a plaza estaba soleada. Las esculturas toreras que adornan la entrada al coso daban una larga afarolada a la muerte en los pitones de los toros. Los toros de La Estancia, espléndidamente presentados, resultaron ideales para el rejoneo. Los tres rejoneadores, Andy Ventura, Emilio Gamero y Aloy, triunfaron apoteósicamente; en especial, el quinto toro de la tarde, Recuerdos, que parecía imantado al caballo de Gamero.
Ese duende se apareció de ayer y se rencontró con el arco vacío. Si de verdad se tiene, hay que sentirlo para comprenderlo. Lleno como está de aspiración melancólica y vaga. Aire metal que soplaba con insistencia sobre la cabeza de los toreros. El duende torero que buscaba la muerte y la burlaba con arte.
Aparte de los rejoneadores, hubo el espectáculo de los forcados, uno de los cuales salió gravemente lesionado, con una cornada en el cuello.
El toreo requiere del toro pujante de astas asesinas, símbolo de una terrible visión del mal. La muerte sobre la tierra y el sentimiento demo-niaco. El toro representante de pensamientos y sensaciones siniestras y destructivas. Continuidad de uno mismo y determinante de la sensación de óbito en el toreo.
En la misma forma que el cante hondo es la sensación de una puñalada que rasga el vientre por el sentido quejumbroso del cantador. Saeta en la noche que llora por mucho tiempo buscando cante y rasgueo ¿Adónde vas seguidilla sin toros pujantes?
En lo personal, me encantaron los toros de La Estancia.