e tienen mucho amor a la tierra. Todavía no lo creen cuando se les dice: ‘Esta tierra es tuya’. Creen que es un sueño. Pero luego ellos también dicen: ‘Voy a pedir mi tierra y voy a sembrar’. Sobre todo ese es el amor que le tiene el pueblo a la tierra.”
Estas palabras, pronunciadas por Emiliano Zapata en la reunión que tuvo con Francisco Villa el 4 de diciembre de 1914 en Xochimilco, Ciudad de México, reflejan con claridad la esencia del zapatismo, que ha sido la revolución campesina y popular más profunda y radical en la historia del país.
La de Zapata es la historia de la lucha de los pueblos indígenas y campesinos por defender, desde épocas ancestrales, sus tierras, sus bosques, sus aguas, sus recursos naturales. La rebeldía, la firmeza y la persistencia de la lucha de Zapata durante la Revolución Mexicana son la expresión diáfana de la resistencia de las comunidades campesinas e indígenas por defender lo que les pertenecía como pueblos originarios. Es la historia de una resistencia centenaria por sobrevivir y vivir dignamente. Por eso los campesinos e indígenas mexicanos, latinoamericanos y de otras latitudes se han identificado con lo que representa Zapata para quienes trabajan la tierra: la defensa de sus recursos naturales, de su comunidad, de sus formas de organización e identidad colectiva.
Sin Zapata y el zapatismo la Revolución Mexicana habría sido muy diferente. Habría sido una revolución política, una transformación democrática para que el pueblo eligiera libremente a sus representantes y tuviera un buen gobierno. El zapatismo le dio un contenido social a la revolución. Desde la primera vez que Zapata se entrevistó con Madero, en junio de 1911, en la Ciudad de México, se paró enfrente del líder de la revolución triunfante, con el rifle en la mano y señalando su reloj le dijo:
“Mire, señor Madero, si yo, aprovechándome de que estoy armado le quito su reloj y me lo guardo y andando el tiempo nos llegamos a encontrar, los dos armados, con igual fuerza, ¿tendría derecho a exigirme su devolución? Sin duda –le dijo Madero–; le pediría incluso una indemnización. Pues eso, justamente –le dijo Zapata– es lo que nos ha pasado en el estado de Morelos, donde unos cuantos hacendados se han apoderado de las tierras de los pueblos. Mis soldados (los agricultores armados y los pueblos todos) me exigen diga a usted, con todo respeto, que se proceda desde luego a la restitución de sus tierras”.
Esa conversación pinta de cuerpo entero a Zapata. No podía fallarle a su pueblo, no podía traicionar a los campesinos que lo seguían y confiaban en él. Por eso exigió que, antes de entregar las armas, los pueblos tenían que recuperar la tierra que les pertenecía.
Madero, hombre de buena fe, no cumplió sus promesas. Zapata lo sintió como una traición y le declaró la guerra. Para justificar esa decisión, y explicar el significado de su lucha, proclamó el Plan de Ayala, documento sencillo y magistral que establece cómo debe hacerse una reforma agraria dentro de una revolución en ascenso: los pueblos debían recuperar inmediatamente la tierra que era suya y defenderla con las armas en la mano, sin trámites, sin burocracia, sin años de espera en oficinas y tribunales; el gobierno debía legalizar esa recuperación.
El Plan de Ayala y las propuestas políticas del zapatismo no se limitaron a la tierra. Para Zapata, la revolución era un proceso integral. No sólo era un cambio de gobierno. La revolución debía ser una transformación integral: económica, social, política, cultural. Eso fue lo que hizo el zapatismo en la región donde tuvo influencia: Morelos, Guerrero, Puebla, Tlaxcala, estado de México, buena parte del Distrito Federal y partes de Veracruz y Oaxaca.
El zapatismo llevó a cabo la más profunda reforma agraria de la Revolución. Los pueblos recuperaron su tierra y la trabajaron en libertad. Eligieron democráticamente a sus autoridades y llevaron a cabo una experiencia de autogobierno y autogestión en las comunidades, apoyadas por el Ejército Libertador zapatista, proceso denominado por Adolfo Gilly como la comuna de Morelos.
Cuando los zapatistas se aliaron con el villismo, tomaron conjuntamente la Ciudad de México el 6 de diciembre de 1914 e instalaron en Palacio Nacional al gobierno de la Convención, en lo que representa el cenit de la revolución popular en la historia nacional.
Dentro de la Convención, el zapatismo propuso un programa de gobierno popular. La Convención hizo suyo el Plan de Ayala. Logró que se aprobara un gobierno parlamentario y que los trabajadores tuvieran garantizado su derecho de huelga y sindicalización y métodos de acción directa para exigir sus demandas. Su programa incluyó la supresión del ejército permanente por considerarlo su instrumento de opresión sobre el pueblo que no se justificaba si México no estaba en guerra y su sustitución por el pueblo en armas. Estableció el divorcio, para contribuir a la emancipación de la mujer y mecanismos inéditos de democracia participativa como el plebiscito para que el pueblo ratificara o reprobara las leyes, que eran tan importantes, decían, que no podían dejarse sólo en manos de los políticos y estableció la revocación de mandato, como un mecanismo para que la sociedad pudiera quitar en cualquier momento a los gobernantes que no cumplieran con su deber, la creación de jurados populares y una ley para los funcionarios públicos que tenían que actuar con responsabilidad, honestidad y eficiencia.
Zapata y el zapatismo dejaron una huella profunda en la historia nacional. Sembraron una semilla de rebeldía que ha permanecido y sigue viva. Se han convertido en símbolo que alienta la lucha popular de campesinos, indígenas, obreros, estudiantes y sectores populares.
* Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México