ras 14 años en construcción, ayer abrió sus puertas el centro comercial Mítikah, gigantesco mall de 120 mil metros cuadrados y 280 locales que forma parte del megaproyecto del mismo nombre, un complejo de uso mixto que abarca más de un millón de metros cuadrados, lo cual lo convierte en el más grande de su tipo en América Latina. El emblema de este desarrollo ubicado en las lindes entre las alcaldías Benito Juárez y Coyoacán de la ciudad de México, la Torre Mítikah alza sus 65 pisos a 267 metros del suelo, con lo que arrebató el título del edificio más alto de la capital del país.
Estos vertiginosos números tienen detrás una historia de escándalos, opacidad, malas prácticas empresariales, deficiente planeación urbana, intentos de privatización del espacio público y, en suma, de una salvaje gentrificación y un choque frontal con los habitantes de la zona elegida para levantar uno de los ejemplos más representativos de la fiebre inmobiliaria del antaño Distrito Federal.
A lo largo de estos casi tres lustros, los vecinos del pueblo de Xoco mantuvieron en pie una pertinaz resistencia contra una obra que provocó cuantiosos daños a las viviendas adyacentes, acabó con buena parte de los árboles del perímetro, depredó los recursos hídricos y causó un permanente caos vial. Estos dos últimos problemas sólo empeorarán a medida que se ocupen los lujosos departamentos y llegue el millón de clientes al mes que espera el centro comercial, pues la gigantesca superficie dedicada a estacionamiento de automóviles privados deja ver que todo el proyecto se basa en una lógica de movilidad irracional, desfasada e insostenible, mientras se calcula que en el conjunto se consumirán más de 200 mil litros diarios de agua.
Pese a que durante años el consorcio constructor (Fibra Uno, que en 2015 compró la obra a Ideurban y Prudential por 185 millones de dólares) careció de los permisos necesarios para llevar adelante los trabajos, no hubo fuerza capaz de ponerles fin, de modo que hoy este coloso es un símbolo de que cuando se tiene una cantidad ilimitada de dinero e influencias es posible hacer virtualmente lo que se desee, sin importar el impacto social, económico, ambiental y urbano. En este sentido, es inevitable que Mítikah recuerde a la gentrificación desbocada que tiene lugar en sitios turísticos como Tulum o San Miguel de Allende, así como a los estragos provocados por el acaparamiento del agua en el área metropolitana de Monterrey. Más allá de procesos localizados, este auge inmobiliario orientado a los sectores más acaudalados (un penthouse en el complejo se ofrece en 28 millones de pesos) se inscribe en la estela de un modelo económico, el neoliberalismo, que mercantiliza y privatiza todo lo que es susceptible de rentabilidad, generando concentración de la riqueza tal que excluye a la inmensa mayoría de cualquier beneficio del progreso en el nombre del cual se ejecutan sus designios.
Si a esto se añade la inextricable relación entre el boom inmobiliario de la alcaldía Benito Juárez y la corrupción de los gobiernos panistas locales, queda muy claro que la apertura de ayer debe mover a reflexionar a qué costo se impulsa el crecimiento y la actividad económica.