n una época, como la actual, en que una parte del Poder Judicial ha servido, en varios países, para elaborar amparos y requisitorias tendientes sabotear o derrocar sistemas democráticos legalmente constituidos (los casos de Dilma Rousseff y Luiz Inácio Lula da Silva son al respecto emblemáticos), resulta aleccionador volver la mirada, cuatro décadas atrás, al momento histórico en que el fiscal Julio César Strassera (un Ricardo Darín impecable), protagoniza el llamado Juicio de las Juntas, primer proceso en la historia latinoamericana en el que una dictadura militar fue juzgada por un tribunal civil por sus crímenes en contra de la población argentina.
Después de siete años de un poder autoritario sin contrapesos, encabezado por el presidente y general Jorge Rafael Videla, entre 1976 y 1983, el nuevo gobierno democrático de Rafael Alfonsín promueve la comparecencia de miembros destacados de la junta militar, no ya ante un tribunal castrense como era el deseo de los enjuiciados, sino frente a autoridades civiles que recabarían más de 800 testimonios de secuestros, abusos y torturas cuyo propósito fue amedrentar a la población. Argentina 1985, la cinta de ficción más reciente del director bonaerense Santiago Mitre ( El estudiante, 2011; La cordillera, 2017), construye su relato en torno de la vida profesional y privada del testarudo fiscal Stassera, de los duros dilemas morales a los que se enfrenta en su reto de juzgar a militares en un entorno muy hostil, un peligro latente y constante que tiene como consecuencia afianzar los lazos afectivos con su familia –esposa y dos hijos adolescentes– quienes participan de modo muy activo en las delicadas vicisitudes del padre.
Este drama judicial de Santiago Mitre bien pudo haberse contentado con explotar las fórmulas manidas del subgénero de cine de tribunales, y plasmado su narración en un telefilme salpicado de notas melodramáticas. Después de todo, el recurso a una fórmula sentimental había ya lastrado, a los ojos de algunos críticos, una cinta tan reveladora y necesaria como La historia oficial, (Luis Puenzo, 1985), filmada el mismo año en que se llevó a cabo el juicio histórico a las Juntas. A esto se añaden los referentes inevitables de cintas como JFK (Oliver Stone, 1991) y Juicio en Nuremberg (Stanley Kramer, 1961), entre otras. Lo que confiere a la cinta de Mitre una calidad especial es su apuesta por ser una cinta comercial, susceptible de llegar a un público muy amplio, que consigue ir más allá de los convencionalismos tributarios de Hollywood, para describir de modo directo una política sostenida de intimidación colectiva y llamar por su nombre a lo que en esencia fue un terrorismo de Estado. Considérese el testimonio impactante de la joven científica Adriana Calvo (Laura Paredes), una mujer obligada a dar a luz en la parte trasera de un auto, maniatada y con los ojos vendados, y los atentados con explosivos en la vía pública que mercenarios cercanos al poder militar multiplicaron en vísperas del fallo final.
Hay dos líneas narrativas igualmente interesantes. Por un lado, el tema de una brecha generacional abolida, cuando luego de suspicacias iniciales, el fiscal Strassera decide formar su equipo con jóvenes recién egresados de las facultades de derecho, y en primer término con el cómplice entusiasta Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), su fiscal adjunto. Por el otro, las vacilaciones tardías de dos personajes simpatizantes de la dictadura (el abogado defensor de los militares, interpretado por Héctor Díaz, y la mujer burguesa, madre de Ocampo, quien paulatinamente cobra conciencia de la fragilidad de sus primeras convicciones políticas). Mitre rehúye las caracterizaciones fáciles, los maniqueismos morales y el victimismo a ultranza, favoreciendo en cambio una composición compleja de los protagonistas centrales. Incluso en el retrato de los militares en el banquillo de los acusados, mismos que pudieran volverse villanos rutinarios, el director opta por la mirada opaca e inexpresiva de los asesinos (Videla no deja de leer un diario durante parte del proceso), hasta el momento en que el equilibrio se rompe, y después del fallo todos prorrumpen en vociferaciones injuriosas en contra de la galería indignada que los condena. A casi cuarenta años de aquel célebre Juicio a las Juntas, en el país austral quedó largamente sofocada toda intentona de sublevación militar golpista. La recuperación que hace Mitre de esa memoria histórica sólo puede ser hoy un signo elocuente de cómo el cine de ficción argentino puede ganar, muy decorosamente, en atractivo popular y en pertinencia política.
Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía y salas comerciales.