l anuncio del retiro del presidente Joe Biden de la contienda presidencial estadunidense difícilmente habría podido tomar por sorpresa a alguien. En las semanas recientes se fue haciendo patente la debilidad política, propagandística y hasta física del aún mandatario, al tiempo que se incrementaban las posibilidades de triunfo de su rival republicano, Donald Trump, de cara a los comicios de noviembre próximo. Pero, aunque previsible, la noticia agita un escenario político complicado e incierto.
Los factores que llevaron a esa determinación están a la vista: al desgaste consustancial al ejercicio de gobierno, Biden fue aunando la incapacidad de ofrecer a los electores una propuesta novedosa y sus propios problemas cognitivos –evidentes en sus múltiples yerros y lapsus verbales, los incómodos momentos de mente en blanco y su dificultosa articulación discursiva–, que suscitaron dudas sobre su capacidad para manejar las situaciones críticas al frente de la superpotencia. A su vez, toda esa suma de adversidades despertó ambiciones en el Partido Demócrata y generó presiones a favor de su declinación. En tal circunstancia, es imposible saber en qué medida la renuncia a la candidatura fue una decisión personal y en qué medida estuvo influida por el retiro de apoyos internos.
Mientras la campaña de Biden de cara a la nominación demócrata iba haciendo agua, la de Trump para la postulación republicana se fortaleció con el discurso machacón, autoritario y primitivo, pero eficaz, de restaurar en Estados Unidos un esplendor un tanto mítico, aderezado con los conocidos exhortos xenofóbicos y racistas que le han asegurado al magnate neoyorquino un sólido respaldo en los sectores más atrasados de la sociedad estadunidense. Por añadidura, su avance de cara a los comicios recibió un impulso propagandístico inesperado con el fallido atentado en su contra del pasado 13 de julio en Pensilvania, un episodio que lo llevó a adquirir una estatura heroica entre sus partidarios, por más que despertó sospechas y suspicacias en el país vecino y en el mundo.
En tales circunstancias, la retirada de Biden puede aportar un factor novedoso a la causa de los demócratas en su esfuerzo por impedir que Trump vuelva a llegar a la Casa Blanca; por ejemplo, en los pocos meses que quedan de aquí a los comicios, una figura más joven podría dar pie a una renovación de la erosionada coalición entre la clase política tradicional del partido y movimientos y organizaciones progresistas. Pero la situación también puede abrir la puerta a una lucha intestina por la nominación presidencial que resultaría desastrosa de necesidad y que aseguraría la victoria republicana en noviembre.
Todo ello ocurre en el contexto de la aguda descomposición social e institucional que padece la nación vecina, con un notorio desgaste de la credibilidad de los procesos electorales y de la política como instrumento de solución de los grandes problemas económicos, sociales e internacionales en los que se encuentra inmerso Estados Unidos. Y para bien o para mal –aunque casi siempre para mal– la conformación del poder en ese país suele tener repercusiones ineludibles para el resto del mundo y particularmente para México, habida cuenta de la vecindad geográfica y de la avanzada integración económica entre ambas naciones.