a carencia aguda de agua potable para consumo humano y la reducción del agua dulce como insumo necesario de la agricultura son un desafío monumental de la humanidad entera, un fenómeno derivado del cambio climático, más allá de fronteras geográficas, sistemas políticos y modelos económicos, por lo que debiera suscitar la reflexión colectiva para construir soluciones de fondo y con visión de futuro, y no ser materia de lucro político inmediatista en ningún lugar del planeta.
El problema no es privativo de un país y mucho menos de una ciudad en particular. En el caso nacional, es tiempo de buscar fórmulas viables y duraderas para hacer frente a la sequía, el abatimiento de algunas fuentes, la reducción de suministro en los hogares y la disponibilidad para un campo ya de por sí agobiado por las exigencias de una inequitativa competencia con nuestros principales socios comerciales, al amparo del T-MEC.
En este mismo espacio de reflexión hemos dado puntual seguimiento a los estragos provocados por el calentamiento global, con la exacerbación de fenómenos extremos como los huracanes y, en el otro extremo, la sequía y el agotamiento de los mantos acuíferos. México no es la excepción.
Pero, por metodología y objetividad, comencemos por el desafío mundial, apoyados en datos duros divulgados los últimos años por distintas fuentes acreditadas y expertos en la materia.
La Unesco y ONU-Agua en la última edición del Informe de Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos en el Mundo advierten que entre 2 mil y 3 mil millones de personas sufren escasez de agua en el mundo. Esta carencia se agravará en las próximas décadas, especialmente en las ciudades, si no se impulsa la cooperación internacional en este desafío común.
Un diagnóstico semejante realizado por Lifeng Li, director de la División de Tierras y Aguas de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en un ensayo publicado a fines del año pasado, señala: “La escasez de agua constituye uno de los retos más acuciantes para el desarrollo de nuestros tiempos. Actualmente, 2 mil 400 millones de personas viven en países afectados por el estrés hídrico… y los recursos de agua dulce por persona se han reducido 20 por ciento en los últimos 20 años”.
En su análisis por segmentos de la población observa que muchos de ellos son pequeños agricultores que ya tienen problemas para cubrir sus necesidades diarias de agua potable, alimentos nutritivos y servicios básicos, como la higiene y el saneamiento. Las mujeres, las poblaciones indígenas, así como las personas migrantes y refugiadas se ven especialmente afectadas
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Coincidimos con este directivo internacional en que, al interior de los países, es fundamental contar con una gestión eficaz en la materia a fin de asignar, a familias y productores, recursos hídricos de manera sostenible y equitativa, en una estrategia que involucre a todas las partes interesadas, desde los encargados de la formulación de políticas públicas hasta las comunidades.
Es un esfuerzo compartido que no debe estar desvinculado de las acciones internacionales, como las planteadas en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Agua 2023, que aglutinó a líderes mundiales, organizaciones de la sociedad civil y a particulares especialmente interesados en el tema, para una acción conjunta que permita alcanzar los objetivos y metas relativas al agua previstos en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
En el ámbito nacional, como observa la investigadora Sandra López, uno de los factores más preocupantes es la reducción y variación en las precipitaciones. De acuerdo con datos de la Conagua, que cita, en junio de 2023 a nivel nacional llovió 61 por ciento menos en relación con el promedio del mismo mes de 1991 a 2020. ¿La razón? La tercera ola de calor del año que afectó a la mayor parte del país a mediados del año pasado. Esta provocó una importante disminución de lluvias y es considerada la más extensa y severa ola de calor de los últimos años. Estas olas de calor no son fortuitas, son uno de los subproductos más graves del cambio climático, como ya hemos señalado.
La reducción significativa de precipitaciones ha afectado a las principales presas del país, que aún en la época de lluvias del año pasado se encontraban en promedio a 44.6 por ciento de su capacidad. Las presas de Morelos, San Luis Potosí y Querétaro enfrentaban desde entonces, a niveles particularmente bajos, de 13.0 por ciento, 12.7 y 7.1 por ciento, respectivamente. Al inicio de 2024, las presas del país se mantienen en un promedio en torno a la mitad de su capacidad instalada.
En suma, es imperativo que toda la comunidad de naciones sume esfuerzos para atemperar el cambio climático, reduciendo significativamente la emisión de CO2 y otros elementos contaminantes. Sólo de esa manera podremos frenar esta espiral de calentamiento que ya se tradujo, entre otros efectos perniciosos, en sequías, reducción del agua potable en las ciudades y menos suministro del vital líquido para las actividades productivas del campo, lo que ha hecho más difíciles las condiciones de vida de los sectores más vulnerables de cada país y de cada pueblo.
En el caso de México, el desafío del agua debe ser parte sustancial de la agenda social de gobierno de los candidatos presidenciales, cada cual con su propuesta técnica específica.