na de las colonias más atractivas de la Ciudad de México es la Condesa. Lleva ese nombre porque se desarrolló en parte de los terrenos de la hacienda de la Condesa de Miravalle. A principios del siglo XX, en el predio se construyó un hipódromo para sustituir el antiguo del barrio de Peralvillo, que habían construido los aristócratas porfiristas que se reunían en el Jockey Club.
En los años veinte, como efecto de la Revolución y el dinamismo de la posguerra europea, el país atravesó por una serie de cambios económicos, sociales y políticos que, entre otros ámbitos, tuvieron su reflejo en la arquitectura y el urbanismo. Comenzó a surgir una pujante clase media que abrió exitosas posibilidades a la creación de nuevas colonias que se iban a poblar de un nuevo tipo de construcciones.
Ese fue el ambiente en el que se desarrollaron el ingeniero José G. de la Lama y el contador Raúl A. Basurto, quienes se asociaron para crear nuevos fraccionamientos, entre los que sobresalen las colonias Hipódromo y Polanco.
La primera se construyó aprovechando la pista del hipódromo, que ya era obsoleto; el contrato establecía que si algún día se fraccionaba se tendrían que donar 60 mil metros cuadrados para la construcción de un parque; al surgir la colonia, el cumplimiento de esta cláusula dio origen al Parque México.
Fue parte del diseño de la colonia que realizó el arquitecto José Luis Cuevas en 1925, quien ya había creado el cercano Parque España cuatro años antes. Se inauguró en 1927, con el nombre de General San Martín, por el libertador argentino José de San Martín. Como suele suceder, la gente lo bautizó a su manera con el nombre de la avenida México, que lo rodea… y así se le quedó.
El sitio más famoso de esa zona verde es el Foro Lindbergh; el nombre se debió a que ese mismo año vino a México el piloto estadunidense que había ganado fama mundial por cruzar el océano Atlántico en solitario y sin escalas en 1927. Al venir unos meses después de su proeza, fue recibido por miles de personas y lo recibió el propio presidente Plutarco Elías Calles, quien le brindó una bienvenida similar a una visita de Estado.
El foro lo diseñó el arquitecto Leonardo Stávoli y ocupa una gran plaza art déco, con cinco pilares monumentales cubiertos con marquesinas y dos pérgolas que presiden un anfiteatro rodeado de columnetas.
Al frente, una escultura del mismo estilo y una fuente con una mujer cargando dos vasijas de agua. Esta última es obra de José María Fernández Urbina, quien fue famoso por haber restaurado el Ángel de la Independencia después del terremoto de 1957.
Detrás hay un pequeño lago con patos y una fuente muy hermosa que no se aprecia desde el exterior, al igual que los senderos rodeados de exuberante vegetación y varios árboles monumentales, quizás herencia de cuando era la hacienda de la Condesa.
Las diversas remodelaciones que ha tenido el hermoso parque, que está por cumplir 100 años, han tenido el buen tino de respetar, además del Foro Lindbergh, las añejas bancas que asemejan ser de troncos, un estanque con un puentecillo, una fuente con una original torre art déco con un reloj y más.
El arreglo más reciente modernizó el área de juegos infantiles y se diseñó un amplio espacio para las mascotas, muy concurrido y un sitio verdaderamente seductor: un audiorama; equipado con confortables asientos hechos por artesanos de la Condesa y de Tequisquiapan, Querétaro. Hay libros, buena música, flores y un estanque. Resguardado por frondosos bambúes, invita a pasar un rato de deleitosa relajación.
Después de ese alimento para el espíritu, los invito a caminar a la avenida Ámsterdam 71, al Rojo Bistrot, que ofrece suculenta comida francesa. El lugar es propiedad del actor Demián Bichir, razón por lo que no es raro encontrar algún artista. Ahora que ya comienza el calorcito, las mesitas al aire libre son muy agradables.
Además de los clásicos platillos franceses como la sopa de cebolla, caracoles, el filete a la pimienta y el pato a la cereza negra, hay creaciones de la casa como el queso brie en costra de almendras, champiñones en costra de pan con romero, sobre láminas de queso provolone y un lingüini cremoso al azafrán con mariscos y pescado; exquisito, el pastel de chocolate supremo para el postre.