El secuestro del Papa
na pequeña aclaración: el título en español para el original Rapito (2023), cinta del italiano Marco Bellocchio, pudiera prestarse a confusión. El secuestro del Papa no alude a un posible rapto del que habría sido víctima algún sumo pontífice, sino, por el contrario, de la responsabilidad directa de un papa, Pío IX, en el secuestro en Bolonia, en 1858, de Edgardo Mortara, niño judío de seis años, para convertirlo, arbitrariamente y sin la anuencia de sus padres, a la religión católica. Habiendo sido bautizado en secreto por su nodriza, quien lo creía un bebé amenazado por una grave enfermedad que le impediría la entrada al cielo, el infante será considerado por la Iglesia, debido a ese sacramento improvisado, como un ser católico. Su secuestro tendrá más tarde la pretendida justificación de la salvación de su alma por aquella conversión forzada, aunque también una explicación política fundada en el antisemitismo, misma que la cinta habrá de revelar aportando el contexto histórico necesario. Con su claridad expositiva, El secuestro del Papa es una de las películas de contenido político más atractivas y redondas de las hasta hoy realizadas por el también autor de En el nombre del padre (1971) y La amante de Mussolini (2009).
El aspecto más interesante de esta historia, basada en un hecho real, es la manera en que describe el proceso de adoctrinamiento y corrupción moral que padece Edgardo por las autoridades eclesiásticas para hacerle renunciar a su fe judía y asumir la confesión católica –primero, con resistencias en su infancia de encierro, luego con un ardor inesperado ya como joven adulto–, hasta convertirse en un feligrés convencido y después en sacerdote, para desesperación y vergüenza de su familia y, en especial, de su madre Mariana (Barbara Ronchi), quien no escatimará esfuerzo alguno para hacerle cambiar de parecer.
El retrato del pontífice corruptor y autoritario Pío IX (Paolo Pierobon) es formidable, sobre todo al mostrar su manera perversa de transformar a su joven víctima en un súbdito complaciente y agradecido. A Mortara lo interpretan, de niño un estupendo Enea Sala, y de adulto, Leonardo Maltese, quien aporta los matices necesarios de indefensión e histeria que caracterizan a este personaje atormentado. Parte de su delirio y confusión lo ilustra la inquietante escena onírica de un Cristo liberado de los clavos y descendiendo de la cruz para dotar de carnalidad pagana a las dudas espirituales del joven sacerdote. Bellocchio ha construido un melodrama intenso y bien controlado, muy a tono con sus obras provocadoras de los años 60 que hicieron de él una figura clave de la cultura post-68. Su vitalidad y pertinencia es hoy, a sus 84 años, aleccionadora y sorprendente.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 17:45 horas.