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De la decolonialidad más allá de lo educativo
E

n el contexto sociopolítico nacional caracterizado por la creciente polarización del debate público, la promulgación del documento de trabajo Marco Curricular y Plan de Estudios de la Educación Básica Mexicana por parte de la Dirección General de Desarrollo Curricular de la Secretaría de Educación Pública, ha provocado ásperas discusiones y tensas polémicas entre integrantes de los diferentes bandos que se posicionan en contra o a favor de la Cuarta Transformación.

En este aún incompleto documento normativo se plantea: establecer un eje integrador de formación que comprenda una educación incluyente de carácter decolonial. Hablar de decolonialidad en educación representa una novedad relevante respecto de las políticas educativas anteriores.

Con el término colonialidad del poder, Aníbal Quijano da cuenta de la imbricación entre raza y capital en cuanto elementos constitutivos del patrón de poder mundial instaurado en América a partir de la Conquista. El recién fallecido sociólogo peruano afirma que uno de los dos ejes alrededor de los cuales se configura este patrón de poder mundial es la articulación de las formas históricas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos en torno del capital y del mercado mundial controlado por las empresas y economías de lo que hoy conocemos como el norte global.

El segundo eje de ese patrón mundial de poder es la clasificación social de la población mundial sobre la idea de raza, es decir, a partir de una supuesta estructura biológica y mental diferente que ubica a los unos –españoles y europeos conquistadores antes, criollos, mestizos y élites republicanas después– en una situación natural de superioridad respecto de los otros –pueblos indígenas, afrodescendientes y demás habitantes del México profundo magistralmente descrito por Guillermo Bonfil–.

Quijano argumenta que en América raza e identidad racial fueron establecidas como los principales criterios para otorgar legitimidad a las relaciones de dominación y sumisión impuestas por la Conquista, convirtiéndose en instrumentos de clasificación social de la población que, en esencia, permanecen hasta la ­actualidad.

La idea de raza y la consecuente racialización de las identidades y de las formas de pensar y de conocer, se convirtieron en una estrategia funcional para colonizar el pensamiento y el imaginario social de los pueblos conquistados y para inferiorizar, negándolas, no sólo sus humanidades, sino también sus ontologías y epistemologías.

María Lugones y Rita Segato hablan acerca de la colonialidad del género y sobre el patriarcado de baja intensidad, con las cuales dan cuenta de la imposición de la norma heterosexual y de la distinción social entre hombres y mujeres por parte de la colonialidad capitalista, eurocentrada y patriarcal.

Catherine Walsh relaciona directamente el pensamiento decolonial con el campo de la educación, argumentando que la descolonización es una forma para desaprender todo lo impuesto por la colonización. Desde una perspectiva crítica, Walsh destaca la importancia de considerar la interculturalidad como proceso y proyecto que asume la descolonialidad como estrategia, acción y meta. Plantea que las asimetrías sociales, la racialización y la discriminación que vivimos en nuestras sociedades hacen inviable un diálogo intercultural auténtico y que, para hacerlo real, es necesario visibilizar e intervenir las condiciones sociales, económicas, políticas y educativas que lo ­impiden.

Al respecto, valdría la pena preguntarnos por los alcances de la decolonialidad planteada en el nuevo marco curricular de la educación mexicana. ¿Hasta dónde abarca esta decolonialidad? ¿Es posible decolonizar el sistema educativo sin, a la par, hacer lo mismo con el resto de las instituciones y estructuras sociales, políticas, económicas, jurídicas, médicas, comunicativas, epistémicas que reproducen el patrón de poder global de la modernidad/­colonialidad?

*Profesor de la Universidad Iberoamericana CDMX