riesgo de contracción del nivel de la producción, al que se denominó aterrizaje suave, era el sustento de la confianza de los inversionistas y fue este ambiente el que se puso en duda con la caída de los mercados.

Había en el entorno otras cuestiones que indicaban que la situación financiera cojeaba. En los días previos a la caída las empresas relevantes habían presentado sus resultados del primer semestre y, a pesar de que se les consideraba buenos, rondaba la idea de que en la segunda parte del año lo serían bastante menos. Esto tiene que ver, por ejemplo, con la gestión de los inventarios, especialmente después de los problemas que hubo en las cadenas de suministro, y eso hacía prever que en adelante habría menos pedidos.

Las posturas de venta en las bolsas afectaron a 95 por ciento de las acciones que comprende el índice S&P 500; las de grandes empresas tecnológicas, que habían movido la mayor parte de la subida en los meses anteriores, estuvieron entre las de peor desempeño; esto ocurrió en una entorno en que la actividad especulativa había promovido la demanda y sobrevalorado el precio de las acciones. En la caída del lunes 5 de agosto éstas perdieron entre 3 y 6 por ciento de su valor. Los mercados se recuperaron en los días siguientes a la fuerte caída, pero prevalece la incertidumbre en torno a la percepción de que la Reserva Federal ha sido lenta en su respuesta ante los signos de debilitamiento de la economía y podría ser llevada una serie de reducciones rápidas en la tasa de interés.

Tal escenario tendrá una incidencia en México en el mismo terreno de la gestión de la tasa de interés. Hace unos días la Junta de Gobierno del Banco de México decidió con votación dividida reducir en un cuarto de punto porcentual la tasa de referencia. Se consideró que tal decisión no era totalmente compatible con el comportamiento de la inflación, que muestra aún resistencia a la baja y cuyo control ha sido el principal objetivo de la política monetaria. Una reducción de la tasa en Estados Unidos dejaría la tasa aquí con una brecha demasiado grande, lo que tendría un impacto sobre el tipo de cambio y una valorización en parte artificial del peso, atrayendo dólares en la compra de deuda pública.