omo cada año, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) votó de manera abrumadora para exigir a Estados Unidos que ponga fin a su brutal bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba. La resolución, aprobada con 187 votos a favor, dos en contra y la abstención de Ucrania, reafirma la igualdad soberana de todos los estados, la no intervención y no injerencia en sus asuntos internos y la libertad de comercio y navegación
y pide a los estados que se refrenen
de recurrir a este tipo de medidas. Asimismo, condena la aplicación extraterritorial con que Washington violenta la soberanía no sólo de los países a los que castiga ilegalmente, sino también la de todos aquellos (incluidos individuos y empresas) que deseen entablar relaciones comerciales con las naciones sancionadas.
Resulta significativo que el único Estado dispuesto a acompañar a Estados Unidos en la agresiva política contra el pueblo cubano sea Israel, que a su vez se beneficia del respaldo incondicional de la Casa Blanca al genocidio que lleva adelante contra los palestinos. Ni siquiera Ucrania votó a favor de esta ignominia, pese a que su gobierno depende enteramente de Washington para sostener su esfuerzo bélico ante la invasión rusa e incluso para realizar sus funciones más esenciales, como el pago de la nómina de los trabajadores públicos.
De este modo, Washington y Tel Aviv se muestran como los mayores violadores globales de los derechos humanos y recuerdan al conjunto de la comunidad internacional que las agresiones contra Cuba y Palestina se encuentran íntimamente entrelazadas por la complicidad entre estas potencias nucleares y por la lógica colonial de considerarse titulares del derecho a someter a otras naciones a sus designios. La intoxicación propagandística es otro punto en común: tanto Estados Unidos como Israel han instalado en los medios multinacionales una versión en la que sus víctimas son acusadas de terrorismo y en las que los acusadores se dicen agredidos cuando las sociedades a las que masacran encuentran cualquier resquicio para defenderse.
La homicida conducta estadunidense durante la pandemia de covid-19, cuando tanto Donald Trump como su sucesor, Joe Biden, impidieron a la isla importar los insumos básicos para atender a su población enferma, así como el genocidio que en estos momentos perpetra la administración de Benjamin Netanyahu en la franja de Gaza y, en menor medida, en Cisjordania, deberían convencer a la comunidad global de dejar atrás los gestos simbólicos para pasar a la acción, poniendo en marcha todos los mecanismos diplomáticos, económicos, políticos y culturales a su alcance a fin de hacer valer el derecho internacional tanto en el Caribe como en Medio Oriente.
Es exasperante constatar que la práctica totalidad del planeta reconoce la ilegalidad y la injusticia a que se encuentra sometida la isla, pero, por miedo o por complicidad, prefiere mirar hacia otro lado mientras millones de cubanos se ven privados de los bienes más elementales por la obcecación estadunidense de dictar a otros países la forma en que deben manejar sus asuntos internos. En tal contexto, cabe congratularse de que México se cuente entre las naciones que alzan la voz contra esta ignominia y tienden un apoyo fraternal al pueblo cubano.