a persecución contra Julian Assange no es diferente en esencia a la que tuvo la Unión Soviética contra Solzhenitsyn. No lo persigue un Estado, cierto, pero sí un estado de cosas: gobiernos, empresas que han visto en sus filtraciones un sótano bastante pestilente que se niegan a mostrar.
Más que un periodista o editor, Assange es una conciencia que nos ha permitido conocer con detalle el horror de un mundo donde los poderes político y económico cierran filas para mantenerse a cualquier costo, una red micelial ponzoñosa donde todo bajo tierra se conecta.
Nada nuevo que no se haya supuesto en muchos casos y demostrado en algunos, pero sin duda la mejor prueba documentada con cientos de miles de archivos. Aunque a mayor escala hizo lo mismo que el jefe de la FBI Mark Felt, el famoso Garganta profunda
del caso Watergate: abrir la cloaca para que las cosas cambien.
La brutal reacción contra Assange (persecución internacional, aislamiento absoluto en una cárcel de máxima seguridad en Londres y la promesa de cadena perpetua en Estados Unidos) nos muestra que el periodismo de investigación seguirá siendo un problema para los regímenes políticos con tentaciones autoritarias.
Mucho se juega con el caso Assange porque la libertad de expresión no es un elemento más de la democracia sino, me parece, su centro de gravedad. No hay democracia sin libertad de expresión.
No deja de sorprender que recientemente un país democrático como Inglaterra decidió entregar a otro país democrático como Estados Unidos a Julian Assange. Para condenarlo, así, a 175 años de prisión por las revelaciones que hizo en el portal WikiLeaks.
Lo acusan de espionaje. Esto significa que Londres y Washington consideran como acto de espionaje cualquier ejercicio periodístico de investigación que documente las violaciones a los derechos humanos perpetrados desde el poder.
Miles de documentos militares filtrados por WikiLeaks sobre las guerras de Afganistán e Irak son la causa de la acusación. Pero también, y sobre todo, la evidencia de que, entre otras cosas, un helicóptero Apache del ejército de Estados Unidos matara a tiros a periodistas de Reuters y niños en Bagdad.
Y si la extradición se cumple no enfrentaríamos un caso judicial aislado, el de Julian Assange, sino el del precedente para que el gobierno de Estados Unidos solicite la extradición de cualquier periodista que considere nocivo.
Tendría razón Stella Moris, la pareja de Assange: la solicitud de extradición sería una represalia disfrazada, otro ejemplo de la invasión de Estados Unidos a la soberanía de otros países.
Me sorprende que los principales medios periodísticos en todo el mundo, que le dieron una gran cobertura a las revelaciones de WikiLeaks, no hayan reaccionado con la misma fuerza y claridad respecto a la persecución que ha padecido Assange. ¿Validarán con su silencio que el mensajero es el culpable?
La extradición de Assange y la reciente criminalización del aborto en Estados Unidos son muy malas noticias para la democracia en ese país y en el mundo. ¿Qué sigue? ¿La homofobia institucionalizada?