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Puente Grande: el infierno
E

l 28 de diciembre de 2018 el profesor Leonel Manzano Sosa salió caminando del penal de Puente Grande tras una reclusión de casi seis años. Fue liberado junto con otros 11 profesores democráticos mediante una suerte de amnistía ordenada por el presidente López Obrador en uno de sus primeros actos de gobierno. Leonel salía del infierno, un infierno que no lo rompió.

En este mundo, en este país la prisión no está diseñada para rehabilitar, sino para romper, para destruir el espíritu. A los llamados delincuentes comunes, muchas veces meros marginados de la sociedad, la cárcel los destruye y los instruye en el crimen, pero los presos de conciencia suelen ser de otra madera: cuando su formación es sólida, cuando son íntegros, la cárcel es una prueba, un momento más en la formación política. En México tenemos algunos ejemplos clásicos en personajes como Servando Teresa de Mier, Adolfo Gilly, José Revueltas o Heberto Castillo, para quienes la cárcel fue una pausa, un momento de reflexión y resistencia. Hoy, Leonel se suma a esa tradición y nos muestra una faceta más, la de los presos políticos, del último sexenio priísta, el sexenio de la noche de Iguala, el sexenio de Nochixtlán.

Como escribe Armando Rentería, quien estuvo preso en el penal de Oblatos en la década de 1970 por elegir la vía armada para derribar a un gobierno criminal (el del PRI de Echeverría), la cárcel es donde el poder ejerce su máxima autoridad. Donde la vida es un infierno. Porque eso es la cárcel. Así definió al penal de Puente Grande el gentil funcionario que le dio la bienvenida a Leonel Manzano: ¡Bienvenidos al inferno!, ¡hijos de la chingada, este es el infierno y les estamos dando la bienvenida!

¿No quedó claro? Ya instalados en su crujía, otro funcionario reafirmó: Lo que les voy a decir, cabrones, tienen que recordarlo a partir de este momento. Quiero decirles que han llegado al infierno. Eso que se les quede bien grabado en la cabezota. Repito, a este lugar se le conoce como el infierno, por si no lo sabían. Y yo soy el diablo, así que, ahora les voy a hacer una pregunta, ¿de qué color es el diablo?

El infierno, un infierno que no dobló a Leonel, pero del infierno, que habla él, que hable su libro, La oscura noche de Puente Grande, recién editado por la Universidad del Pueblo (de Oaxaca).

Que sea él quien cuente el infierno. Nosotros podemos contar qué hizo para que lo refundieran en el infierno, que es lo mismo que contar las razones por las que no lo rompieron (recién liberado lo contó a La Jornada: “Primero era puro golpe, el avioncito (oídos), en la entreceja, en el pecho, en la pierna... Luego empieza la más fea, La Palestina. Te amarran las manos por detrás, alcanzándote los codos y te cuelgan. En medio minuto sientes que te están arrancando los brazos, como si la carne se te estuviera desgajando. Y ya cuando te estás desmayando, bramas, te bañas de sudor. Y ya por último, el tehuacanazo. Cómo estarán las otras torturas que cuando estaba en esa parte reponía fuerzas” (https://www.jornada.com.mx/2019/01/13/politica/011n2pol).

Nacido en una familia campesina en Santa María Zoquitlán, en la sierra sur de Oaxaca, Leonel estudió la secundaria como alumno internado (la única salida de la pobreza), de donde pasó a Chapingo. Su familia, su vida, su experiencia lo llevan a la lucha y al movimiento social que en Chapingo (y el temblor de 1985) se vuelven un camino a la izquierda sin retorno, que Leonel cuenta en las páginas 140 a 144 de su libro, imbricándolo con la historia de amor con su compañera de vida, Carmen Sánchez Parada. Luego viene la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, la lucha estudiantil, la rebelión popular encabezada por la Asociación Popular de los Pueblos de Oaxaca (que llevó a la cárcel a nuestro común amigo Flavio Sosa Villavicencio y otros compañeros) y por supuesto y por sobre todo, la vinculación al magisterio ­democrático.

Y fue justamente en el marco de la resistencia magisterial contra la mal llamada reforma educativa del PRI de Enrique Peña Nieto y sus aliados del PAN y el PRD, apoyada y aplaudida por sus corifeos, ganapanes y lacayos de los medios (la crema de la intelectualidad, hoy rabiosa, irracionalmente odiadora del gobierno emanado de las urnas en 2018), que Leonel Manzano Sosa fue aprehendido por policías ­federales vestidos de civil. Torturado y desaparecido durante tres días, fue presentado finalmente con la terrible acusación de secuestro de dos menores, con la única prueba de un disco de supuestas llamadas de extorsión, que resultó estar vacío…

Casi seis años de cárcel sin juicio, seis años. Pero, insisto, que los cuente Leonel, que además de profesor y luchador social, es poeta.