n alguna antigua guía de calles de la capital francesa, con suerte, puede leerse el nombre de la de Puebla. Un curioso puede lanzarse a buscarla, una vez localizada en el mapa del distrito de París correspondiente. Le será difícil encontrarla. Los caminos se entrecruzan y extravían al caminante. La calle de Puebla se desvanece en las brumas del tiempo terminado como los fantasmales caminos de Comala.
El caminante de París que se deja llevar en su paseo a la pura visión de la calle puede tropezarse con lo insólito; puede también descubrir otra cara de la ciudad o de la Historia, o puede simplemente dejarse ir a la contemplación del paisaje urbano y dejar sus pensamientos extraviarse a la vuelta de una esquina, en un callejón, en el nombre de una calle.
Los apelativos de los caminos que recorren una ciudad son, en ocasiones, tan viejos que sus actuales habitantes no sabe a quién o qué se quiso rendir antaño homenaje. O si acaso la designación no indicaba en realidad algún carácter peculiar, una señal para orientar a los viajeros, una frase vuelta costumbre entre los vecinos para alertar contra un peligro o anunciar que ahí comenzaba el barrio de prostitución, una zona residencial o el área dominada por los oficios religiosos de algún convento o monasterio. Así, en París, puede cruzarse hoy la calle llamada Les Mauvais Garçons (los chicos malos) sin ningún temor, pues su nombre pertenece a otros siglos y los malhechores abandonaron el callejón maldito desde la desaparición de la Corte de los Milagros.
Avenidas, bulevares, calles o plazas de pueblos y ciudades pueden cambiar de nombre. Algunos de los factores que dan lugar a estas mutaciones son las políticas en turno cuando pretenden borrar la Historia anterior; el olvido total en que ha caído el designado en la placa con su nominativo; la voluntad de bautizar una calle con la mención de un héroe o acontecimiento histórico que no había sido celebrado con su calle; el deseo de perpetuar la memoria de un personaje de las artes, las armas o las ciencias. Y no se olviden los trabajos de renovación y saneamiento de París, como los realizados por Haussmann en el siglo XIX, a causa de los cuales se demolieron edificios y manzanas, y suprimieron accesos viales vueltos inútiles. Puede temerse que, entre el woquismo y la cultura de la cancelación se pierdan muchos nombres de calle políticamente incorrectos para estas ideologías.
En la laberíntica ciudad de París, existe hoy la calle de Pyrénées, llamada así en evocación a la cadena montañosa que sirve de frontera entre Francia y España. Es la segunda arteria más larga de la capital, sin duda porque fue absorbiendo prolongamientos que llevaban otros nombres.
Desapareció así la calle de Puebla, devorada por las montañas.
Un paseante mexicano puede suponer, ante esta desaparición, que, si se bautizó en honor de la batalla ganada a los franceses por el general Zaragoza el 5 de mayo de 1862, se desbautizó porque evocaba una derrota francesa. En realidad, la calle conmemoraba la toma de Puebla por el ejército francés el año siguiente.
Victor Hugo, única persona en Francia que mereció, en vida, ver llamar con su nombre la avenida donde habitaba, escribió una elocuente carta durante la invasión de México por Francia: Hombres de Puebla: tenéis razón de creerme con vosotros. No es Francia quien os hace la guerra, es el imperio. Cierto, yo estoy con vosotros. Estamos de pie contra el imperio, vos de vuestro lado, yo del mío, vos en la patria, yo en el exilio. Combatid, luchad, seáis terribles, y, si vos creéis mi nombre útil a cualquier cosa, servíos. Apuntad este hombre a la cabeza, que la libertad sea el proyectil. Victor Hugo
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En 1871, la calle de Puebla fue teatro de enfrentamientos entre la Comuna y Versalles, que marcaron la historia de esta calle desbautizada en 1880.
La batalla de Puebla, una, otra o ambas, no se olvida en París, un sendero del parque de Buttes Chaumont se llama Avenue de Puebla
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