iempre el azar. Entro al bar Lutèce, en el corazón de París. Tomo una copa de beaujolais cuando veo entrar a Carlos Fuentes. Se resurtía de sus Gauloises (¿o eran Gitanes?). Me presento con él. Lo había visto un par de veces, la última en casa de Javier Wimer: se trataba de una despedida o bienvenida a Octavio Paz. Le comento de la nota sobre su obra de teatro Todos los gatos son pardos, que hacía poco había yo enviado a La Cultura en México
, el suplemento de Siempre! Ya debe estar en la embajada
, me dice. Se refería a la embajada de México en Francia y, ciertamente, la revista estaba allí con mi nota. Carlos, jubiloso, me invita al estreno mundial de su nueva obra, El tuerto es rey , en Avignon. Allá va a estar el bum.
Llego, como si hubiera tenido reservación, al lecho del río de la Barthelasse. Era un alojamiento silvestre de muchos que, como yo, viajaban sin la Guía Michelin para ubicar hoteles. Una tras otra se van desgranando las escenas –teatrales unas; cinematográficas las otras. Al final irrumpe la guerrilla. Aplausos, pero también, más tarde, algunas críticas.
Meses atrás, Julio Cortázar había tentado a Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa con unas ricas costillitas preparadas por él mismo para reunirse en su casa de Saignon (alrededor de unos 500 habitantes), como se lee en Las cartas del Boom, el espléndido epistolario publicado por Alfaguara. La ocasión estaba por cumplirse. Nunca antes se habían encontrado los cuatro en un mismo lugar.
Rentamos un autobús mediante coperacha, y así los protagonistas del Boom de la literatura latinoamericana, sus familias y algunos invitados –yo entre ellos– hicimos rumbo hacia Saignon. El pequeño pueblo situado en la Provenza no estaba tan cerca y pasado el mediodía el apetito ya era multánime. Por fortuna alguien informó que la parada para comer sería en Bonnieux, otro villorrio a unos minutos de nuestra ruta. Donde comeríamos era una casa medieval habilitada para atender comensales. Todo muy rico. Y sin decir agua va, Alita, la sobrina de Cortázar, nos llama la atención para el clic de su Instamatic.
Fuimos captados de la manera en que aparecemos en la fotografía que precede al intercambio epistolar de los cuatro protagonistas de nuestra literatura más publicados y publicitados. En América Latina, un mundo cuajado de realidades recreadas con maestría literaria no sólo por el cuarteto, y también en Europa, sus obras producen deslumbramiento y la convicción de que la literatura en castellano ofrecía una cantera de nuevas posibilidades.
En Europa se abría paso, como en un mar de saliva, la Nueva Novela francesa, una nata de tedios irredentos. En Italia, eso sí, como en Francia, les salían mejor sus películas. Y en España, lo peor: una casta de glosadores y peritos en gramática estragaban el de suyo pobre panorama literario de la dictadura franquista. La buena literatura española se escribía fuera de sus fronteras. Juan Goytisolo, que aparece de tres cuartos en la foto, era uno de sus creadores.
Hacia la media tarde de Saignon, sentados en los escalones que daban a la entrada de la modesta casa de Cortázar, él y los demás escritores (José Donoso y Juan Goytisolo incluidos) discuten, en medio de los gritos de Olivier llamando a los demás niños a continuar la bagarre (la pelea), en torno a la proyectada revista Libre que, la verdad, como se lee en Las cartas, les producía más reticencias que entusiasmos. Por ello y por otras causas, como después contó Goytisolo, la revista no llegó más allá del tercer número.
Alita me obsequió la diapositiva en Bonnieux y tiempo después mi encuentro con ese gran fotógrafo y amigo que fue Héctor García me resultó en una magnífica impresión lograda por él. La guardé mucho tiempo. En algún momento la publicó La Jornada . Pasado más de medio siglo, me llegó un correo de Carlos Aguirre, uno de los cuatro compiladores de Las cartas. Me preguntaba por la foto y al cabo, luego de un breve intercambio, se la hice llegar. Su destino me parece el más grato que pude imaginar.
Las cartas del Boom es dos libros en uno: el que contiene la correspondencia entre sus remitentes/destinatarios a lo largo de casi dos décadas y el que nos guía entre el texto introductorio y las oportunas y amplias citas a pie de página que precisan, extienden, apuntalan cada aspecto significativo de lo que en cada una de las misivas se dice. Una extraordinaria investigación historiográfica y literaria de Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos.
Las cartas de esos cuatro escritores nos estregan aspectos centrales de sus biografías, preocupaciones culturales y políticas, filias y fobias (a menudo Cuba en el centro), el febril contexto mundial de los 60 y su aftermath de los 70. Lectura imprescindible por dos razones: la recuperación de un muy valioso y apasionado testimonio de esa época y el canto del cisne del género epistolar en la pluma de cuatro grandes en cuya obra muchos nos formamos, nutrimos, inspiramos.