Duelo anticipado por un candidato presidencial nonato // Homenaje a Nancy Cárdenas
ermitamos que los Días Santos
nos muevan a guardar duelo anticipado por un prematuro o, mejor dicho, nonato candidato presidencial para el sexenio 2024/ 2030. El día de hoy olvidemos todas sus acciones y frecuentes comportamientos. Hay seis años para comentar los pros y contras de su inocultable pretensión. Olvidemos por un tiempo algunos pequeños incidentes en su desbocada carrera por ser el hombre de 2030: Lorenzo el restaurador.
Dejemos para otra ocasión el relato del cálido, fraterno, incluyente, respetuoso, encuentro que tuvo con una modesta representación de alguno de nuestros pueblos originarios. Su reacción ante la baja estatura, pigmentación de piel, carencia de la suficiente castilla para poder dirigirse a él con propiedad, los ridículos atuendos que vestían y la notoria falta de aseo en esa, o varias semanas y, por supuesto, la insolente afrenta de pararse ante su Alteza Violentísima,
verle a la cara sin bajar la cerviz y dirigirle un tartajeante reclamo. Estos extraterrestres representan el pasado que ancla nuestra modernidad y amenaza con acrecentar el atroz populismo que está haciendo trizas nuestro noble y justo entramado neoliberal.
Ya nos referiremos a las actuaciones durante su comparecencia ante el pleno de los diputados de la LXV Legislatura y luego, frente a los casi 100 mil ciudadanos que la derecha nacional juntó en el Zócalo (más o menos la población de uno de los modestos barrios de Iztapalapa). Claro que en el acto no estuvieron, mezclados entre los presentes, ni los patrocinadore$ de todas sus múltiples acciones golpistas, suavecitas y timoratas, ni los ghostwriters que le elaboran proclamas, lemas y consignas a económicos costos si les conservan la concesión de producir fake news al mayoreo.
Pero el día de hoy pasemos a otros temas. Hace unos cuantos días, el pleno de los diputados hizo un emotivo y muy merecido homenaje a dos mujeres de excepcional valía: Griselda Álvarez y Nancy Cárdenas. Las dos, honorables, inteligentes, sabihondas, preparadas y comprometidas con las causas más reclamantes del momento que les tocó vivir.
Nancy Cárdenas nació en Parras de la Fuente, un oasis coahuilense que lleva su nombre en homenaje a Juan Antonio de la Fuente, uno de los varones recios e incorruptibles de los aciagos tiempos de la Intervención Francesa. Aquí vivió Nancy hasta que el torbellino interior que de nacimiento le bullía dentro, le exigió nuevos horizontes. Al DF llegó sin conocer ni ser conocida. Al paso, pero indudablemente paso veloz, conoció la entonces beatífica ciudad y en ella comenzó a darse a conocer. Se inscribió en la Facultad de Filosofía de la UNAM (ya después, fue hasta a la universidad de Yale, en Estados Unidos) para conocer, comparar y decidir el rumbo y los caminos de su vida. Alta, delgada, nervuda y con un temple, un carácter y una personalidad nada comunes, se fue adentrando en cuanta rendija hallaba. Así fue como en los años 50 comenzó a colaborar en Poesía en voz alta; en 1960 presentó su primera obra de teatro, El cántaro seco. En 1970 dirigió la obra que le mereció el premio de la Asociación de Críticos de Teatro, y con Carlos Monsiváis el documental México de mis amores. Con Monsi, igualmente, entre 1970 y 1974 fundó la primera organización homosexual de México, y en 1975 escriben, al alimón, el Manifiesto en defensa de los homosexuales.
Más adelante platicaré a ustedes algunas interesantes anécdotas de Nancy Cárdenas y, por supuesto, comenzaré a relatarles la emocionante y valiosa vida de la maestra Griselda Álvarez.
Me despido agradecido y santificado después de esta Semana Santa, la cual –estoy convencido– a Jesús de Nazareth le ha de agradar mucho más, por alegre y bullangera, que la fúnebre descripción de esos días de mi Semana Santa infantil, a la que me faltó agregar la oscuridad, el silencio, los vestidos luctuosos, los espejos, retratos y hasta las imágenes de otros santos que en esos momentos eran colgados de cara a la pared y cubiertos por unos trapos morados. Pero, sobre todo, del dolor intenso del arrepentimiento por las atrocidades por mí, lo juro, no cometidas. A nadie asombre, entonces, por qué soy culpígeno.