arece ser algo natural que quienes trabajamos en el Instituto Nacional de Antropología a Historia (INAH), en especial los más antiguos, nos la pasemos encontrándole defectos a la institución… No cabe duda de que tiene muchos, sobre todo debidos a sujetos que se han colado en su nómina y no se han preocupado por dar golpe.
Hemos pasado épocas peores. Pongo de ejemplo que, hace alrededor de tres lustros, un famoso personaje de la Casa fue objeto de un homenaje cuando consiguió su jubilación, y fue agasajado con una celebración por parte de sus compañeros de nómina, pues no se puede decir que de trabajo. Presumió que se jubilaba sin haber publicado una sola línea…
Los hay quienes siendo investigadores de tiempo completo
no han podido siquiera suspirar por pertenecer al famoso Sistema Nacional de Investigadores que patrocina el Conahcyt…
Pero ese lastre no social y académico no es ahora motivo de diatriba, sino una razón para apreciar aun mucho más la nueva cara que ha adquirido el INAH en los últimos años. Si nos tomamos la molestia de contemplar la parte llena del vaso, con ello tenemos bastante para ponderar ahora la octogenaria institución.
En efecto, es mucho lo que ha llevado a cabo el instituto en los últimos años, encabezado por el antropólogo queretano Diego Prieto.
Con sus recursos buenos y otros de muy buena mata que se incorporaron después, con poca lana hicieron mucho –muchísimo– en las tierras mayas, al extremo de que el mapa arqueológico maya exhumado ha resultado de extraordinario valor y ha dado lugar a una cantidad enorme de material que, en la medida que se vaya estudiando debidamente, enriquecerá sobremanera el conocimiento que tengamos de su cultura original. Ello, dicho sea de paso, generará recursos económicos procedentes del turismo de buen nivel cultural que ya ha crecido muchísimo.
Pero además de esto, que salió a la luz el pasado 6 de febrero en la celebración que se hizo de los primeros 85 años de vida de la Casa, por boca de su propio director general, en un discurso espléndido de trece cuartillas, quedó establecida la transformación de la idea del país que ha emergido de su trabajo de los tiempos recientes.
El INAH puede presumir de directores espléndidos, algunos de los cuales pude tratar a partir del inconmensurable Guillermo Bonfil, quien abrió los primeros Centros Regionales, pero no han faltado verdaderos mequetrefes que incluso dejaron que avanzara la estulticia dentro de la institución, pero también los ha habido –menos por desgracia– de gran categoría.
Tal es el caso del actual: Diego Prieto, quien rubricó su gestión en el texto de marras estableciendo su nueva concepción de la antropología, curiosamente mucho más cercana que la de varios antecesores, a la que se tenía cuando Lázaro Cárdenas fundó el instituto, el 3 de febrero de 1939.
Es que se dio el caso de que el embate neoporfirista
también fue padecido por nuestra institución.
Si seguimos por esta vía, nuestra Casa, que durante más de cuatro décadas nos dio a muchos la posibilidad de trabajar precisamente en lo que queríamos, puede llegar a alcanzar niveles insospechados y, a lo mejor, incluso no deseados por la reacción
mexicana.
Como estableció el maestro Prieto: el INAH ha forjado una idea de patria, de soberanía y de identidad nacional
.
Al felicitar al INAH por sus 85 años de vida, no dejo de sentirme orgulloso de pertenecerle, aunque haya sido en diferentes etapas, más de la mitad de ese tiempo.
Para Alicia García Vázquez
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