n la primera vuelta de la elección presidencial efectuada el domingo pasado en Francia, el actual mandatario, Emmanuel Macron, aspirante a relegirse por La República en Marcha (LREM) logró 27.8 por ciento de los sufragios, superando en cuatro puntos a la ultraderechista Marine Le Pen (23.1 por ciento), postulada por el Frente Nacional (FN). En tercer lugar, a unos puntos de la anterior, quedó el principal candidato de izquierda, Jean-Luc Mélenchon (22), abanderado de La Francia Insumisa, y el cuarto más votado fue el racista Éric Zemmour, también de ultraderecha, a la cabeza del partido llamado Reconquista con 7.1.
Los comicios marcaron, además, el hundimiento de los partidos que dominaron por décadas la escena política francesa: la centroderecha de raíces gaullistas, que en esta ocasión compitió bajo las siglas Los Republicanos (LR), y cuya aspirante, Valérie Pécresse consiguió únicamente 4.78 por ciento de los sufragios, y el Partido Socialista (PS), que postuló a la actual alcaldesa de París, Anne Hidalgo, quien apenas sumó 1.8 por ciento de los votos.
Por segunda ocasión, en consecuencia, el próximo domingo 24 se enfrentarán en una segunda vuelta Macron y Le Pen, como ya había ocurrido en los comicios de 2017, cuando la segunda obtuvo poco más de 33 por ciento de los sufragios. Para esta vez, los sondeos de intención de voto pronostican un resultado aún más cerrado.
Es sin duda alarmante que el FN, con sus posturas antiinmigrantes, antieuropeas e islamofóbicas se haya consolidado ya como la segunda fuerza electoral de Francia, así como resulta deplorable la atomización de las izquierdas: si el Partido Comunista Francés (PCF) y el PS hubiesen dado su apoyo a Mélenchon, muy probablemente éste habría quedado en la final.
El hecho es que el discurso de la ultraderecha ha encontrado eco en sectores que tradicionalmente apoyaban opciones políticas progresistas. En esta ocasión, los procesos de depauperación que golpean a importantes núcleos de la población y la pérdida o reducción de derechos y servicios públicos, fenómenos acentuados por las políticas económicas de Macron y por circunstancias como la pandemia y la guerra en Ucrania, han impulsado a buena parte de esos sectores a decantarse por el FN.
Ciertamente, si se confirman los pronósticos de las encuestas y el actual presidente logra relegirse en la segunda vuelta, no será tanto por sus propios méritos ni porque sus propuestas resulten particularmente atractivas para el grueso del electorado, sino por temor a que la reacción radical llegue al Palacio del Elíseo. Es decir, lo mejor que puede ocurrirle a Francia es que resulte elegido el menos peor de los candidatos.