Retoños
ara: –Perdónenme, doctora Linares, llegué tarde porque tuve un problema con Narciso y discutimos muy fuerte. No pude controlarme y lo amenacé con abandonar la casa y no volver. No sé cómo se me ocurrió eso. Antes, a cada rato, por cualquier cosita que le disgustaba él me salía con lo mismo y yo, la tonta de Sara, le suplicaba que por favor no se fuera.
Dra. Linares: –Y él, ¿cómo reaccionaba?
Sara: –Repitiéndomelo y repitiéndomelo hasta el cansancio. Una vez, me acuerdo, se metió en su cuarto y se puso a guardar sus cosas en una maleta porque según él se iba en ese momento. Aunque me dé vergüenza, tengo que confesarle que me le hinqué para suplicarle que lo pensara bien, que no en todas partes iba a tener las ventajas que le daba en la casa: comida humilde, ropa y cama limpias, y un dinerito para sus gastos.
Dra. Linares: –¿Él nunca intentó cubrirlos por su cuenta?
Sara: –A veces, cuando encontraba algún trabajo. Entonces me prometía las perlas de la Virgen para cuando le mejoraran el puesto. Los domingos, mientras le hacía el desayuno, él se sentaba muy formal a ver la sección de casas en venta del aviso oportuno y me iba preguntando si me gustaría un departamento de tres recámaras, dos para nosotros y una para montar su estudio; o una más grandecita, por si se me antojaba reinstalar mi taller de costura. (Se frota el pecho.) No sé qué me sucede: tengo la boca seca, como de papel, ¿podría regalarme un vaso de agua?
II
A su regreso, la doctora Linares encuentra a Sara frente a la ventana, mirando arrobada la calle:
Dra. Linares: –Sara, ¿en qué piensa?
Sara: --Veía a la gente que pasa y pensé si todas tendrán el mismo problema que yo.
Dra. Linares: –Si no los mismos, otros. Por cierto, ¿qué edad tiene Narciso?
Sara: –En diciembre cumplirá 40 años. Quiere celebrarlos en la Barranca del Cobre porque sus amigos le han dicho que es una maravilla. La discusión de esta mañana fue precisamente porque yo, con el sueldo que gano en la fábrica, por el momento no puedo hacer ese gasto. Él me dijo que sí podía hacerlo con lo que iba a recibir de aguinaldo. Ni me han dicho si me lo van a dar.
Dra. Linares: –A ver si he entendido bien, ¿su hijo tiene 40 años y depende completamente de usted?
Sara: –No cuando le sale algún trabajo, pero dura poco en todos porque le molesta el trato que le dan, porque los jefes no lo toman en cuenta o simplemente porque no le conviene el horario tan temprano.
Dra. Linares: –Si usted no le solucionara sus problemas, ¿Narciso sería tan exigente?
Sara: –No. Mi esposo Artemio me lo advirtió mil veces, pero no le hice caso y me arrepiento.
Dra. Linares: –Y ahora que ve la situación, su marido ¿qué opina?
Sara: –Nada. Ya no vive con nosotros: se hartó del hijo. Se fue a trabajar a León, donde su hermano Élfego es encargado de una talabartería. Me pidió que me fuera con él, pero Narciso se volvió loco porque iba a dejarlo solo y no me atreví a irme.
Dra. Linares: –¿Por qué?
Sara: –Porque una madre está obligada con sus hijos.
Dra. Linares: –¿No cree que hay límites? Comprendo que una mamá quiera proteger a sus hijos, pero hasta cierta edad.
Sara: –Es que usted no conoce a Narciso. Es muy sensible, no soporta que me aparte de él. Cuando me salgo a trabajar a cada rato me llama para saber a qué horas regreso. Ahorita, por ejemplo, vine de escapada. Si sabe que estoy aquí, planteando nuestros problemas, creo que se muere del coraje o del temor de que yo esté tramando algo en contra de él.
Dra. Linares: –Por ejemplo ¿qué?
Sara: –Pues que esté preparando mi huida de la casa o la forma de echarlo.
Dra. Linares: –¿Lo haría usted?
Sara: –La verdad, más de una vez he tenido ganas de hacerlo, de sentirme libre.
Dra. Linares: –En tal caso, ¿qué haría?
Sara: –Irme con mi marido si es que él aún me acepta.
Dra. Linares: –¿Por qué lo duda?
Sara: –Porque hace ocho años que vivimos separados para que yo pudiera consagrarme a Narciso.
Dra. Linares: –¿Le gusta vivir así?
Sara: –La verdad, no. Por eso vine: necesito salir de esto que veo como una trampa, una cárcel, una prisión al fin.
Dra. Linares: –Agradezco su sinceridad y su confianza, pero creo que en el caso concreto que me ha planteado la única que puede hacer algo es usted.
Sara: –Dígame qué y lo hago.
Dra. Linares: –Enfrentar la realidad, reconocer que Narciso ya no es un niño y que por su propio bien debe independizarse.
Sara: –¿Independizarse? O sea, irse de la casa, sostenerse por sí mismo, buscar una compañera. Las novias no le duran, por su carácter tan posesivo.
Dra. Linares: –Puede cambiarlo. Si lo hace le aseguro que él mismo se sentirá mejor, más fuerte, más seguro, más dueño de sí mismo.
Sara: –¿Y cómo sé que va a conseguirlo?
Dra. Linares: –Teniendo confianza en él.
Sara: –Le aseguro que sí tengo, pero no sé cómo expresársela sin que Narciso piense que estoy tratando de deshacerme de él.
Dra. Linares: –¿Puedo preguntarle si alguna vez se ha puesto a pensar que usted también necesita vivir su vida?
Sara: –Le temo a la soledad. ¿Tocaron?
Dra. Linares: –Voy a ver. (Abre la puerta con sigilo.) Señor, ¿en qué puedo servirlo?
Narciso: –Busco a mi mamá, la señora Sara Buenrostro. (Pierde el gesto adusto en cuanto ve aparecer a su madre.) Mami linda, hace rato vi que entrabas aquí. Vine a buscarte para que no regresaras solita.
Sara: –Hijo, espérame, nada más recojo mis cosas y nos vamos. (Regresa al consultorio y la doctora va tras ella.)
Dra. Linares: –En medio de todo su hijo es amable con usted.
Sara: –Pero no por lo que usted cree, sino porque temió que cumpliera mi amenaza de no volver a la casa y porque mañana nos toca pagar la renta. Si no la cubro yo, ¿quién más va a hacerlo?
Narciso: –Mami, apúrale. Tu pobre hijito ya tiene ganas de cenar.