a historia de México está marcada por una importante y valiosa tradición de lucha laboral y sindical. A lo largo de los años, varios líderes han dejado una huella duradera, defendiendo la justicia, la dignidad y los derechos de los trabajadores, además de promover mejoras en las condiciones laborales. En su 22 aniversario luctuoso, recordamos a uno de los hombres más prominentes en la historia reciente del sindicalismo mexicano: Napoleón Gómez Sada, mi padre, cuyo legado merece una atención especial por los relevantes avances que trajo y su visión para transformar al sector del trabajo.
Para entender la importancia de Napoleón Gómez Sada en la cultura sindical mexicana es crucial considerar el contexto en que operó: a lo largo del siglo XX, los esfuerzos en el país por extender y mejorar los sindicatos y la protección a los trabajadores se enfrentaban a trabas políticas y culturales fuertes. Sin embargo, algunos líderes sindicales se destacaron por su compromiso con la causa y la lucha por mejores condiciones en los espacios de trabajo, contribuyendo directamente a mejorar el futuro del país y de cuyos beneficios gozamos actualmente.
Napoleón Gómez Sada ingresó como obrero en una fábrica de calzado regiomontana a los 17 años, donde surgieron de manera más organizada sus inclinaciones políticas, pues quiso formar su primer sindicato. Eso lo llevó a ingresar, con 21 años de edad, a la sección 64 del Sindicato Minero, con sede en Monterrey, Nuevo León. Ahí, formó un grupo político y desempeñó cargos centrales de su sección sindical, que lo llevaron en 1960, a ser elegido presidente de la mesa directiva de la Convención General Ordinaria y al término de la Convención, se le nombró secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana.
Durante su administración nuestro país atravesaba por tiempos difíciles. Desde crisis de la industria, cierres definitivos de grandes compañías y las resistencias de las élites a la cultura sindical y la democracia. Napoleón Gómez Sada soportó los embates y se mantuvo fiel a sus ideales de lucha y principios morales. En esa línea, las similitudes entre mi padre y otros líderes sindicales internacionales residen en su compromiso inquebrantable con la causa de los trabajadores y la defensa de los derechos laborales. Su búsqueda de justicia social y equidad en el lugar de trabajo, así como la promoción de la seguridad y salarios justos, fueron precedentes que traspasaron las fronteras, e impulsaron una visión común para reivindicar el trabajo de millones de obreros y empoderar sus voces.
El liderazgo de mi padre era honesto, cercano con los trabajadores y de una gran integridad; siempre generoso hacia sus compañeros mineros, sus familias y nuestro país. Su trabajo modernizó las estrategias y técnicas de negociación colectiva para rescatar y restructurar la industria minera. Tenía plena conciencia de que la lucha se fundamenta en la unidad y la lealtad y, por ello, pensaba que poner la vida al servicio de los demás y de la lucha por la justicia era el modo más digno de vivir. Su herencia más importante fue la revaloración del trabajo de los mineros a través del esfuerzo coordinado, organizado y eficaz.
Cuando honrosamente asumí la responsabilidad como presidente y secretario general del Sindicato Nacional Minero, una de las primeras cosas que pensé fue cómo continuar y fortalecer el legado de mi padre. En principio, mi férreo compromiso con la defensa de los derechos laborales y la reivindicación permanente de la clase trabajadora, son una clara línea de seguimiento entre su liderazgo y el mío. Como líder sindical y senador, he impulsado y logrado avances para mejorar los salarios y el bienestar, establecer condiciones de trabajo más seguras, así como lograr una justa representación de la clase trabajadora en la toma de decisiones.
Al igual que mi padre, he abogado por la democratización y la libertad sindical, asuntos que me parecen primordiales. Los trabajadores merecen elecciones sindicales transparentes y representativas de su voluntad, promoviendo así una mayor participación democrática dentro del sindicato y garantizando una correcta protección laboral a quienes más la necesitan. Y siguiendo su herencia de modernización, he ampliado nuestras relaciones internacionales de solidaridad y cooperación, pues en nuestra realidad global, el trabajo con otras naciones se vuelve indispensable en el triunfo por los derechos. En definitiva, los logros recientes del Sindicato Nacional Minero han sido posibles gracias a las sólidas bases que puso mi padre tanto en nuestra organización, como en el mundo del trabajo mexicano.
Don Napoleón Gómez Sada ha dejado una huella y un enorme legado en el sindicalismo de México. Su solidaridad profunda, su apuesta por la justicia y la dignidad son estandartes que motivan mi labor política y sindical. Su trabajo continúa inspirando a las generaciones futuras de líderes sindicales a seguir luchando por un México más justo y equitativo para la clase trabajadora.
Nuestra sociedad vive momentos cruciales para consolidar una transformación integral del sindicalismo, pero nos damos cuenta de que sólo en unidad, lealtad y coordinación podemos vencer los sistemas injustos que violentan nuestras garantías. Como mi padre, luchamos por que nuestros sindicatos sean innovadores, modernos, de avanzada y verdaderamente representativos. Aún tenemos camino por recorrer para lograr la prosperidad compartida que merecemos, donde el cumplimiento de derechos sea la norma y no la excepción. Para ello, retomar los logros y conocimientos de nuestros predecesores nos llena de luz para superar los desafíos y nos renueva el espíritu de lucha.
¡Que viva don Napoleón Gómez Sada!