odrá una máquina satisfacer las necesidades emocionales y sexuales de un ser humano? Esa intrigante pregunta es respondida de algún modo en El hombre perfecto, tercer largometraje de la realizadora alemana (y también actriz) Maria Schrader, que podría definirse como una comedia romántica de ciencia-ficción.
La película parte de una premisa ingeniosa: para obtener fondos para su propia investigación sobre jeroglíficos cuneiformes sumerios, una científica llamada apropiadamente Alma (Maren Eggert), acepta participar en un experimento por el cual deberá convivir tres semanas con un robot bautizado Tom (el británico Dan Stevens), programado con los precisos algoritmos que deberán enamorar a la mujer.
Renuente y escéptica ante el experimento, Alma no deja de concebir a Tom como una máquina parlante. En su primer encuentro en un salón de baile, todo falla. Él le dice piropos inverosímiles (tus ojos son como dos lagos de montaña
) y en un intento de bailar rumba con ella, Tom se atora (diciendo la frase significativa yo soy
que tendrá una resonancia existencial).
Alma acepta una segunda oportunidad y lleva a Tom a su departamento, donde primero le asigna el clóset de los trebejos. Sin embargo, el robot tendrá la oportunidad de demostrar su contradictoria humanidad.
El guion coescrito por la propia Schrader y Jan Schomburg, basado en un cuento corto de Emma Braslavsky, inventa situaciones apropiadas para que Tom se vuelva un personaje entrañable. Es fácil de prever que Alma irá perdiendo su inicial reticencia ¿al grado de enamorarse de una máquina?
No revelaré más de la trama. Baste decir que El hombre perfecto resulta una perspicaz reflexión filosófica sobre las nociones actuales del amor, las dependencias que creamos, la necesidad de compañía en una sociedad cada vez más aislante y las trampas que nos ponemos en la búsqueda de la pareja ideal.
Por suerte, ninguno de esos conceptos está expresado en los diálogos, sino en la cada vez más compleja interacción entre Alma y Tom. Al principio, los intentos de seducción del robot son risibles. Por ejemplo, un baño de tina decorado con pétalos de rosa, alumbrado por velas y complementado con una botella helada de champaña (es la fantasía de 93 por ciento de las alemanas
, alega Tom defensivamente). Pero poco a poco la mujer percibe su lado humano en la presencia de su padre, que sufre de demencia senil, o en una reunión en casa de su ex pareja.
En gran medida, la convicción de la película depende de sus intérpretes. Por su sutil transformación en el papel de Alma, Eggert mereció el Oso de Plata a la mejor actuación femenina en la Berlinale de 2021. Pero es Stevens quien expresa la compleja dualidad de Tom, adoptando movimientos ligeramente mecánicos y una mirada fría, mientras mantiene un tono constante de ironía.
En una cartelera subyugada por superhéroes Marvel, una satisfactoria comedia alemana –vaya contradicción de términos– puede pasar inadvertida. Sería una lástima que el verdadero cinéfilo se pierda un estreno más raro que un eclipse solar.
El hombre perfecto (Ich bin dein Mensch) D: Maria Schrader/ G: Jan Schomburg, Maria Schrader, basado en un cuento corto de Emma Braslavsky/ F. en C: Benedict Neuenfels/ M: Tobias Wagner/ Ed: Hansjörg Weissbrich/ Con: Maren Eggert, Dan Stevens, Sandra Hüller, Jürgen Tarrach, Karolin Oesterling/ P: Letterbox Filmproduktion, SWR. Alemania, 2021.
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