stados Unidos decidió redoblar su apuesta por la continuidad de la guerra en Ucrania con la aprobación senatorial de 12 mil millones de dólares en nueva ayuda económica y militar para el gobierno de Kiev, que se sumarán a los 14 mil 500 millones entregados desde febrero. El paquete de respaldo a la nación de Europa del Este, que recibió los votos de legisladores de ambos partidos, forma parte de una extensión presupuestal que es motivo de jaloneo político entre demócratas y republicanos y debe ser aprobada por la Cámara de Representantes antes de que termine la semana.
El reforzamiento de la provisión armamentística al ejército ucranio sin duda debilitará a Rusia y multiplicará las pérdidas materiales y humanas de la fuerza invasora, pero es altamente improbable que lleve a una derrota rusa y a una recuperación completa de los territorios arrebatados a Kiev. Por el contrario, podría robustecer la convicción del presidente Vladimir Putin en sus propias razones para emprender la ofensiva, es decir, en la idea de que Ucrania es la punta de lanza de las maniobras occidentales para maniatar a Rusia e imponerle una sumisión absoluta al dominio global de la Organización del Tratado delAtlántico Norte (OTAN). De este modo, el apoyo en logística, inteligencia y material bélico prestado sin límites al gobierno de Volodymir Zelensky por sus pares de Occidente no hace sino retroalimentar los motivos, legítimos o no, que llevaron al Kremlin a emprender el ataque.
Del otro lado, es lógico e incluso inevitable que la agresión militar, con su estela de muerte y destrucción en amplias zonas de Ucrania, despierte entre los ciudadanos y la clase política de este país intensos sentimientos rusófobos y exacerbe el patrioterismo belicista, pero aquellos que no pertenecen a las élites confabuladas con Washington y sus aliados deben entender que están siendo usados como carne de cañón en una disputa geopolítica en la que no tienen nada que ganar y sí mucho que perder.
En estos siete meses de batallas, ambos bandos han cometido atrocidades y han cruzado líneas que nunca debieran tocarse; sin embargo, en las circunstancias actuales, cuando se ha puesto sobre la mesa la posibilidad de una guerra nuclear, el único camino sensato es detener las balas para dar margen a la confrontación de ideas, la reflexión, la diplomacia y la búsqueda exhaustiva de soluciones aceptables para ambas partes.
Transitar ese camino no es fácil, y es claro que se necesita un mensaje contundente de la comunidad internacional para instar a ambos lados a parar la sangría, en el entendido de que las guerras sólo tienen tres salidas posibles: la totalmente indeseable de la aniquilación del adversario; la de la prolongación por tiempo indefinido de un conflicto de baja intensidad, como ocurre en escenarios como Cachemira o Nagorno Karabaj, o la deremplazar los campos de batalla por las mesas de negociaciones. Para todos los involucrados ha de quedar claro que lo mejor es tomar esta última opción lo más pronto posible con la finalidad de salvar vidas, evitar mayor devastación, ahorrar recursos e iniciar la reconstrucción.