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Predicar con el ejemplo
E

sa frase fue la que debió usar la candidata de la oposición en Washington y no la frase en inglés Walk the talk. La pronunció frente a la esposa de Dimitri Negroponte, Diana Villiers, en el Centro Wilson, donde apenas en octubre pasado, la comentarista Denise Dresser se preguntó: ¿Está muriendo la democracia en México?

Negroponte, no está de más recordar, estuvo detrás del montaje en el Golfo de Tonkín, que justificó la intensificación de la guerra de Vietnam; en el golpe de Pinochet a Salvador Allende en Chile; el golpe militar en Ecuador contra Rodríguez Lara, y dirigió, como embajador, la base de operaciones de la CIA en Honduras contra la revolución sandinista de Nicaragua. Es un hombre de la guerra fría, la ideología del neocolonialismo, de la que muchos no han salido. Entre ellos, Xóchitl Gálvez, que se quejó en su discurso leído de que el ejército ruso –junto con los de otros 15 países– desfilara en algún 16 de septiembre. Mucho más grave, la candidata pidió la intervención de Estados Unidos en la elección presidencial mexicana a cambio de permitir la privatización extranjera en energía e infraestructura, lo que ella llamó alianza geopolítica y amistad confiable.

Tratando de dañar a Andrés Manuel López Obrador, la ex delegada en Miguel Hidalgo cargó contra la soberanía nacional, el respaldo democrático de millones a las reformas del obradorismo y, simplemente, el decoro. Hace tiempo que no veíamos una sumisión tan humillante de un político a los intereses más rapaces de Estados Unidos. Por ejemplo: uno de los ataques del mismo Centro Wilson en meses pasados fue contra la militarización de las aduanas en la presente administración, y Xóchitl, en sumisión absoluta, propuso aduanas binacionales, es decir, meter ahí a fuerzas de seguridad de Estados Unidos. Sin mayor explicación aseguró, pensando sólo en su fracasada precampaña electoral y no en el interés nacional: “México no está listo para aprovechar el nearshoring”; en materia eléctrica, que se han cambiado las reglas del juego de manera ilegal; que la corrupción es escandalosa, incluso para los estándares mexicanos, y, finalmente, que Morena se mantenga en el poder es garantía de que ni la migración ni el fentanilo ni ningún problema bilateral encontrarán solución.

Angustiada por su incompetente precampaña electoral, a la candidata no le importó arriesgar la integridad nacional, debilitar la capacidad de negociación del Estado mexicano y desestimar las políticas nacionales aprobadas por un Congreso electo democráticamente. Ganar a toda costa, con el país comprometido en un entreguismo de bote pronto, fue la sustancia de la gira de esta candidata opositora, forjada al estilo de Juan Guaidó.

Llama mi atención que justo la frase que quiso decir en inglés, predicar con el ejemplo, sea uno de los pilares del obradorismo. En el recientemente publicado Atlas político de emociones, el filósofo uruguayo Facundo Ponce de Léon escribió la entrada dedicada a la admiración en política. Me hizo pensar en el momento actual, en que compiten el reconocimiento, afecto, respeto y aprobación de ocho de cada 10 mexicanos al presidente López Obrador contra los productos mercadotécnicos que simulan esa admiración. De entrada, el filósofo distingue entre el embelesamiento privado, pasmado, del que gozan, por ejemplo, los influencers o las actrices, y la admiración colectiva y política: “Un maravillarse entre las personas que da inicio a la actividad política (…) La clave no estaría en las personas (carismáticas) que admiramos, sino en la capacidad humana de generar esa instancia valorativa. Esta actividad supone un talante moral para reconocer algo en los demás que impulsa la acción y que la vuelve edificante para quien admira. Por eso, no importa tanto lo que se admira como la capacidad misma de admirar (…) que alienta la capacidad de transformar del propio sujeto”. Hay una diferencia crucial entre popularidad y admiración política.

Ponce de León ataja una crítica que se hace de los líderes de izquierda en América Latina: el carisma. En México se hacen referencias a lo religioso: que el Mesías tropical, que el púlpito de Palacio Nacional, que las mañaneras son una especie de hipnosis de la masa engañada. Esas son referencias al carisma que Max Weber tomó de San Pablo y, en efecto, son religiosas, porque se le atribuyen a una persona que es líder o maestro o mago. Pero si democratizamos su comprensión, tenemos que la admiración ocurre entre los seguidores del obradorismo que los impulsa a la acción política. Ya no es más una fascinación por la persona del dirigente, sino la llegada de lo ejemplar. Y, en efecto, es posible adivinar la aprobación como una emoción que une lo que es con lo que debería ser. Escribe: El ejemplo es digno de ser imitado, y la imitación es una forma de experiencia que contiene en sí misma la capacidad de admiración. La acción imitativa no coarta la libertad del sujeto que la asume, sino que le da un marco de referencia, una trama en la que insertarse. Anudamos ser y deber ser, pasado y presente, reflexión y acción, universal y particular, el legado con la espontaneidad propia. Lo ejemplar es político y colectivo en tanto moviliza la democratización de las democracias plebeyas. Se trata de ser como el deber ser de lo admirado y, en esa libertad participativa, se juega lo político con todas sus contradicciones entre personas y colectividades. El ejemplo mexicano es, por supuesto, los políticos que hacen lo que prometieron, que ponen a la actividad política en el rango de las virtudes públicas y no en ese desequilibrio que advirtió Hannah Arendt, por el cual vemos todo lo bueno en la sociedad y todo lo malo en el poder.

De eso, Xóchitl Gálvez no sabe nada, empeñada en manufacturar una imagen, como hacen los influencers con el carisma privado que les sirve para vender cosas. Por eso quizás, prefirió pronunciar la frase en inglés. En walk the talk sólo hay que andar por el camino de lo que se dice, pero sin las implicaciones políticas y existenciales de la ejemplaridad pública, que es justo lo contrario de decirle a cada público lo que necesita oír, lo opuesto a recrear la propia biografía hasta convertirla en un engaño más.